jueves, 3 de diciembre de 2020

El pasado sucede en algún sitio

Cuando uno encuentra bajo su tierra, en su propio suelo, un cuerpo enterrado, sospecha que no está solo; de alguna manera, quien halla un cadáver teme o imagina que otros cuerpos aguardan inmóviles a la espera de su turno. Los terrenos de una comarca no pueden mirarse igual tras el hallazgo del primer muerto, porque ya no parecen paisajes floridos, sino camposantos”.

Con esta manera espléndida, inquietante y hasta fantasmal, arranca esta historia que se presta a contarnos lo que le aconteció al narrador nada más llegar de su lugar de origen a unas tierras lejanas en las que había fijado sus ilusiones para dejar atrás un pasado aciago y enterrar allí el drama que llevaba consigo. Centroeuropa (Galaxia Gutenberg, 2020), la obra ganadora del XIII Premio Málaga de Novela, del poeta, crítico literario y profesor Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970), es un emotivo relato de un hombre que confirma cómo la Historia marca el camino de los pueblos y pone sus objeciones al albedrío de quienes la ignoran o no la tienen en cuenta. Es también autor de varios libros, entre los que destaca su novela Fred Cabeza de Vaca (2017) y La huida de la imaginación (2019), un afilado y valiente ensayo sobre el peso de lo real en la narrativa.

Centroeuropa está ambientada en una pequeña localidad a orillas del río Oder, a medio camino entre Berlín y Kostrzyn llamada Szonden que es el lugar donde Redo Hauptshammer, el protagonista y narrador de la novela, se instala para rehacer su vida. El origen de este relato, como cuenta en una entrevista el propio autor, surgió de la lectura de Antes de la tormenta de Theodor Fontane, un hallazgo que supuso una anticipación que le llevaría a aventurarse a narrar esta historia en la que retrata la transformación que sufre la vida de un hombre motivada por un hecho fortuito desde las propias entrañas de aquella época convulsa y prerrevolucionaria que fue la Europa de mediados del siglo XIX. Mora aprovecha las posibilidades que le brinda el género para trazar inolvidables perfiles humanos de personajes representativos de todas las capas sociales, a los que describe con sutileza y fina ironía. Al propio tiempo descorre un escenario histórico lleno de detalles de lo que fue el poderío de Prusia en aquellos años, para desvelarnos también sus secuelas y los sedimentos que dejó en la Europa que vino después.

Entre las muchas virtudes de esta novela destaca su prosa cuidada. El autor vigila las palabras que hacen posible el relato para que se ajusten a las mismas que en el siglo XIX andaban registradas por escrito, pero que suenen naturales, en consonancia con la idea de plasmar un léxico intemporal, de coexistencia entre un lector de entonces y uno de ahora. Pero lo sustancial de Centroeuropa es lo que suscita el protagonista, un joven dispuesto a rehacer su vida en otra tierra y que, sin proponérselo, será el hilo conductor de lo que persigue la idea y el espíritu concebido por el relato: la indagación y el conocimiento del pasado de una Europa marcada por la herencia de sangre tan vinculada al deseo de expansión de las naciones.

Sin embargo hay algo más que destila esta poderosa historia, algo que mantiene su vibración, más allá de lo aparente. Lo que promueve Centroeuropa, y esto sí que es un acierto de la novela, no es exponer un relato histórico, sino sociológico que, al mismo tiempo, trata de buscar los ecos de aquella Europa beligerante para mostrarnos lo que perdura aún de ella en nuestros días. Algo que, a mí juicio, consigue. Todos los personajes que desfilan por la novela para acercarse a los cuerpos encontrados por Redo muestran su perplejidad e intentan dar una interpretación, desde el alcalde Altmayer, el historiador Jakob, jueces y demás prebostes, hasta la gente más sencilla. El peso que en ellos ejerce el pasado reciente se hace ver como un algo presente que los paraliza, como si el hallazgo insólito de aquellos soldados muertos no les concerniera. Por decirlo de alguna forma, como si lo que no sale a la luz perviviera de otro modo más liviano.

Lo que callan algunos sobre lo que pasó, condiciona lo que están viviendo y pesa en su memoria colectiva. Incluso, la última instancia, el rey, lo confirma: “En tierra de muerte hay también alimento... Una nación no puede sobrevivir con la verdad a la intemperie”. De ahí que el libro suscite que el pasado es presente que se desdice, que el pasado continúa vivo pese a su silencio. Sucede y se encuentra en el terreno que pisamos, aunque aparentemente esté oculto. Ese es el suelo histórico descrito por Jakob, el personaje más lúcido e interesante de la novela: “La tierra es como los libros: una vez abierta, también sabe hablar”. Para él, ni siquiera en la soledad de la tierra baldía estamos solos: los ausentes andan por ahí. Hay todo un mundo que no vemos y que la narración apunta a la voz callada de los muertos. En esta novela parecen mostrarse como los más congruentes, aferrados con uñas y dientes a sus tumbas al abrigo de la verdad de la Historia.

Este es un libro poderoso, punzante y perspicaz, como representa también su cubierta, un óleo del pintor alemán Gaspar David Friefrich titulado El mar de hielo (1823-1824), una novela con páginas brillantes y conmovedoras concebidas para que pensemos, un relato de testimonio, fuga, memoria, herida y clamor en todo eso que la gente no quiere saber ni tampoco mirar: “Somos olvido compacto... Que la guerra pone a los hijos en el disparadero... Estos cuerpos son los cimientos sobre los que se construyen los imperios y, como los cimientos de un edificio, alguien ha decidido que deben estar bajo tierra. Si el horror no es visible, no existe el horror”.

Centroeuropa es una novela emocionante desde el comienzo hasta la última página, una escritura en trance continuo que representa todo un atlas narrativo en la que podemos leer los entresijos y conexiones de un relato que pone voz a una Europa que sigue buscándose a sí misma. Un libro que confirma lo que la literatura nunca debe dejar de ser: el lugar donde se disputa la forma de escribir una buena historia.


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