jueves, 31 de diciembre de 2020

Universo Welles

Orson Welles siempre fue a lo suyo, en busca de la hibridación en el modo de hacer películas, escapando de fórmulas preestablecidas, formas canónicas y discursos tópicos. Lo que para muchos era un reto, para él el cine siempre fue el punto de partida de una aventura: miró siempre hacia afuera, pues nunca le gustó estar dentro acomodado, haciendo concesiones o adaptándose a otros gustos, siendo en ese sentido un creador inclasificable, convencido de lo que quería, un genio para muchos, alguien que con tan solo veintitrés años ya saltó a la fama con aquella magistral emisión de radio de La guerra de los mundos en la que tuvo a millones de oyentes absortos y pegados al dial de la radio como si el relato que se estaba emitiendo se tratara de una noticia que estaba ocurriendo en las calles donde vivían. Tres años más tarde, estrenó Ciudadano Kane, su obra cumbre, una película catalogada como una de las mejores de la Historia del Cine.

El catedrático, escritor y guionista Agustín Sánchez Vidal (Carrillo de la Bastida, Salamanca, 1948) acaba de publicar Quijote Welles (Fórcola, 2020), una voluminosa e impresionante novela que nos cuenta mucho de la vida y obra de Orson Welles, una de las figuras más controvertidas de la gran pantalla y las artes escénicas, que innovó mucho y bien en la radio, el teatro y la televisión. En todo esto repara el libro de Sánchez Vidal y en la pasión que el norteamericano profesaba a España, a su cultura y costumbres, a Goya, a Machado, a los toros y al vino de Jerez. Entusiasta de ese gran Siglo de Oro que representaba Cervantes, consagró muchos años en viajar por muchos lugares de nuestro país con un propósito desmedido de conocer el paisaje y su gente para llevar al cine uno de sus grandes proyectos: don Quijote.

Welles no solo escribía el guion y dirigía sus películas, sino que las interpretaba como pocos. Le encantaba diseñar los decorados, así como ocuparse del montaje de sus proyecciones. Su obsesión por las andanzas del caballero andante no paró de rondarle por la cabeza largamente. Sin embargo, no pudo culminar su sueño. Su don Quijote le acompañó durante toda su vida como una obra inacabada, con una carga sentimental que Sánchez Vidal ha sabido aprovechar para acercarnos al perfil más humano e íntimo de Welles, un hombre de personalidad desmedida, tan egótico y consciente de su reputación y fama, como inteligente, culto, desbordante y vitalista.

En Quijote Welles aparecen muchos de los entresijos de la vida y del quehacer cinematográfico de Welles que vamos conociendo a través de la investigación llevada a cabo por Barbara Galway, una joven periodista que se propone escribir su biografía con toda clase de detalles que ilustra con testimonios de sus coetáneos. Durante sus encuentros y entrevistas con el cineasta descubrimos la vigencia que la obra cervantina tiene para él. Dice que es “uno de los libros que más y mejor se pregunta qué cosa es España, su misión en la Historia, podríamos decir poniéndonos un poco solemnes”. Por eso quiere traerla a la actualidad para que sus dos míticos protagonistas se percaten de cómo es el país en aquellos años sesenta y cuáles son los intereses de quienes lo habitan, gente que aspira al progreso y que quiere dejar atrás lo pintoresco del pasado.

El libro va ensanchando su hilo conductor por medio de fragmentos de entrevistas con artistas como Charlton Heston, John Houston, Pedro Vidal, Antonio Ordóñez, Gore Vidal o Miguel Delibes que conocieron sus afanes tan a fondo. A través de todos estos encuentros Galway persigue entre los que le trataron a los que le puedan ofrecer más detalles de aquello que su biografiado esquiva, dando entrada en la narración a algunas cartas y diarios que arrojan más luz sobre un Welles que ya se nos presenta como un personaje en decadencia más decadente, con menos ardor y poderío en la industria del cine que los que tuvo, pero con la misma dignidad arrolladora de siempre, consciente ya de que su carrera irremisiblemente se va disipando.

