jueves, 28 de noviembre de 2013

Los placeres de la caza del libro


Decía Jaime Salinas que un editor es una especie de go-between, de intermediario, entre el escritor y el lector, y esto, que parece simple, requiere de una vocación concienzuda e inquieta. Periférica es un sello independiente que, en sus siete años de existencia, se ha hecho un hueco entre las editoriales españolas, en esa labor impagable de ofrecer calidad literaria por encima de réditos comerciales. Su alma mater, Julián Rodríguez, es, ante todo, lector, y cuida con mimo de que su catálogo sea la fortaleza y aval que determine el perfil de ese rostro periférico. En los últimos tres años, gracias a la creación de la colección roja de Periférica, Largo recorrido, he leído a autores desconocidos del siglo pasado que me han deparado grandes satisfacciones, como: Gianni Celati, Fogwill, Elisabeth Smart o Christopher Morley con La librería ambulante. De manera que de un tiempo a esta parte las publicaciones del sello extremeño son cada vez más familiares para mí y no dejan de hacerme compañía.

Ayer leí, de una sentada, un libro de esos que llegan al corazón y creo que, en mi caso, permanecerá por largo tiempo. Los amores de un bibliómano, de Eugene Field (Saint Louis, 1850 – Chicago, 1895), publicado hace dos meses por Periférica, es, por encima de todo, un homenaje a los libros. Y es también una historia de amor y un elogio de la amistad que el propio autor profesó en tantos años hacia un reducido grupo de amigos que, como él, se embarcaron en la felicidad de leer y releer a lo largo de sus vidas. Los amores de un bibliómano tiene la apariencia de novela, pero se acerca más al ensayo-ficción camuflado en la biografía del escritor de Missouri; un texto apasionado y ameno. Desde las primeras páginas, Field, a través de su protagonista, deja constancia de las ventajas que el amor a los libros tiene sobre otros tipos de amor: ...las mujeres son por naturaleza volubles, y los hombres también; su amistad es susceptible de disipación a la mínima provocación o a la menor excusa. No ocurre esto con los libros, porque los libros no cambian. Dentro de mil años serán lo que son hoy, dirán las mismas palabras, expresarán la misma alegría, la misma promesa, el mismo consuelo; siempre constantes, ríen con los que ríen y lloran con los que lloran, (pág.13-14). Eugene Field habla de los libros con tanta entrega y entusiasmo que contagian al lector. Venera tanto el amor a los libros que anima a leer sin descanso hasta en la cama: ningún libro se aprecia de verdad hasta que no nos lo llevamos a la cama y soñamos con él, (pág. 29).

Los capítulos que siguen a estos primeros arranques nos hablan de los cuentos de hadas, de los inicios de la afición al coleccionismo, de los placeres de la pesca, de libreros e impresores antiguos y modernos, de los maravillosos olores que desprenden los libros o del gusto por los catálogos. Entre estas divagaciones aparecen charlas entretenidas de amigos al calor de la chimenea, bajo la compañía de una buena copa, que se interrumpen de vez en cuando para dar paso a los poemas del juez Methuen, uno de los personajes más carismáticos y omnipresente a lo largo de todo el relato.



Esta obra de Field tiene el encanto de otros tiempos, de una nostalgia reservada a los letraheridos aquejados del virus incurable de la pasión por los libros. Pero sobre todo, Los amores de un bibliómano, es una novela deliciosa, repleta de inteligencia y humor sobre los placeres de la caza del libro, que es como les gusta a estos fetichistas llamar a la aventura del coleccionismo de libros.

