viernes, 30 de julio de 2021

Cuaderno de bitácoras



La relación entre silencio y escritura ha fascinado a un buen número de autores. El vértigo de la página en blanco, como subrayan algunos, está impregnando de silencio. Es un rasgo que une nada y creación, apartamiento y escucha silenciosa. Diríamos que el nuevo libro de José Ángel González Sainz (Soria, 1957), La vida pequeña (Anagrama, 2021) pertenece a ese ámbito y su creador se suma a esa esfera de autores cuya escritura es una escuela de silencio que, desde la proximidad de la naturaleza, la búsqueda del asombro y el arte de la fuga, expresado en el subtítulo del texto, enseña al lector a analizar sus diversas modulaciones y a entresacar de ellas lo más fascinante de cada momento presente que se despliega sencillamente ante nuestros ojos.

En el pórtico del libro encontramos una cita de Yasmina Reza que alumbra y sintetiza en buena medida el origen que sustenta la idea de este ensayo: «Siempre queremos otra vida, ¿verdad? Creemos que las cosas que son la vida no son la vida». Para aprender de nuevo a ver el mundo, proclama González Sainz hay que reconsiderar la vida como es, a partir de una invitación a la reflexión de apreciar el silencio a través de la vida retirada, apartado de tanto ruido exterior, para entender y aceptar mejor aspectos de nuestra condición que, a menudo, no son fáciles de admitir. Por ejemplo, que existimos y que, en consecuencia, somos más lo que nos pasa que lo que decidimos. Reconjugar las cosas, nos dice, porque a veces hay que saber alejarse para poder ver de cerca. A ese proceder de sacarle provecho a la vida lo llama “tentativas de huidas”, teniendo en cuenta la idea machadiana de que todo en esta vida es cuestión de medidas: un poco más, algo menos.

Contemplar y nombrar, por otra parte, es el pálpito que sustenta todo lo escrito en este cuaderno de bitácoras en cuyas páginas se siente bien avenido el lenguaje como depósito de reflexiones y de sabiduría. Ser en el mundo un habitante de la gramática que, de una manera y otra, nos vincula a una historia y a un relato. Apartarse y hacerse perseverar tiene mucho que ver en este libro con entenderse. El autor acude a otras voces para templar y sacudir la realidad y la banalidad del mundo. A esa convocatoria interpretativa quedan invitadas voces imprescindibles como Montaigne, Séneca o Lucrecio. Rinde homenaje, especialmente, a dos autores equidistantes en su quehacer literario e intelectual. Por un lado, a Sebastián Covarrubias, del que extrae algunas perlas de su Tesoro de la Lengua para enaltecer su esencia y sentido etimológico, y, por otro, a H.D. Thoreau con su Walden, una obra fundamental con la que establece vínculos y proximidad de entendimiento. Se dejan ver también resonancias de otros pensadores y poetas que el autor concita para reforzar sus reflexiones, como Peter Handke, Rousseau, Hölderlin o Claudio Rodríguez, entre otros.

Todo lo que en el libro permea tiene que ver con lo que el mundo tiene de gramática, es decir, lo que el mundo representa en relación al individuo. En otras palabras, la dimensión narrativa y moral que conforman esa relación de existir y ser en un mundo. La vida pequeña tiene que ver, por tanto, con el significado predispuesto de habitar el mundo, de intentar establecer un lazo cordial con él. Significa aprender a vivir contra las prisas, clarificar sus pausas. Viene a decir que hay que recuperar la lentitud. Y González Sainz sabe que en el sosiego, en la tranquilidad, en la quietud solitaria es donde se genera el fervor, el entusiasmo tan relacionado con lo que llamamos vivir con ganas. Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, cómo se vive: “Vivir, pues, buscar y experimentar la mejor manera de vivir, de vivir más y con más profundidad y más verdad, más moralidad, más alma, es la cuestión”.