En el capítulo diez, titulado Érase una vez en América, encontramos a uno de los pasajes que nos ofrecen más luz acerca del carácter de Welles, que no es otro que este del guionista y novelista Peter Viertel, durante la conversación animada que mantiene con Barbara Galway: "Es imposible resumir la personalidad de Orson en unas pocas palabras. Lo primero que me viene a la cabeza es algo que decía mi padre. Aseguraba que en este mundo hay personas que se pasan la vida buscando la muerte, mientras que otros buscan desesperadamente la vida. Él es una sorprendente y explosiva mezcla de esas dos actitudes, por un lado, una creatividad desbordante y, por otro, una actitud profundamente autodestructiva. Hay algo que le atormenta, no acaba de acomodarse a las limitaciones de este mundo y eso le carcome por dentro, le produce un vacío interior, una especie de pozo que trata de llenar no solo con el alcohol, la comida o el sexo, sino sobre todo con trabajo" (pág. 406).

Sánchez Vidal posee ese rasgo particular de conocimiento para establecer un vínculo humano e intelectual con el mismo personaje de su libro; o lo que es lo mismo, para bajar al ruedo y prolongar aquello que siempre ha estado en juego en la literatura, la exploración de ciertos abismos, un propósito indagatorio de hurgar en la piel inabarcable de Welles, un ser tan arrollador como contradictorio, de vida disoluta y excesiva.

Quijote Welles es un libro denso y ambicioso, pero fluido y ameno gracias a sus muchos diálogos y entrañables anécdotas que le dan una fluidez narrativa que hace agradable su lectura, un viaje apasionante y fecundo por la vida de Orson Welles, un genial artista, otro Quijote errante que se permitió disfrutar, en gran medida, de todas las libertades que tuvo a su alcance.


sábado, 26 de diciembre de 2020

El silencio y sus significados

“El silencio es nuestro instinto de supervivencia [...] El silencio es nuestra conciencia, pero también es nuestra confianza [...] Nada es lo que parece. Nunca nada es lo que parece. Pero lo más curioso es que nadie es lo que parece o aparenta tampoco [...] A veces pienso que esperamos que un hada nos visite, que nos provea de todo cuanto necesitamos, que nos haga felices, aunque sea por un instante. Pero esto va a durar mucho. Muchísimo. Poco a poco iremos convirtiéndonos en inadaptados, en productos de un éxito ajeno, en mascarillas, en guantes, en inocentes que prenden, que caen, sin más, a causa de la tortura y de la inquietud”.

En estas líneas seleccionadas de las primeras páginas de Notas sobre el silencio (La Isla de Siltolá, 2020), del poeta y ensayista Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964), resuena el pálpito que ha movido al autor a escribir un libro que nos invita a redescubrir el silencio y la vida interior. Estas notas, escritas a modo de diario en un período de tres meses que van desde el domingo 15 de marzo hasta el lunes 22 de junio de 2020, un tiempo extraño y desconocido de reclusión forzosa, recogen el sentir del poeta, su profunda impresión de que lo sobrevenido reclama una atención más reflexiva. Cada entrada refleja y escruta el protagonismo que ha tomado el silencio en ello. Y en ese devenir inquietante de un tiempo en el que las horas pasan más despacio, el poeta mira al silencio con instinto de plegaria y supervivencia, y lo hace de dos maneras: desde el lado en el que silencio procede del desacuerdo con el mundo y desde el lado en que se manifiesta más resonante, como corresponde al mundo de uno mismo.

Son noventa y nueve notas que hacen hincapié en ambos sentidos. Una y otra vez, fija su idea en el significado y en la fascinación del silencio como palabra no proferida, como elemento en el que se forjan las cosas importantes. Son notas que no se distancian de la realidad exterior para entrar en abstracciones filosóficas, sino que se aproximan al yo íntimo para exaltar las modulaciones que el silencio aporta como experiencia y fuente de sabiduría. El silencio oxigena el pensamiento, procura claridad, nos viene a decir. Insiste en que para ejercitarse en esa tarea la atención es previa al entendimiento: “El silencio es contemplar, es atender y es entender”.