Nada más que por el título y la extraordinaria portada merece la pena curiosear su interior; cuando el lector esté dentro, es seguro que el germen lo infectará del gozo que atesoran sus páginas.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Forever, Sontag


Cuando la gente se quejaba de tener que esperarla siempre, Susan no se disculpaba. “Me figuro que si la gente no es lo bastante lista como para llevar algo para leer...”. Con esta tarjeta de presentación de la controvertida pensadora norteamericana, Susan Sontag, arranca el libro Siempre Susan, publicado hace dos meses por la editorial Errata Naturae, a cargo de Sigrid Nunez (Nueva York, 1951), discípula, amiga y nuera de la protagonista de estos recuerdos. Nunez conoció en 1976 a Sontag, trabajó para ella como asistente y fue novia de su hijo David. En el ático del 340 de Riverside Drive de Nueva York vivieron los tres juntos durante un tiempo, a pesar de los reparos que la propia Sigrid puso, pero zanjado por la gran ensayista, de forma tajante: “No seas tan convencional. ¿Quién nos dice que tenemos que vivir como los demás?”

El libro Siempre Susan es un relato detallado de encendidos recuerdos y momentos álgidos ocurridos en aquel apartamento. Allí, Sontag vive, ama, escribe y piensa. Un hogar de muchos latidos entre corazones tan apasionados, como el de Sontag, su hijo y otros personajes, como el del singular poeta ruso Joseph Brodsky, referentes activos de la América literaria de aquellos años sesenta y setenta del siglo pasado, una época ávida de cambios sociales y estéticos. Unas memorias emotivas, llenas de confidencias sorprendentes que nos acercan a una de las figuras más inteligente, vitalista y apasionada de aquellos años, y no menos narcisista, arisca y sadomasoquista, por contrapartida. Leyendo esta crónica narrativa experimenta uno un extraño atractivo por esta extraordinaria mujer, acrecentado, y esto es mérito de su autora, por la sinceridad desplegada en unas páginas escritas con sencillez y naturalidad. Susan era una mujer feminista, pero a menudo atizaba a sus hermanas feministas con despiadadas críticas, especialmente contra la retórica del feminismo, por encontrarlo ingenuo, sentimental y anti-intelectual. Pero lo que más exasperaba a esta irreductible ensayista era darse cuenta de que la compañía de mujeres inteligentes era menos interesante que la de los hombres inteligentes. Solía hacer este tipo de observaciones sin importarle sus consecuencias. Sontag era didáctica y moralista, un tanto pretenciosa: quería ser una influencia para su generación, un ejemplo.


Sigrid Núnez
Sigrid Nunez ha escrito un texto-testimonio interesantísimo para mostrarnos el alma de Sontag y sus quehaceres. Dice Nunez: Ella quería que todos compartieran sus pasiones, y responder con igual intensidad a cualquier obra que a ella le encantase era proporcionarle uno de sus mayores placeres, (pág. 62). Incluso, se sentía como más orgullosa al considerarse a sí misma como una creación propia, y no escatimaba esfuerzos para denostar a aquellos que apostaban más por la seguridad que por la libertad. Decía que esa actitud era deplorable y servil. Sigrid Nunez va desgranando por las páginas del libro, tanto el pensamiento y los gustos literarios, como el compromiso social de su mentora, sin olvidarse de resaltar sus rasgos físicos. Si hay algo que llama la atención de Susan Sontag es su elegante pelo y el toque de distinción de su mechón cenizo, pero lo que más sorprendía a la gente era su preciosa gran sonrisa, (pág. 82). Compartía igual que Virginia Woolf su pasión por los libros. La lectura era para ella una idea del paraíso vital y, para vivir esa vida plenamente, leer era algo necesario, y siempre con un lápiz entre los dedos para subrayar o dejar anotaciones.

A Sigrid Nunez siempre le asombraba que para Sontag nunca nada era suficiente: a menudo me daba la impresión de ser alguien que quería sentir diez veces lo que realmente sentía, (pág. 142). Más adelante se refiere a su suegra como una persona indiscreta, incapaz de guardar un secreto.