La vida pequeña posee esa misteriosa altitud que engendra el pensar, y que pone en valor la existencia humana caracterizada por poder ser siempre de otro modo. Sacude por la forma de calarnos que tiene su escritura y que actúa desde la sencillez y hondura de sus palabras. Todo en ella es solar, porque cuando un libro resuena dentro de nosotros, de algún modo, nos devuelve a un estado primitivo donde todo está por descubrir y nombrar. Es muy enriquecedor leer un texto tan fecundo y jugoso como este, en el que se deja ver y leer lo contemporáneo y lo clásico desde una misma perspectiva de rigor, convergencia y disfrute.


González Sainz firma un ensayo literario estimulante, un libro perspicaz y luminoso para llegar a la conclusión de que habitar el mundo es intentar establecer un lazo cordial con él, aprendiendo a vivir en la propia fragilidad y en la duda, pero también gozando del retiro y la soledad. Dicho de otro modo, lo que se dirime en este rutilante breviario no es más que una exaltación de ser y estar en el mundo, ese lugar que no es algo que simplemente está ahí, en el exterior, sino que se corresponde con una forma concebida en nuestro ser más modesto y propio.


viernes, 23 de julio de 2021

Un rey de soledades


Nos recuerda Marguerite Yourcenar, en el cuaderno de notas de su obra capital, Memorias de Adriano, que “los que consideran la novela histórica como una categoría diferente, olvidan que el novelista no hace más que interpretar, mediante los procedimientos de su época, cierto número de hechos pasados, de recuerdos conscientes o no, personales o no, tramados de la misma manera que la Historia... En nuestra época, la novela histórica, o la que puede denominarse así por comodidad, ha de desarrollarse en un tiempo recobrado, toma de posesión de un mundo interior”.

Tal vez, desde esta consideración de la escritora belga, el ensayista y novelista Julio Castedo (Madrid, 1964) haya querido abordar Rey don Pedro (Berenice, 2021), un relato histórico, cuyo tiempo recobrado viene marcado por la memoria y el mundo interior del personaje que pone voz a la obra. Para tal propósito, el autor decide escribirlo en primera persona, con la idea preconcebida de evitar cualquier intromisión ajena al protagonista, como si Pedro I de Castilla, testigo de sí mismo, nos hablara de su vida con más firmeza y arrojo de lo que otros pudieron, al reducirla a su antojo, consciente de que “quien detenta el poder, quien sobrevive, impone sus mentiras como verdades oficiales”.

La novela, en su primera parte titulada Soledad y Quimera, arranca con la muerte del rey durante el asedio sufrido en su castillo de Montiel por los ejércitos rebeldes de Trastámara. Durante cinco jornadas nos contará sus orígenes regios, cómo se convirtió en el heredero legítimo de la corona de Castilla tras su predecesor y padre Alfonso XI, sus primeros años de reinado, el ambiente de intrigas... Desde el propio sentimiento sosegado del narrador, una voz introspectiva se irá entrelazando con el presente para seguir contándonos también, no solo las consecuencias finales de su existencia, sino cómo fueron los días posteriores a su muerte. Conoceremos a otra de las figuras clave en la historia del siglo XIV español, enemigo acérrimo de nuestro protagonista, la de su hermano bastardo Enrique, con el que llevará, como es sabido, una relación de inquina y lucha fratricida hasta el final de sus días.

En la segunda parte, bajo el título de Plenitud y Ocaso, dividida en seis jornadas, el rey nos narra sus momentos de plenitud como monarca y da a conocer sus veleidades con las mujeres. Pedro nos desvela su principal anhelo político que no era otro que la unificación de Castilla y Portugal, con quien mantenía buenas relaciones diplomáticas. Una idea que acabará desmoronándose, como se hace ver en el relato, debido a constantes guerras, conspiraciones y ajustes de cuentas entre los diferentes reinos.

Por otra parte, en la novela se destaca su papel como innovador y adelantado a su tiempo, pese a su carácter desconfiado y a su persistente actitud justiciera. Como ejemplo de visión de estado, fijó precios y salarios, reguló la jornada de trabajo y decretó el domingo como descanso laboral. Fomentó los astilleros en Sevilla, Santander y Vizcaya, prohibió el juego y la tala furtiva de bosques. Igualmente, fue un rey que toleró la presencia de judíos y musulmanes en el ámbito social y económico de sus tierras, respetando su cultura y religión, tendiéndoles la mano cuando era menester.