Pese a toda limitación provocada por las circunstancias, el poeta abre también su mirada hacia la naturaleza. Y así, en el Día 16 exalta la importancia, ahora más que nunca, de sentirnos ligados a la naturaleza, nuestra verdadera procedencia: “La naturaleza de pronto ha comenzado a hablar. Nos indica que las generaciones venideras podrán continuar disfrutando de ella... Nos tiene en cuenta, solo somos criaturas de la tierra”. La vida se vuelve incomprensible cuando se pierde esta perspectiva. Y también propicia que lo insólito se manifieste y exija respuesta, como anota en el Día 39: “Este tiempo es como un gran ensayo literario, pero sin literatura; y el ensayo se queda en un intento, un propósito sin ideas, sin designio”.

Uno no deja de subrayar y llevarse bien con estas Notas sobre el silencio. Dan que pensar y recapacitar. Sus vislumbres y perplejidades asoman, combinando el asombro y la minucia. Sánchez Menéndez propicia el sentido de aprendizaje que conforma el silencio para cualquiera y así lo manifiesta a través de una escritura fragmentaria que pasa el dedo por sus texturas y ensaya la ironía o la justa contrariedad en defensa propia. Como si solo la insensatez nos apartara del valor efectivo que tiene el silencio como recogimiento y hallazgo: “No hay ruido en los libros. Hay silencio en los libros, en los libros verdaderos”.

Este es un libro comedido en su extensión, pero que dice mucho en su brevedad, un texto indagatorio que se adentra en esa búsqueda y en esa relación fecunda con el silencio a través de la particular visión de estar consigo mismo, con los pequeños secretos y sentimientos que se resisten y que reclaman nuestra atención. Para cada uno de ellos, hay un momento y lugar propicio e íntimo donde recobrar ese silencio que dé sentido a las cosas. Son muchos autores, como Cicerón, Lucrecio, Virgilio, Cervantes, Nietzsche o Rilke los que por aquí nos prestan su compañía, traídos oportunamente para alumbrar lo que contiene de emancipador el encuentro con el silencio. Muchas veces ese refugio también fue para ellos el bálsamo indispensable con el que aquilatar el excesivo ruido del mundo.

Notas sobre el silencio es un libro luminoso e inteligente, una miniatura literaria encajada en un género híbrido entre diario y ensayo aforístico, un texto concebido como breviario para que el lector medite y no se aleje de lo que se insinúa y trasciende por sus páginas. Lo consigue gracias a la eficacia de su prosa ligera y lacónica, y también a su levedad formal. Ese cariz fragmentario le permite avivar nuestra atención lectora y alejarnos de otras abstracciones para ofrecernos un espejo que refleja mucho de lo indecible del silencio.

Ojos para ver, oídos para escuchar, entendimiento para comprender y razón para establecer lo general y discernir lo particular, eso y por ese orden es lo que ofrece este librito jugoso que explora la vida misma desde la propia esencia fulgurante del silencio y sus significados.


viernes, 18 de diciembre de 2020

Escritura salteada

En una época como esta de pandemia que nos está tocando vivir, en la que sigue prevaleciendo lo efímero e intrascendente, lo mediático y las redes sociales, Ramón Eder (Lumbier, Navarra, 1952) reivindica lo contrario: la búsqueda de la sabiduría que ponga sentido y pausa mínima a esto que llamamos vivir y que tiene mucho que ver con el recogimiento, la experiencia de estar solo, la observación de las cosas y el pensamiento. “Es bueno levantarse cada día sabiendo para qué”, nos dice. Cuando el mundo está como está, y la banalidad se expande, llega él con sus aforismos –una suerte de atención concisa e intención reflexiva sobre lo que acontece–, poniendo su perspicacia afinada en frases sencillas en las que condensa muchos de los entrecomillados de la vida.