Susan Sontag

Nunez ha escrito un libro de memorias sincero y vehemente para evocar la otra vida menos conocida y cotidiana de la que fuera un icono de la intelectualidad americana, unos recuerdos lúcidos y emotivos, con mucha sutileza, que se leen como una novela, un retrato de una mujer fascinante, contradictoria y muy competitiva. Siempre Susan no es una biografía, pero sí una radiografía íntima detallada y rica en matices y, sobre todo, muy bien escrita. Cerrar el libro al alcanzar la página 149 es abrir otra en la memoria del lector para no olvidar a una gran mujer, de una personalidad arrolladora y excepcional, que dejó un legado imborrable en la crítica cultural del siglo XX. ¡Forever, Susan!






martes, 19 de noviembre de 2013

Un honorable y reputado editor


Durante una visita a mi librería habitual, andaba entretenido husmeando entre los estantes destinados a libros de memorias cuando me encontré con un ejemplar flamante, como los diseñados hace más de treinta años por la editorial Alfaguara, tan sobrios y elegantes: portada morada, perfil gris, dibujando una ele invertida, y el nombre del autor en grande, destacando sobre el título, todo en color blanco. Me pareció anacrónico al principio pero, a la vez, milagroso. Qué buen recuerdo me traía este inesperado hallazgo. Todavía conservo en mi biblioteca algunas de aquellas ediciones de autores como Günter Grass, Henry Miller, Isac Dinesen o Marguerite Yourcenar, entre otros, que empezaron a publicarse en los incipientes años de la democracia española. Toda esta evocación me surgía mientras acariciaba y hojeaba el libro recientemente impreso. La añoranza y curiosidad por el texto hallado fueron alicientes sobrados para añadirlo a la cuenta de los libros que ya tenía apartados.

El oficio de editor es un libro que tiene su origen en una extensa conversación de Jaime Salinas (Maison-Carrée, Argelia, 1925 – Islandia, 2011) con su entrevistador Juan Cruz (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1948), que se produjo en 1996 y que tenía prevista su publicación dos años después, pero que se postergó a petición del propio Salinas ya que se encontraba inmerso en la publicación de sus memorias, en la editorial Tusquets. Estas circunstancias hicieron que el libro pasara a la recámara de la editorial que, en esa misma época, dirigía el periodista canario. Pilar Reyes, la directora actual de Alfaguara, ha rescatado el texto como homenaje a Jaime Salinas, que fue un motor incansable, inventivo y reputado del mismo sello editorial, y como adelanto a las efemérides que se celebrarán en 2014 y que llevarán como reclamo publicitario: Alfaguara, 50 años de buena literatura. Una iniciativa que celebramos los lectores y que hace justicia a la labor editorial que Salinas propició en vida, montándonos al carro de la literatura contemporánea a tantos españoles, ávidos de otras propuestas literarias fuera de nuestra frontera. Fue un fantástico editor que hizo mucho desde dentro por aliviar la penuria cultural de la dictadura. Fue el alma mater de algunas de las iniciativas culturales que nos formaron y lo siguen haciendo: el libro de bolsillo de Alianza, casi nada, el auge de Alfaguara o los premios Biblioteca Breve y Formentor de la editorial Seix Barral.

Juan Cruz
Salinas comenzó en el mundo editorial cuando tenía treinta y un años, siguiendo la estela del venerado Carlos Barral, que fue quien lo formó en estos avatares. Luego pasó por Alianza Editorial, Alfaguara y Aguilar, tres de las editoriales más punteras del momento, hasta retirarse colaborando con Beatriz de Moura, directora de Tusquets. Estaba convencido que el editor es una especie de intermediario entre el escritor y el lector. Es más, tenía una sensibilidad especial por los libros y para él la función principal del editor es cultural, por encima de lo comercial. Javier Marías, uno de sus más fieles amigos, afirma en el testimonio final del libro (1997) que Jaime Salinas es una de las escasas personas del oficio que todavía sienten respeto por su materia prima, los autores, y no logran verlo como mercancía ni como condecoraciones. Nadie discute hoy en día del papel primordial que representó en la historia de la edición en España.