Digamos que el lector se va a encontrar en esta novela, hábilmente armada en un tono de confidencialidad y sencillez, con una figura fascinante y atrabiliaria, que llega al poder con apenas dieciséis años y que se encuentra, ya desde su infancia, con un padre ausente, cuyo cariño y mirada fue para su amante, Leonor de Guzmán, y sus diez hijos bastardos. Pedro tuvo una juventud en la que el odio de sus adversarios arruinó su vida, a la que también contribuyó la traición de su madre, Isabel de Portugal. Ya en su madurez se vio inmerso en una guerra interminable con Aragón. Solo tuvo desvelo y amor hacia María de Padilla, la mujer que le proporcionó sus mejores días de felicidad y paz en casi dos décadas de reinado.


Julio Castedo logra sobrepasar el cinismo de la Historia a través de la propia literatura, por medio de la figura controvertida de un personaje que se deja ver con su voz y su soledad, a partir de sus recuerdos e imaginario, como también se hace sentir desde la propia naturaleza y sentimiento que representa la derrota de la estirpe que encarna. “Vivir –nos dice el propio narrador– no es más que forjar una sinrazón, porque nada de lo que hacemos, ni siquiera el movimiento de un dedo, responde a una sola causa ni traduce un solo propósito”.

La nave de la historia tiene mucho que ver con la nave de la literatura y la de la cultura. Uno, como lector, nunca regala su atención a un libro de forma gratuita. Lo hace cargado de esperanzas, con la idea de recolectar su fruto. Este libro de Castedo nos permite escucharnos a nosotros mismos a través de la voz desatada de alguien que fue un rey y ahora es pasado, pero también interpretación de nuestra condición humana. Aquí, la recompensa la pone su amenidad y su latido literario que juntan la experiencia humana y sus pérdidas.


viernes, 16 de julio de 2021

Vida y supervivencia



José Ovejero
(Madrid, 1958) posee el rango de ser un escritor multidisciplinar. Su pasión por la literatura le ha llevado a explorar y cultivar todos los géneros. Ha publicado poesía, teatro, cuentos, ensayo, novela y libros de viajes. Sus obras han recibido numerosos premios, entre los que destacan, el Premio Anagrama de Ensayo, con su libro La ética de la crueldad (2012) y el Alfaguara de novela con La invención del amor (2013). Es autor también del documental Vida y ficción, un reportaje en el que recoge conversaciones con escritores que escriben en nuestro país como Rosa Montero, Marta Sanz, Juan Gabriel Vásquez, Luisgé Martín o Cristina Fernández Cubas.

Su nuevo libro, Humo (Galaxia Gutenberg, 2021) responde a ese espíritu binario de vida y supervivencia que anida en el alma del escritor y que nos viene a decir que son las palabras las que te hacen entender la vida. Así se confabula a través de la protagonista del libro, una mujer que vive en lo más profundo de un bosque con un niño y una gata, sin contacto con nadie, a excepción de un hombre que periódicamente le facilita provisiones. Una mujer observadora y callada, pero que habla mucho consigo misma, buscando respuestas en lo que palpa y abunda a su alrededor. Una mujer a la que le da igual el nombre del riachuelo que le rodea, el montículo interpuesto en el horizonte o lo que indican los mapas. Le importa, como dice, “sólo las palabras que definen y me acercan a una cualidad propia, única, de lo que toco o veo”.