En Café de techos altos (Renacimiento, 2020), su nuevo libro de aforismos, hay un aluvión de proposiciones y verdades que intentan amablemente continuar en ese rasgo suyo tan personal de tocar con los dedos, al menos para palpar de manera breve, fecunda y discreta, lo que pasa a nuestro alrededor. Para Eder, como dejó ya dicho en Ironías, uno de sus libros más celebrados, hay que empeñarse en llevar el sentido filosófico del aforismo al secadero práctico de la vida: “Toda filosofía que no nos enseña a vivir mejor es un abominable juego de palabras”, sostiene. Es consciente de la carga poética y filosófica que envuelve al aforismo, lo que no le impide asegurar que “El género aforístico, aunque trate de temas serios, siempre tiene algo lúdico”. Por eso añade con la retranca que le caracteriza que: “La crítica literaria no sabe si debe considerar al aforismo como poesía o filosofía y afortunadamente deja el asunto entre dos aguas”.

Eder es sin duda uno de los referentes destacados del género aforístico de nuestros días, el más prolífico, una voz singular que también tuvo tiempo para dedicarse a la poesía o al relato breve, pero que durante los últimos veinte años se ha ceñido exclusivamente al ministerio de una escritura tan exigente y arriesgada como es la del pensamiento breve. Para él es mucho lo que el aforismo incluye como arquetipo: humor, ligereza, epifanía y hondura. Siempre nos sorprenden sus hallazgos. Sobre el significado del aforismo tira de ingenio y donaire para afirmar que es “humor refinado”, “juego de palabras revelador”, “paradoja inquietante” o “burla sublime”. Incluso se atreve a nominarlo con cierta picardía como “erotismo de la inteligencia”.

A través de sus relámpagos, como a él le gusta llamar a esta forma de escritura híbrida y abreviada que encarna el aforismo, el escritor navarro encuentra su mejor manera de interpretar el mundo, sus puntos de vista propios sobre los asuntos domésticos y universales, un vehículo que le permite esbozar pensamientos, perplejidades y paradojas en las que contemplar un trozo de la realidad bajo una nueva luz a la que no le falta su chispa de humor en muchos de ellos, como por ejemplo en estos tres reclamos: “Todo está en los libros excepto los cuerpos que amamos”; “Los hay que cuando se encuentran bien van al psiquiatra”; “Se creía un pensador pero era solo un pensativo” .

Cuando uno lee a Ramón Eder, le vienen al paso, como un señuelo, los destellos que otros clásicos del género pusieron en su escritura. Me estoy refiriendo a autores de la estirpe de Jules Renard, Lichtenberg, Karl Kraus o Nicolás Gómez Dávila, escritores que desde la sobriedad de sus textos breves nos hacen sentir inteligentes y avispados, sin tener que acudir a ningún tipo de retórica ostentosa. Eder se sitúa en la misma línea de flotación que estos maestros del aforismo hicieron para poner rumbo y puerto a sus brevedades. Se sirve de su mismo deambular, concentración y parquedad como manera reducida de encauzar al lector en su tránsito literario por sus aforismos. En ese sentido tiene claro, y así lo subraya, que “Un aforismo es medio aforismo hasta que el lector le añade la otra mitad”.

En ese sentir y empeño, la lectura de Café de techos altos, nos pone de nuevo ante un escritor curtido en estos lances de incorporar al lector al espíritu de sus piezas teniéndolo siempre muy en cuenta. Su credo literario aspira a eso, y para tal menester, a esa forma de entenderse con las palabras más sencillas, sin más artificio retórico que fijar su atención en lo contemplado con cierta chispa y descreimiento. Ese es su estilo, apartado de cualquier solemnidad, del que se vale con gracia y naturalidad para incitar al entendimiento del lector, como se cierne en este aforismo lleno de sagacidad y maestría: “Son muy importantes los escritores que nos dicen lo que ya sabíamos, pero que no sabíamos que lo sabíamos”.

