martes, 24 de febrero de 2015

La vida continúa


En la literatura, como en la vida, la muerte se suele ver asistida por una aparente irrelevancia o todo lo contrario. Nunca pensamos que la muerte puede ocurrir. Nos aferramos a nuestros quehaceres cotidianos para tener la ración diaria de aire fresco. Dudamos al elegir qué ropa coger, con qué amigo quedar y dónde reunirnos. Nos ponemos en camino, el día entero se abre ante nosotros, breve, porque deseamos volver no muy tarde a casa para recibir la visita de algún otro conocido o familiar. Y, cuando se cumplen nuestras expectativas, esperamos que al día siguiente haga también buen tiempo, sin sospechar que la muerte, que camina junto a nosotros, nos acecha permanentemente. A Millena Busquets, (Barcelona, 1972) de pequeña, le contó su madre un cuento sobre la paradoja inevitable de la muerte en las horas siguientes a la irreparable desaparición de su padre. Ahora, en También esto pasará (Anagrama, 2015), Milena (Blanca, en la novela) nos narra, en apenas ciento setenta páginas, la continuación de aquel remoto cuento de la infancia, porque quien ha muerto es su madre y este libro, precisamente, es un testimonio de amor y homenaje a ella, la persona más influyente y querida de su existencia.

Me gusta acercarme a la lectura de un libro sin condiciones a priori. Lo mejor es entrar en él sin ningún prejuicio, ni a favor, ni en contra. A veces, lo muy celebrado en la prensa puede no ser excelente, o puede acarrear decepciones. Con estas premisas me puse a leer la novela de Milena Busquets, un libro que ha acaparado elogios y reseñas encendidas en distintos suplementos culturales, además de ser la sensación editorial de este inicio de año y que también viene precedida de cierta algarabía originada en la última edición de la Feria de Fráncfort donde, al parecer, ha logrado sustanciosos contratos.

La narradora de También esto pasará, una mujer de cuarenta años, asiste al entierro de su madre, fallecida después de una prolongada y penosa enfermedad. Del dolor por su pérdida la protagonista trata de protegerse desplazándose al Cadaqués de su niñez con sus dos hijos pequeños de sendos matrimonios, invitando a sus exmaridos, citándose con un amante casado y departiendo diálogos morales con dos buenas amigas. Este es el marco escogido por la narradora para llevar a cabo ese ajuste de cuentas que tiene pendiente con su madre. La ausencia materna es el verdadero revulsivo que provoca una revisión biográfica y existencial de su vida para aliviar esa pena.

Mis conclusiones sobre También esto pasará tienen aspectos destacables y otros menos elogiosos. Busquets ha escrito un texto íntimo al que no le falta desparpajo ni cierta malicia, lleno de frases ácidas y reflexivas que abordan el mundo personal de la narradora, ese camino que transcurre entre la juventud y la madurez hasta el momento álgido de la ausencia de su madre, una mujer incisiva y determinante, y el recuerdo, también, de lo vivido y aprendido a su lado. Entre esa carencia y la memoria redivida hay una constante evocación de vivencias personales que se alejan de ese peregrinar por la senda del duelo y dan presencia a otros asuntos: los hijos, la amistad, el sexo, los amantes..., aunque, como afirma la narradora, “vivir con ligereza y alegría no es nada fácil”. Sin embargo, hay tropiezos narrativos que rompen ese aparente discurso literario sincero y ponen en evidencia su naturalidad y originalidad, quizá lo más meritorio de la novela. Al mencionar dichos tropiezos narrativos, me estoy refiriendo especialmente a ese artificio que la autora barcelonesa utiliza cuando entremete en la voz de la protagonista aforismos encadenados para dar amplitud argumentativa. Estas reflexiones, que para algunos pueden parecer lo que mejor sostiene a la novela, no dejan de ser un recurso efectista que emplea la autora para elevar el tono del discurso y que llegan a ser una rémora poco eficaz.

A pesar de lo anteriomente señalado, También esto pasará es un libro interesante, ameno y valiente. Milena Busquets, con su prosa elegante y seductora que parte de lo íntimo, ha dado con la tecla justa para que su auto-ficción propicie la simpatía suficiente en el lector que se siente atraído por la literatura testimonial. Ahí radica lo mejor de esta novela, ya que la escritora catalana trata en su inventiva de no engañarnos y dejarnos el recado de que toda ligereza alivia, como el sexo, a soportar ausencias, porque vivir no es más que acostumbrarse a perder casi todo lo que más se quiere.

viernes, 20 de febrero de 2015

Una educación


Bajo este epígrafe y con el el seudónimo de Lisboa, Martín Casariego (Madrid, 1962) presentó su obra El juego sigue sin mí al Premio de Novela Café Gijón 2014, una historia de aprendizaje a la que el jurado del certamen le otorgó el galardón valorando la escritura fluída del autor y la tensión dramática desplegada en la novela.