La novela arranca con una nube de abejas amenazantes sobre la cabaña que parecen contradecir a las voces apocalípticas que vaticinan que su extinción anda cerca. La imagen de este comienzo insinúa lo que la novela irá desvelando conforme avanza: la sensación de estar enfrentados a un mundo desencajado, de no saber cómo hacer frente a los acontecimientos adversos que se producen a nuestro alrededor, según determina la propia Naturaleza. A todo esto, digamos que la novela no es tan pesimista como pueda parecer. Pone su atención en detalles primorosos que se nos pasan, y que merece la pena tener en cuenta para vivirlos con honestidad. Esto hace que sea una novela que vuelve la vista hacia los pormenores, las emociones, la belleza de todo lo circundante. La mujer, de hecho, hace acopio de todo aquello que le encandila y predispone en un momento de la novela, y eso conforma una parte importante del sentido final del relato.

Humo es una historia de soledad, silencio y alertas. La supervivencia es el eje por el que transita. Por ella rondan incertidumbres, refriegas, violencia, resistencias y afectos que devienen sin salvoconductos. En ella se palpa la fragilidad humana y su fortaleza para sortear lo inesperado y tratar de salir adelante. Además, y creo que ahí radica lo más destacable de la novela, Ovejero lo plasma con una prosa jugosa y contenida, muy sensitiva y evocadora, en la que la naturaleza es un personaje más que marca y conjuga los diferentes tiempos del relato, entonando la voz de la narradora, una mujer enigmática de la que no sabemos ni su nombre, ni su procedencia, porque es ella la primera en desentenderse de sí misma y de su vida anterior.

Lo que el lector visualiza se asemeja a un mundo apartado en el que una mujer y un niño andan desprovistos de protección. Lo que importa en Humo no es tanto su hábitat, como ellos mismos: sus sentimientos, sus miedos, su huida hacia algo más propicio y refractario, porque en la burbuja donde se amparan todo parece vulnerable y opresivo. Pero esta mujer insólita y aguerrida atrae mucho. Apenas sabemos nada de ella, tampoco por qué se niega a cualquier dependencia, por qué no establece relación con el niño o por qué se niega a los afectos. Y, sin embargo, los afectos la toman por sorpresa y vemos cómo la ternura que siente por el crío aflora inevitablemente.

Con una potente voz narradora en primera persona, la angustia de la situación que atraviesa la trama de Humo se ensambla con un lenguaje de tono poético validado por una prosa precisa y audaz que hace que el monólogo de la protagonista se decante hacia su mismo reflejo: el niño. En esta breve, pero intensa novela, hay mucho más de lo que se capta en una primera lectura.

Ovejero firma una fábula cruda y punzante, con pasajes muy hermosos, en la que impera la vida, la supervivencia por encima del afecto, y donde la solidez de la condición humana se examina a la intemperie.


miércoles, 7 de julio de 2021

Sobre la tentación literaria



La literatura nunca debe dejar de ser el lugar donde se disputa la forma que todo escritor debe adoptar frente al reto de escribir un texto. Decía
Nicolás Dávila al respecto que «el lector verdadero se agarra al texto como un náufrago a una tabla flotante». Leer supone riesgo, entrar en lo que puede parecer incomprensible al principio y descifrar la propuesta que hace el libro para interpretar lo que hay de nuevo o luminoso en esa propuesta. Porque cultivar la literatura, leer lo ajeno, no es solo un signo de consideración, sino de traducción de palabras y de mundos. Dicho de otra manera: la literatura no es solo lo que dice, sino cómo está hecha.

Iban Zaldua (San Sebastián, 1966), autor de libros de relatos, entre los que destacan, Porvenir (2007), Biodiscografías (2015) o Como si todo hubiera pasado (2018), aborda ahora en Panfletario (Pepitas de Calabaza, 2021) todo lo concerniente a lo apuntado más arriba: a la importancia formal del hecho literario, y lo hace mediante un libro misceláneo formado por manuscritos de diferente procedencia en el que, como subraya el propio autor, lo metaliterario es el verdadero hilo conductor del mismo. Por tanto, en estos Manifiestos, decálogos y otros artefactos a favor (y en contra) de la literatura, como así subtitula su obra, el lector está invitado a una lectura explosiva y reveladora, inteligente y divertida, llena de argumentos y reflexiones en la que su autor muestra su bagaje crítico, como lector y minucioso observador, de lo que pasa en el seno de la República de las Letras.