Son ya muchos los libros de aforismos publicados por Eder que avalan su buena reputación en estas lindes literarias, en un género de apariencia sencilla pero muy exigente, tan preciso de inventiva como de buena mano en su confección. Ensamblarlo en un volumen como este que contiene más de cuatrocientos aforismos resulta una apuesta aún más minuciosa y determinante por lo que reclama de destellos continuados en su conjunto. Esta nueva colección suya participa de muy buenos ingredientes, con notas de intensa introspección y otras muchas que glosan sobre la literatura, que remarcan guiños a los libros, a la amistad, al talento, a la belleza, a la cultura, al saber estar. Dice en uno de ellos a este respecto: “El arte de irte antes de que te echen evita muchos disgustos en la vida”.

El aforismo, de aparente facilidad constructiva, posee una dificultad inusitada cuando se concibe como una concatenación que dé pie a escribir un libro de aforismos. Los libros de Eder poseen ese magisterio y talento que invitan a asistir a una celebración fecunda de fugas y vislumbres con la intención y calidez necesarias para convertirse en un ámbito de remanso y reflexión alejado de certezas prolijas, mucho más ocupado en provocar nuestra curiosidad y aguzar, por qué no decirlo, nuestro entendimiento.


viernes, 11 de diciembre de 2020

Entre el yo y los otros, la mentira

Decía Schopenhauer que “básicamente, solo los pensamientos propios tienen verdad y vida”. Y esto puede entenderse incluso desde otros ángulos en los que estén presentes realidades turbias, ambiciones e intereses ocultos, muchos de ellos provistos de engaños, manipulación y falsedad. Verdad y vida son conceptos enfrentados la mar de las veces. La mentira está presente y se interpone entre ellas convirtiendo la realidad en un simulacro entre el yo y los otros, entre las apariencias y su trasfondo. La conjetura, la estrategia, la especulación conforman también esa otra manera de entender la realidad, esa misma que teje su red de intereses en la existencia de cada uno, igual que en la creación del mito.

Todo este entramado se halla presente y trasciende en las páginas de El hijo del chófer (Tusquets, 2020), de Jordi Amat (Barcelona, 1978), que nos cuenta la vida misma encarnada en un personaje siniestro, Alfons Quintá, que no podría entenderse sino como un relato muy bien urdido para llegar a conocerlo en su totalidad: familia, entorno, relaciones, personalidad, ambiciones, chantajes y deliberada inquina. No es solo la historia de un canalla, de un individuo sin escrúpulo que jamás se conformó con lo que tenía, que descubre muy pronto que la información sobre la conducta de los otros puede usarse como un poder para conseguir lo que uno quiere, sino que, en su conjunto, es un libro de memorias, un relato tomado de la vida.

La figura maligna, escurridiza y ambigua de Quintá impacta y hasta fascina. Mantiene una turbia relación con su padre, chófer y hombre de confianza de Josep Pla. Pese a que no lo soporta, se vale de su parentesco para acceder al entorno del escritor y sus influencias. Quintá muestra una personalidad torturada y una vida privada cada vez más oscura que acabará en tragedia. En diciembre de 2016 se suicida tras asesinar a su mujer de un disparo. En el terreno profesional del periodismo aparece en el libro como un personaje resentido, prepotente, agresivo, manipulador y cínico. Añádase a todo esto su obsesiva atención vigilante, a cualquier hora del día, para evitar que se le escapara cualquier noticia de la actualidad para sacarle provecho. Se anticipaba a todos y acudía a cualquier hora del día a su extensa agenda provista de contactos importantes con el fin de obtener primicias informativas que llevaran su firma.

Amat describe con todo lujo de detalles cómo esa amplitud valiosa de informantes permitió a Quintá publicar algunas exclusivas importantes en su día, como el caso de Banca Catalana. Desempeñó cargos de relevancia en la radio y también en la prensa, destacando como delegado de El País en Cataluña en los primeros años del periódico. Fue nombrado por Jordi Pujol director del proyecto de TV3. Ideológicamente no tuvo unos anclajes sólidos y pasó del comunismo revolucionario al nacionalismo convergente, por conveniencia, y de ahí viró a posiciones cada vez más antagónicas, descreídas y personalistas.