Jaime Salinas
En las conversaciones de El oficio de editor descubrimos toda la vida de un hombre dedicado al libro por medio de unos diálogos vivísimos. El libro está muy bien estructurado para acercarnos al Salinas editor y al otro Salinas, el exiliado comprometido, el amigo y memorialista. Hay lamentos clamorosos por la deriva del libro como producto de consumo y, como tal, producto de moda. El veterano editor, sin embargo, se mantiene en sus trece y se reafirma en que el libro es una cosa hecha para ser leída, no para lucirla. No es un simple objeto, no es un continente sino un contenido, y apoya sus reparos en el espíritu verdadero de las grandes editoriales europeas, como Gallimard, Bompiani o Faltrinelli, donde el libro aspira a ser el gran vehículo de enriquecimiento de la sensibilidad, de la imaginación, de la justicia y de la libertad.

Después de haber leído este libro, lleno de literatura y vida, tan ameno e intenso, no quiero cerrar esta reseña sin dejar mi propio testimonio, como modesto oficiante de editor que fui, una tarea tan propensa a las ingratitudes como a la ruina, para destacar, como lector, la gratitud que profeso a Jorge Herralde, de Anagrama, Beatriz de Moura, de Tusquets, Jaume Vallcorva, de Acantilado, Joan Tarrida, de Galaxia Gutenberg, Manuel Borrás de Pre-textos y Juan Casamayor, de Páginas de espuma, entre otros, por seguir en la misma senda que Jaime Salinas, editando con esmero y calidad, y dispuestos a superarse ante un libro malogrado.





viernes, 15 de noviembre de 2013

Dramas urbanos


Volver a leer relatos de Pedro Ugarte (Bilbao, 1963) es emprender una excursión llena de desafíos por suelo urbano. Ya comenté en este blog, allá por el mes de junio, mi descubrimiento literario del escritor bilbaíno. El tren da para mucho y, en asuntos literarios, es una fuente inagotable de creación para los escritores, y de aventuras y tedio para nosotros, los lectores. De manera que, cuando reseñé su última publicación de relatos, El mundo de los cabezas vacías, sabía que Ugarte ya me había narcotizado a través de Jorge, el protagonista multiforme de sus historias. Ahora sé que su liturgia literaria y las peripecias de sus personajes me han convertido inevitablemente en acólito lector de su narrativa.

Ha transcurrido casi cinco meses desde aquel suceso y ahora lo evoco, después de haber leído el libro de relatos homónimo del cuento que escuché primeramente en el talgo. Mañana será otro día es un texto publicado en 2005 en la editorial Lengua de Trapo que recoge doce historias en las que el escritor vasco proyecta una visión particular, llena de ironía, sobre tramas urbanas por donde desfila el ciudadano de hoy, ese individuo que se encuentra encasillado en lo convencional y rutinario, pero desbordado cuando las circunstancias o el destino le cambian el rumbo inesperadamente. Pedro Ugarte es un creador de relatos cotidianos solvente, nada cercano a lo mágico, y mucho menos a lo fantástico. Las historias de Mañana será otro día se sumergen en las cosas de todos los días: el mundo laboral, los diálogos de parejas, el conflicto del dinero... En estos escenarios tan comunes discurren estos episodios preñados de emotividad y lógica que se entrelazan continuamente. 

En el relato que da título al volumen hay una incursión en los límites de la convivencia que deja sobrecogido a un joven matrimonio. Pero en el primero de sus cuentos, La buena estrella, la suerte de uno de los miembros de una familia representa un rol determinante para alertarnos de que a veces tener repetida la fortuna puede revertirse a peor. O en la historia entrañable del poeta que, como tantos otros, tiene que dedicarse a otro oficio ajeno a su vocación para sobrevivir, pero es, gracias a este revés, donde el poeta descubre algo esencial: lo que cuesta escribir.

