Todo este entramado se halla presente y trasciende en las páginas de El hijo del chófer (Tusquets, 2020), de Jordi Amat (Barcelona, 1978), que nos cuenta la vida misma encarnada en un personaje siniestro, Alfons Quintá, que no podría entenderse sino como un relato muy bien urdido para llegar a conocerlo en su totalidad: familia, entorno, relaciones, personalidad, ambiciones, chantajes y deliberada inquina. No es solo la historia de un canalla, de un individuo sin escrúpulo que jamás se conformó con lo que tenía, que descubre muy pronto que la información sobre la conducta de los otros puede usarse como un poder para conseguir lo que uno quiere, sino que, en su conjunto, es un libro de memorias, un relato tomado de la vida.
La figura maligna, escurridiza y ambigua de Quintá impacta y hasta fascina. Mantiene una turbia relación con su padre, chófer y hombre de confianza de Josep Pla. Pese a que no lo soporta, se vale de su parentesco para acceder al entorno del escritor y sus influencias. Quintá muestra una personalidad torturada y una vida privada cada vez más oscura que acabará en tragedia. En diciembre de 2016 se suicida tras asesinar a su mujer de un disparo. En el terreno profesional del periodismo aparece en el libro como un personaje resentido, prepotente, agresivo, manipulador y cínico. Añádase a todo esto su obsesiva atención vigilante, a cualquier hora del día, para evitar que se le escapara cualquier noticia de la actualidad para sacarle provecho. Se anticipaba a todos y acudía a cualquier hora del día a su extensa agenda provista de contactos importantes con el fin de obtener primicias informativas que llevaran su firma.
Amat describe con todo lujo de detalles cómo esa amplitud valiosa de informantes permitió a Quintá publicar algunas exclusivas importantes en su día, como el caso de Banca Catalana. Desempeñó cargos de relevancia en la radio y también en la prensa, destacando como delegado de El País en Cataluña en los primeros años del periódico. Fue nombrado por Jordi Pujol director del proyecto de TV3. Ideológicamente no tuvo unos anclajes sólidos y pasó del comunismo revolucionario al nacionalismo convergente, por conveniencia, y de ahí viró a posiciones cada vez más antagónicas, descreídas y personalistas.
Quintá no parecía ser consciente de que el poder establecido es utilitarista y propenso a conveniencias. Esto le pesó, pero no le impidió sobreponerse conforme cambiaba de escenario laboral. El asedio y el terror se vuelven imprescindibles para él a la hora de afrontar los retos de sus nuevos proyectos profesionales. Pero no sabe o no es consciente de que es imposible hacerlo solo, sin las directrices de los que mandan más arriba. Es un narcisista y no prevé lo que le ronda. Su sostén, tarde o temprano, quedará en entredicho, en cuanto puedan o cuando el momento sea propicio, lo utilizarán como escudo si se aproxima una flecha y mirarán hacia otro lado cuando caiga herido.
Este es un libro que atrapa, basado en hechos reales, contado con audacia por un narrador que es inconfundiblemente el autor y que, a su vez, desenmascara los entresijos del engranaje del pujolismo, del cuarto poder, su trastienda y los manejos de su núcleo en el ámbito de la política catalana desde los prolegómenos de la democracia y la llegada del autogobierno. En este contexto se desarrolla la trama de El hijo del chófer, una historia volcada en un sujeto miserable que será el hilo conductor de unos acontecimientos cuya verdad subyacente se va mostrando a medida que la presencia torticera de su protagonista no cesa de enfrentarse a quien se interpone en su camino.
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