Quintá no parecía ser consciente de que el poder establecido es utilitarista y propenso a conveniencias. Esto le pesó, pero no le impidió sobreponerse conforme cambiaba de escenario laboral. El asedio y el terror se vuelven imprescindibles para él a la hora de afrontar los retos de sus nuevos proyectos profesionales. Pero no sabe o no es consciente de que es imposible hacerlo solo, sin las directrices de los que mandan más arriba. Es un narcisista y no prevé lo que le ronda. Su sostén, tarde o temprano, quedará en entredicho, en cuanto puedan o cuando el momento sea propicio, lo utilizarán como escudo si se aproxima una flecha y mirarán hacia otro lado cuando caiga herido.

Este es un libro que atrapa, basado en hechos reales, contado con audacia por un narrador que es inconfundiblemente el autor y que, a su vez, desenmascara los entresijos del engranaje del pujolismo, del cuarto poder, su trastienda y los manejos de su núcleo en el ámbito de la política catalana desde los prolegómenos de la democracia y la llegada del autogobierno. En este contexto se desarrolla la trama de El hijo del chófer, una historia volcada en un sujeto miserable que será el hilo conductor de unos acontecimientos cuya verdad subyacente se va mostrando a medida que la presencia torticera de su protagonista no cesa de enfrentarse a quien se interpone en su camino.

El hijo del chófer en un retrato absorbente de un periodista siniestro y desmesurado, un libro lúcido y trepidante a modo de thriller, escrito con sobriedad y con la necesaria distancia de los acontecimientos, con la convicción, como dice el propio autor, de que "el conocimiento biográfico nos hace más libres y que la no ficción literaria tiene una función social fundamental". Es, por sí mismo, un libro histórico construido desde el soporte de la viva realidad de un personaje detestable y de un país en proceso de transformación, una alegoría de lo que lleva en su interior la condición humana de quienes ostentan el poder y lo que ellos mismos esconden para perpetuarse.


jueves, 3 de diciembre de 2020

El pasado sucede en algún sitio

Cuando uno encuentra bajo su tierra, en su propio suelo, un cuerpo enterrado, sospecha que no está solo; de alguna manera, quien halla un cadáver teme o imagina que otros cuerpos aguardan inmóviles a la espera de su turno. Los terrenos de una comarca no pueden mirarse igual tras el hallazgo del primer muerto, porque ya no parecen paisajes floridos, sino camposantos”.

Con esta manera espléndida, inquietante y hasta fantasmal, arranca esta historia que se presta a contarnos lo que le aconteció al narrador nada más llegar de su lugar de origen a unas tierras lejanas en las que había fijado sus ilusiones para dejar atrás un pasado aciago y enterrar allí el drama que llevaba consigo. Centroeuropa (Galaxia Gutenberg, 2020), la obra ganadora del XIII Premio Málaga de Novela, del poeta, crítico literario y profesor Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970), es un emotivo relato de un hombre que confirma cómo la Historia marca el camino de los pueblos y pone sus objeciones al albedrío de quienes la ignoran o no la tienen en cuenta. Es también autor de varios libros, entre los que destaca su novela Fred Cabeza de Vaca (2017) y La huida de la imaginación (2019), un afilado y valiente ensayo sobre el peso de lo real en la narrativa.

Centroeuropa está ambientada en una pequeña localidad a orillas del río Oder, a medio camino entre Berlín y Kostrzyn llamada Szonden que es el lugar donde Redo Hauptshammer, el protagonista y narrador de la novela, se instala para rehacer su vida. El origen de este relato, como cuenta en una entrevista el propio autor, surgió de la lectura de Antes de la tormenta de Theodor Fontane, un hallazgo que supuso una anticipación que le llevaría a aventurarse a narrar esta historia en la que retrata la transformación que sufre la vida de un hombre motivada por un hecho fortuito desde las propias entrañas de aquella época convulsa y prerrevolucionaria que fue la Europa de mediados del siglo XIX. Mora aprovecha las posibilidades que le brinda el género para trazar inolvidables perfiles humanos de personajes representativos de todas las capas sociales, a los que describe con sutileza y fina ironía. Al propio tiempo descorre un escenario histórico lleno de detalles de lo que fue el poderío de Prusia en aquellos años, para desvelarnos también sus secuelas y los sedimentos que dejó en la Europa que vino después.