Los relatos reunidos en este libro son tan verosímiles como reales, hasta el punto de que hacen que hacen dudar sin son ficción o crónica periodística. Da que pensar lo que a veces se confirma: que la ficción es más real que la propia vida. La prosa de Ugarte es sorprendente, bien acomodada a la voz y a la mirada de un narrador en primera persona que se desenvuelve con asombrosa naturalidad. Al autor de Casi inocentes le gusta transitar por el interior de los personajes para extraer sus tribulaciones, tanto desde el prisma de la convivencia de pareja, como en las relaciones con los vecinos o en el puesto de trabajo. Esto que corresponde a la vida normal de cualquier mortal, aquí, en Mañana será otro día, en un instante se desborda y deviene de repente en algo sobrecogedor o mezquino y, en muchos casos, disparatado.



A Pedro Ugarte le gusta contar historias cercanas al lector sobre la amistad, el amor, la familia y el trabajo. Los cuentos del bilbaíno son como oficinas donde sus empleados intimidan sin cortapisas hablando de sus vidas. En mi modesta opinión de lector irredento de cuentos, después de la muerte del gran Medardo Fraile, Ugarte toma el testigo como escritor en la misma senda del memorable creador de El álbum. Con esta confesión, no tengo escapatoria: seguiré releyendo al maestro grande del cuento español, y continuaré experimentando con los dramas urbanos próximos que publique el vizcaíno.

Pedro Ugarte tiene el don de contar historias sencillas e íntimas, con el vigoroso tino y cuidado que precisa la buena literatura, una tarea que, como dijo Borges, consiste en sacrificar lo insólito a lo eficaz, sin olvidar la amenidad y el interés.  

martes, 12 de noviembre de 2013

Back to the classics



Italo Calvino declaró sobre el retorno a los clásicos: “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, reiteraba el italiano, porque volver a la lectura de un clásico, es en realidad una relectura; porque regresar al pasado, releyendo un clásico, es atrevernos a una aventura que nos deparará la sorpresa de algo que no sabíamos y que vale para el presente...

La Biblioteca Clásica de la Real Academia Española, coordinada por Ignacio Echevarría, inició en el 2011 una colección de obras maestras de la literatura castellana diseñada y dirigida por el académico Francisco Rico y que, en principio, tiene el propósito de alcanzar un canon de 111 volúmenes. Este ambicioso proyecto está impulsado por la Obra Social de la Caixa y cuenta con la esmerada edición de Galaxia Gutenberg, un sello que responde con solvencia a la hora de ofrecer calidad impresa. El volumen 29 de esta excelente colección está dedicado al nacimiento de la novela realista: Lazarillo de Tormes, un libro apócrifo, más que anónimo, atribuido a un falso autor, el mismo protagonista, Lázaro de Tormes, que cuenta en primera persona, con estilo jocoso, cómo ha llegado al oficio real (una especie de funcionario de la época), o lo que es lo mismo, de pregonero en la ciudad de Toledo. Una edición extraordinaria, que cuenta con unos apéndices interesantísimos a cargo del profesor Rico, llenos de notas y estudios sobre el texto y contexto de la vida del personaje nacido a orillas del Tormes. Un aspecto que cuida la dirección de esta obra, así como los criterios generales que rigen la colección, es que la erudición ofrecida no distraiga al lector, ni tampoco, por otra parte, le impida disfrutar simplemente del relato. De modo que la obra va precedida de una breve presentación, a continuación el texto, mientras que todos los materiales destinados al estudio propiamente dicho, se sitúan después. Las notas a pie de página sustancian la palabra aludida y marcada, para explicar de forma sucinta la materia o vocablo; en verdad no entorpece la fluidez de la lectura y sí logra dar luz a las dudas idiomáticas del lector actual.