En él examina algunos de los fenómenos más llamativos de lo que se viene publicando en los últimos años, entre los que destaca el auge de la autoficción. Pero, a su vez, el libro está lleno de recomendaciones de cómo escribir prólogos, contracubiertas, necrológicas o consejos para organizar eventos culturales. Este es un libro sobre la pasión de la literatura, y las propias taras del mundo literario. Zaldua va dejando su halo crítico y sardónico conforme va desmigajando sus textos, igual que, de una manera u otra, señala con insistencia que es más importante cómo se nos cuenta lo que se nos cuenta que lo que nos cuenta cualquier libro en sí. Deja claro, respecto al pacto novelesco, ese principio que sostiene que una ficción funciona bien mientras dura su lectura y nos la creemos, que en la autoficción difícilmente se sostiene. Queda la sospecha, como dice él, de que “el escritor no deja de dar saltos entre mentiras de verdad y verdades de mentira”.

Hay textos verdaderamente ingeniosos, como Los Diez Mandamientos de la literatura, en cuyos preceptos destaca: "Amarás el canon sobre todas las cosas", "No plagiarás, sino que intertextualizarás. Y procurarás tener siempre a mano a un abogado", o este otro: "Jamás darás a entender que estás mintiendo, aunque escribas ficciones". En Autoanálisis, una pieza próxima a un relato o crónica, recoge ese ámbito preocupante que el escritor suele llevar consigo en las presentaciones de sus libros perfectamente resumido en la cita de Rafael Chirbes que antecede al texto: «El escritor lo que tiene que hacer es escribir y si tiene que hablar mucho de tus libros es que tus libros no hablan por ti. Mala cosa».

Da paso también a la importancia del punto de vista en la literatura para abordar cualquier asunto. En literatura, nos viene a decir Zaldua, es fundamental el punto de vista que se adopte a la hora de acometer una obra. Uno se puede ir acercando más y más a la realidad, pero nunca puede acercarse lo suficiente, porque la realidad es una sucesión infinita de pasos, de niveles de percepción, de circunstancias y de falsas apariencias y, por ende, inextinguible, inalcanzable en todo su ámbito. En ese sentido, algunos textos del libro se aproximan a la escritura que aborda el conflicto vasco como ejercicio de memoria.

En otro texto muy significativo sale a relucir el asunto candente de las condiciones indispensables para la iniciación a la lectura. Para Zaldua leer y leer cualquier cosa no significan lo mismo. Sobre ese debate de lecturas obligadas que han llevado a algunos expertos y profesores a posicionarse contrarios a ellas, lo tiene claro: "Yo pediría que me obligaran a leer, no lo contrario. Luego, cada cual verá si obedece o no al mandato. Pero no querría, de ninguna manera, y como punto de partida, renunciar a las lecturas obligatorias. Por si acaso". Y esto es algo a lo que se aferra porque la cuestión del gusto por las letras para él es, básicamente, de índole educativo: "el gusto no surge de la nada, no es algo natural que llevemos impreso en los genes: el gusto se cultiva".


Panfletario aglutina muchos temas candentes de la literatura, un libro que toca con ojo crítico y también jocoso el mundillo literario. Zaldua examina y se examina de la prosa a la poesía, de las novelas de viajes a la autoficción, del relato al ensayo, de la escritura a la lectura, para extraer los detalles de su gusto propio, que no tiene por qué coincidir con un gusto objetivo o con un canon cerrado. Se basta con ser fiel así mismo, como diría Virginia Woolf, y dejarse llevar, con desparpajo, por lo que los libros y su pálpito le predisponen a escribir sin alharacas sobre la tentación literaria.

Estamos ante un libro ameno, jugoso e incendiario, que hace que nos fijemos más en la hechura de la literatura, en la propia vida de los libros, en su corte y confección. Estamos ante un libro para lectores curiosos en los detalles y entresijos que envuelven a ese extenso y libertino parque temático que llamamos Literatura.