El juego sin mí (Siruela, 2015) es una novela de iniciación que tiene de protagonista a Ismael, el narrador, un chico de trece años que arrastra problemas académicos en el colegio. Sus padres deciden ponerle de refuerzo a sus estudios un profesor particular, de nombre Rai, que es un compañero del Instituto, mayor que él, un joven especial que se convertirá en faro y guía para el adolescente. Rai, un chico carismático y misterioso de dieciocho años, se estrena en su nuevo cometido ofreciendo un pacto a Ismael para que en las clases se hable de otros asuntos ajenos a las Matemáticas, siempre que éste cumpla con su parte: sacar adelante la asignatura por sus propios medios.

Martín Casariego tiene el claro propósito de presentar una novela con gancho para jóvenes y adultos y, para ello, se vale de un personaje atractivo, con luces y sombras. Rai es todo un ídolo entre sus colegas y un alumno muy respetado en clase, además no se amedranta ante los cabecillas abusadores de otras aulas, pero en su interior hay mucha pesadumbre oculta. Sobrelleva como puede su tormento. Perdió a su madre al nacer y sólo encuentra consuelo para ese vacío acercándose a los libros que ella leía, las películas que veía y las canciones que adoraba. Solo de esa manera se alivia de tan larga orfandad. Casariego se vale del artificio literario de poner voz a Ismael, el narrador, ya adulto, con veintitrés años, para contar sus peripecias durante el tiempo que permaneció junto a Rai entre los trece y los catorce años, un período vertiginoso y conflictivo, de rebeldía entre la eduación académica y la sentimental. La trama aparece ambientada en el momento presente y no rehuye los problemas actuales: la dependencia de las redes sociales, el acoso escolar, la pornografía infantil o los miedos de los padres a la adolescencia de sus hijos. Ismael va relatando aquellos años de aprendizaje, dejando al lector intensos diálogos, en un marco generacional en el que la adolescencia es efervescencia pura, una etapa sentimental donde, entre sus horas fértiles y de felicidad, también surge el dolor y la traición de algunos compañeros de viaje.

El juego sin mí es un libro lleno de referencias culturales e inquietudes artísticas. Nombres como Leopardi, Kawabata, Goethe, Camus o Cioran transitan entre sus páginas, así como evocaciones sobre obras literarias: Moby Dick, Pedro Páramo, El túnel..., bajo la música de Lou Reed, Elton John o David Bowie y los recuerdos de míticas películas como El ángel azul, Quadrophenia, Verano del 42 y la serie televisiva de Hombre rico, hombre pobre. El juego sigue sin mí conduce al lector a un cruce de camino entre la adolescencia y la madurez, con la promesa de escuchar secretos personales mezclados con resonancias literarias, un recurso estilístico que viene a postular que la vida y la ficción se parecen mucho, más de lo que la gente suele creer.

Martín Casariego ha escrito una novela emocionante y entretenida, una historia que lleva al lector en volandas, gracias a su ritmo ágil y a su prosa directa que fluye sin pausa a lo largo de sus más de doscientas páginas. Si tuviera que constreñir la esencia de este libro recurriría a las propias palabras del narrador que viene a decir en diferentes episodios del relato que la vida no trata de no caer, sino de cómo levantarse y sobreponerse.

En definitiva, El juego sigue sin mí es una historia de aparente sencillez que conmueve por lo que cuentan y viven sus protagonistas, un libro con mucho espíritu romántico y existencialista que saca a la luz temas tan capitales como el dolor, el amor y el suicidio, tres asuntos latentes a lo largo de esta meritoria novela.

lunes, 16 de febrero de 2015

Extraños y solos


Pilar Adón (Madrid, 1971) subraya en una entrevista de hace unos meses que, para ella, el libro es un compañero maravilloso que habla, escucha, aconseja, anima, relaja, se deja llevar, es paciente y está siempre disponible. Suscribo plenamente todos esos eslabones verbales que la escritora madrileña otorga al libro, pero añado uno que suele darse en determinadas obras y produce extrañamiento e incertidumbre, porque hay libros que también inquietan.