El texto crítico que con esta obra del Lazarillo de Tormes se publica en esta edición está basado en el cotejo de las cuatro ediciones más antiguas conservadas, impresas en Alcalá de Henares, Amberes, Burgos y Medina del Campo, todas fechadas en 1554. El resultado es un texto ecléctico pero probablemente se acerque más que ninguno al original, ya que no se atiene a un único testimonio.



El Lazarillo de Tormes es un libro conocido desde el bachillerato, de lectura obligada en clases de literatura y que prácticamente todos los estudiantes leímos al completo, porque era ameno, divertido y breve. Releerlo en estos momentos que la picaresca ha vuelto a cobrar tanto protagonismo en nuestra sociedad, resultará balsámico y revelador, porque la argucia pícara de antaño la sentiremos más entrañable y pudorosa que la desvergüenza insultante de los mangantes de ahora.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Relámpagos en la oscuridad


Para Edmundo de Ory los aforismos eran aerólitos, para Carlos Castilla del Pino, aflorismos, para Carlos Marzal, estas frases breves y discontinuas son puros electrones y para Ramón Eder, relámpagos fulgurantes. En todas las épocas han surgido escritores de aforismos, apegados a analizar críticamente el mundo que les rodea. Quizás hoy en día, los escritores amantes de este género, como Ramón Eder (Lumbier, 1952) dan un giro a esa tradición iniciada por los moralistas franceses, tan llena de solemnidad y grandilocuencia, y se centra más en acentuar la ironía y la mordacidad. La editorial Cuadernos del Vigía publica la última incursión del escritor navarro en este apasionante mundo de los aforismos. Relámpagos viene a constatar que, cuando los aforismos son buenos, cristalizan en filosofía, en frases felices que invitan a reflexionar y, muchas veces, sorprenden por la metafísica que contienen.

Ramón Eder, felizmente para sus lectores, continúa en esa senda del aforismo. No pasaron desapercibidos sus anteriores libros; La vida ondulante y El cuaderno francés que lo encumbraron al parnaso de los mejores escritores de este género, que sigue tan vivo como antes. Eder se siente como Pedro por su casa en este terreno tan conciso y a su vez tan lapidario. No hay mayor receta aforística para el conspicuo y socarrón autor de Relámpagos que el significado intrínseco que precisa el aforismo: es cinismo superior, es una paradoja inquietante, es alegría instantánea, es ética sutil...

Algunos destellos de Relámpagos que demuestran que, cuando el aforista da en la diana, se produce el milagro en el lector:

Los errores no se suelen pagar cuando se cometen sino cuando ya nos habíamos olvidado de que los habíamos cometido.

Los éxitos en la vida siempre dejan secuelas.

No es lo mismo ser un escritor excelente que un excelente escritor.

En las discusiones idiotas gana el que pierde.

En sueños nadie es monógamo.

Una de dos: o me pides perdón o te lo pido.

Ya solo se querían en posición horizontal.

Se escribe para llevar doble vida que es una manera de vivir el doble.

Es maravilloso que lo que más me gusta de ti, además, lo tengas por duplicado.

Leer ciertos libros mejora nuestra biografía.

En internet está todo, excepto lo importante.

Un día de perros, gracias a la chimenea, se puede convertir en un día de gatos.


Ramón Eder reúne 286 relámpagos (si no me he equivocado en la suma) en una antología donde no faltan los grandes temas literarios que le gustan tanto al navarro: el amor, el paso del tiempo, la lectura, los paraísos perdidos, el sentido de la vida, etc., y lo hace ufano, sin prepotencia, pero con la agudeza necesaria para que deslumbren. Eder sabe de la repercusión de este género y nos alerta con sarcasmo de que: en los libros de aforismos, entre aforismo y aforismo, tiene que haber un buen espacio para que corra el aire.