Entre las muchas virtudes de esta novela destaca su prosa cuidada. El autor vigila las palabras que hacen posible el relato para que se ajusten a las mismas que en el siglo XIX andaban registradas por escrito, pero que suenen naturales, en consonancia con la idea de plasmar un léxico intemporal, de coexistencia entre un lector de entonces y uno de ahora. Pero lo sustancial de Centroeuropa es lo que suscita el protagonista, un joven dispuesto a rehacer su vida en otra tierra y que, sin proponérselo, será el hilo conductor de lo que persigue la idea y el espíritu concebido por el relato: la indagación y el conocimiento del pasado de una Europa marcada por la herencia de sangre tan vinculada al deseo de expansión de las naciones.

Sin embargo hay algo más que destila esta poderosa historia, algo que mantiene su vibración, más allá de lo aparente. Lo que promueve Centroeuropa, y esto sí que es un acierto de la novela, no es exponer un relato histórico, sino sociológico que, al mismo tiempo, trata de buscar los ecos de aquella Europa beligerante para mostrarnos lo que perdura aún de ella en nuestros días. Algo que, a mí juicio, consigue. Todos los personajes que desfilan por la novela para acercarse a los cuerpos encontrados por Redo muestran su perplejidad e intentan dar una interpretación, desde el alcalde Altmayer, el historiador Jakob, jueces y demás prebostes, hasta la gente más sencilla. El peso que en ellos ejerce el pasado reciente se hace ver como un algo presente que los paraliza, como si el hallazgo insólito de aquellos soldados muertos no les concerniera. Por decirlo de alguna forma, como si lo que no sale a la luz perviviera de otro modo más liviano.

Lo que callan algunos sobre lo que pasó, condiciona lo que están viviendo y pesa en su memoria colectiva. Incluso, la última instancia, el rey, lo confirma: “En tierra de muerte hay también alimento... Una nación no puede sobrevivir con la verdad a la intemperie”. De ahí que el libro suscite que el pasado es presente que se desdice, que el pasado continúa vivo pese a su silencio. Sucede y se encuentra en el terreno que pisamos, aunque aparentemente esté oculto. Ese es el suelo histórico descrito por Jakob, el personaje más lúcido e interesante de la novela: “La tierra es como los libros: una vez abierta, también sabe hablar”. Para él, ni siquiera en la soledad de la tierra baldía estamos solos: los ausentes andan por ahí. Hay todo un mundo que no vemos y que la narración apunta a la voz callada de los muertos. En esta novela parecen mostrarse como los más congruentes, aferrados con uñas y dientes a sus tumbas al abrigo de la verdad de la Historia.

Este es un libro poderoso, punzante y perspicaz, como representa también su cubierta, un óleo del pintor alemán Gaspar David Friefrich titulado El mar de hielo (1823-1824), una novela con páginas brillantes y conmovedoras concebidas para que pensemos, un relato de testimonio, fuga, memoria, herida y clamor en todo eso que la gente no quiere saber ni tampoco mirar: “Somos olvido compacto... Que la guerra pone a los hijos en el disparadero... Estos cuerpos son los cimientos sobre los que se construyen los imperios y, como los cimientos de un edificio, alguien ha decidido que deben estar bajo tierra. Si el horror no es visible, no existe el horror”.

Centroeuropa es una novela emocionante desde el comienzo hasta la última página, una escritura en trance continuo que representa todo un atlas narrativo en la que podemos leer los entresijos y conexiones de un relato que pone voz a una Europa que sigue buscándose a sí misma. Un libro que confirma lo que la literatura nunca debe dejar de ser: el lugar donde se disputa la forma de escribir una buena historia.