Relámpagos es otro feliz capítulo dentro de la obra aforística de uno de los más grandes de este género de las letras actuales españolas.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Una novela a oscuras


La irrupción de Isaac Rosa (Sevilla, 1974) en la novela con su primera obra El vano ayer (Seix Barral, 2004), galardonada con el Premio Rómulo Gallegos, fue todo un acontecimiento literario que lo encumbró como a una de las jóvenes promesas con más pujanza narrativa del momento. Más tarde, con la publicación en 2008 de El país del miedo, una historia intensa y deslumbrante que hurga en ese miedo que nos gobierna y nos define como personas en esta sociedad, aparentemente segura, pero paradójicamente más atemorizada, lo consagró como un novelista con voz propia y lo catapultó como a uno de los escritores más sólidos e interesantes de la actual narrativa española.

La última novela de Isaac Rosa, La habitación oscura, publicada en el mismo sello editorial que las anteriores, hace la número cinco de toda su producción, y viene a constatar su madurez literaria y su apuesta continuada por ofrecer una narrativa crítica y reflexiva sobre los conflictos originados en la realidad social del momento. Esta nueva obra es un relato que encierra un ensayo sobre la oscuridad, con diferente planteamiento al desarrollado por Saramago en su novela sobre la ceguera, porque lo que le interesa a Isaac Rosa es que su ensayo refleje la memoria de una generación, la suya propia, convertida hoy en decepción y derrumbe. La novela, por tanto, tiene una lectura generacional donde el autor se interroga sobre qué está pasando, y para ello se remonta a los últimos años del siglo pasado. El arranque de la novela es una metáfora visual muy original y contundente: una habitación oscura en la que un grupo de amigos se cita espontáneamente para practicar sexo, sin conocer quién acaricia a quién y quién se funde con quién. En estos encuentros habituales, Isaac Rosa propone situar al lector entre los personajes de la novela y la habitación oscura, el espacio narrativo donde se desenvuelve la trama. Sin embargo, lo que empezó como un juego se muda en refugio. Después de quince años, todos los protagonistas, asiduos de la habitación oscura, se convierten en vulnerables, algunos de ellos creyeron que había que abandonar el lugar y atacar.

La habitación oscura es una historia dura, contada de forma discontinua, fragmentaria y sin concesiones, con pasajes del relato contados en segunda persona y en otros aparece un narrador en plural, acentuando el sujeto colectivo que supone el grupo. Una novela que retrata a toda una generación que tenía unas expectativas de bienestar por tiempo indefinido y que a las primeras de cambio se derrumba y se van a pique sus ilusiones; una excelente metáfora de la situación actual de la sociedad española. Isaac Rosa logra un artefacto literario que atrapa y sacude al lector hasta el punto de dejarlo asolado y casi en estado de vigilia. La habitación oscura transcurre entre el auge y el desplome, entre la euforia y el desencanto, y que, además, invita a la reacción y a la resistencia; es una novela con una intención clara de rearme moral, social y político, que anima a la reflexión y no deja indiferente al lector.


Isaac Rosa ha escrito un libro nada complaciente, que logra que el lector sienta y piense en la oscuridad desde sus primeras páginas, porque la oscuridad, a pesar de la falta de luz, está siempre llena de imágenes, que incluso se ven con más nitidez que a plena luz del día.

Isaac Rosas entrega una obra para que el lector aporte su experiencia a la interpretación del texto, lo discuta y dude. Así que si te atreves “No te quedes ahí. Vamos, entra, ya estamos todos...

viernes, 1 de noviembre de 2013

Sueños y obsesiones


Dicen que los amigos de verdad son los únicos capacitados para atreverse a opinar sinceramente sobre nosotros mismos y sobre lo que hacemos o dejamos de hacer. Esto fue lo que hizo la escritora Marta Sanz sobre el manuscrito que le dejó Luisgé Martín (Madrid, 1962), antes de publicar La mujer de sombra (Editorial Anagrama), cuando le dijo a su amigo que no se le ocurriera eliminar del libro nada de lo escrito, por muy duro de leer que resulten algunas de sus páginas, porque entonces tendría otra novela distinta.


Esta intimidad, contada públicamente por Luisgé, me precipitó a contemplar que La mujer de sombra sería mi próxima lectura, después de que concluyera la que tenía entre manos, su última novela: La misma ciudad, publicada en el sello de Herralde, una historia existencial que cuenta la ruptura vital de su protagonista, un hombre instalado en una vida rutinaria, sin estímulo y sumergido, para entendernos, en la llamada crisis de los cuarenta. “A esa edad culminante y melindrosa acostumbramos a pensar que nos hemos equivocado en todos nuestros actos... La vida de los demás, en cambio, nos parece cada vez más formidable (pág. 12-13)”. El personaje de La misma ciudad es un hombre anodino y corriente, acomodado a una vida sin sobresaltos que trabaja en unas oficinas en Nueva York. Brando Moy se dirige a su despacho como cada día, pero esta vez salió tarde de su domicilio y ya no llegaría al bufete instalado en las famosas Torres Gemelas. Aquella catástrofe del 11 de septiembre, televisada por las cadenas del mundo entero, le daría la oportunidad de hacer todo aquello que nunca se atrevió antes. Una novela corta, sobria y amena que no te deja abandonar su lectura. La misma ciudad es un libro con un planteamiento atractivo, que nos habla de segundas oportunidades que la vida ofrece para intentar alcanzar la propia felicidad. No sé si la vida de Brando ha sido una parábola o una patraña, como afirma el narrador al final del libro, pero a mí en todo caso, me evoca una consideración que Henry James reflejó en una de sus novelas y que decía: “Vive todo lo que puedas; es un error no hacerlo. No importa lo que hagas en particular, con tal que tengas tu vida. Si no lo has tenido, ¿qué has tenido?”. Esto es, en definitiva, el asunto por donde transita la novela.

Muy diferente es el tema reflejado en La mujer de sombra: la obsesión de un hombre atrapado en los tentáculos de la perversión. Eusebio, el protagonista, sabe lo peligrosas que resultan sus fantasías, pero le atraen tanto que sucumbe a ellas. La mujer de sombra es, como apuntó Marta Sanz, una novela dura y violenta, pero valiente y procaz. La historia discurre en una trama donde el personaje principal cae en las redes del abismo y de la violencia psicológica. La muerte accidental de su amigo empuja a Eusebio a obsesionarse por Marcia, la amante secreta del fallecido, de la que conocía las confidencias sexuales que Guillermo le contaba con todo lujo de detalles. Este es el caldo de cultivo que va corriendo por las páginas de la novela, hasta crear una atmósfera tan agobiante que en algunos pasajes resulta irrespirable y transgresora. La mujer de sombra es un viaje al subsuelo del alma, un recorrido por el sexo explícito, la pasión perversa y el territorio prohibido de un hombre convertido en un neurótico extremo. La eficacia de la novela de Luisgé se apoya en un estilo compuesto a base de elipsis, mediante breves secuencias, para mostrar la incursión de Eusebio en la vida íntima de Marcia; y en una prosa hipnótica que atrapa, aunque en algunos momentos incomode por lo que cuenta. Dice Luisgé que “la literatura es un arma para molestar”.

La misma ciudad y La mujer de sombra son dos propuestas equidistantes en el estilo y transversales en la temática. Ambas atrapan desde las primeras páginas y llegan a las emociones del lector y destapan algo de lo que circula por la fantasía de nuestro ser, pero en la primera, Luisgé descorcha la botella de los sueños hasta consumir su contenido y en la segunda, el escritor madrileño ofrece al lector un cóctel excitante y pernicioso que deja resaca.



Luisgé Martín viene a proclamar con estas dos novelas que lo importante de la literatura no es catalogar un libro de inmoral por lo que trata, sino que lo sustancial es que esté bien escrito, y que estas dos creaciones suyas gozan de ese buen estado.