El mes más cruel (Impedimenta, 2010) es el segundo libro de relatos de esta narradora, poeta y traductora que se encuadra en esa tesitura de la ansiedad y de la turbación: catorce cuentos inquietantes donde, en la mayoría de ellos, sus protagonistas leen por distintas razones, todos se refugian en las páginas de algún libro, a modo de protección. Si no leyeran se volverían locos. Es la manera que tienen de huir del miedo, la única forma de salvarse del ahogo de sus existencias desesperadas. Dice Marta Sanz, en la introducción al libro, que el lector queda perplejo con la resolución de los relatos de Adón, con la duda de no saber exactamente qué ha sucedido en las historias leídas. Esas incertidumbres –añade– dejan resquicios para volver a pensar sobre lo leído. Lo cierto es que esta antología encierra misterios en los que hay que buscar su sentido rastreando detalles dejados entre líneas por sus protagonistas, muchachas que se pierden y jóvenes que se adentran en la espesura de un bosque o viven entre las paredes de cristal de una casa aislada. Lo fantástico se manifiesta. Cada relato de El mes más cruel finaliza con un poema, como sustituto de aquellas moralejas de la tradición propias del cuento. Da la impresión de que el lector asiste a la revelación de una intuición, a la contemplación de una estampa borrosa a la que se le invita a enfocar. Unos cuentos que parecen concebidos desde el interior de una habitación cerrada por la que se encienden luces que debemos descubrir detrás de sus puertas. Son historias que vienen con un ropaje que nos obliga a deshacerlo poco a poco, para adentrarnos en ese secreto tapado e ignoto. Pilar Adón despliega una prosa sutil y medida en toda su mecánica narrativa para hablarnos de cosas sin nombrarlas: de la muerte y la pérdida, del dolor y el destino inevitable.

Cada una de las historias referidas en esta antología es parcial y por eso resulta más interesante, porque no ha sido resuelta del todo, ni despojada de todo su misterio. Los cuentos de Adón proponen una mirada distante de la realidad, no todo lo que ocurre alrededor de la vida visible de sus personajes es visible, ni está presente, ni acaso se explique con la sola ayuda del sentido común.

Pilar Adón es una formidable narradora que escribe con escasos elementos, sin que el lector quede a oscuras; sus cuentos se adentran en las anomalías del comportamiento humano. Los personajes de El mes más cruel aparecen frágiles, inquietos e inevitablemente melancólicos: jóvenes arrastrados por su pasado traumático, gente apabullada, víctimas de sus miedos. Huyen inquietos, pero necesitados de ayuda, y al lector les sobrecoge porque no da con la clave de sus extraños comportamientos. En El fumigador no sabemos a qué obedece la deformidad del niño, solo conocemos que el chico vino al mundo “inacabado”, pero nos irrita cómo es eliminado. Hay otros episodios escabrosos y turbios como éste. En otro cuento, una acogedora anfitriona abandona a sus invitados y se oculta en un escondite, sobrevenida por un achaque extraño que arrastra sin ser desvelado al lector. En Clara, un relato esquivo de una joven que decide encerrarse en su habitación, donde no se aclara si escribe o lee a deshoras, se prolonga esa icertidumbre entre la realidad y lo imaginado.

El mes más cruel es una recopilación brillante de relatos, con mucho tono lírico y atmósfera hipnótica, con una voz narrativa cercana e íntima, absorbida en lo que está contando. Da igual que el cuento esté narrado en primera persona o en tercera, a Pilar Adón lo que le interesa es la virtud de esa voz modulada y su capacidad de provocar el ensueño en el lector, sin tener que recurrir a finales redentores.

En suma, El mes más cruel es un libro extraordinario que transita por el silencio y el secreto de las vidas extrañas y solitarias de sus protagonistas, bajo la duda de lo que realmente les sucede, un libro habitado por almas truncadas que deambulan en la desolación, machacadas por sus miedos constantes.

martes, 10 de febrero de 2015

No todo es saber

Siempre ando al acecho de las publicaciones aforísticas que se suceden. Me gusta rastrear por los cauces editoriales en busca de novedades sobre este género literario tan particular y sorprendente que cuenta cada vez con más adeptos y seguidores entusiastas por el lado de la lectura, como afines en el bando de la escritura. Lo último que ha acaparado mi interés, aunque llegó con retraso, es el libro Por si acaso (Espasa, 2014), un compendio de reflexiones e ideas bajo la forma breve del aforismo, en esa línea fronteriza entre la literatura y la filosofía que abarca la prosa de pensamiento y el micro ensayo.

Para Ángel Gabilondo (San Sebastián, 1949), catedrático de Metafísica, que fue fraile antes que profesor y ministro, su nombramiento político no le supuso un menoscabo a los dos puntales de su verdadera vocación: la enseñanza y la escritura, sino que fue una travesía de poco más de dos años que le aportó experiencia y estímulo para continuar vinculado a la universidad y al oficio de escribir. Los casi 1200 aforismos reunidos en esta obra vienen a conformar la verdadera filosofía de su pensamiento y su sentido de la vida, aunque Gabilondo está más interesado en adoptar en sus máximas y mínimas, como le gusta nombrarlas, una forma descriptiva, más que imprimir un carácter prescriptivo. Al fin y al cabo, su interés es más de aprendizaje y búsqueda, que didáctico. No es tanto el enunciar un sentir individual en cada uno de sus pensamientos, como en recurrir a la verdad universal, esa que a todos nos ocupa. Es estar más implicado en el razonamiento colectivo, sin negar, ni renunciar al sujeto singular en su momento preciso.

Por si acaso es un texto fragmentario abierto al rescate y al razonamiento, frases encadenadas que parecen formar bloques, como si combinaran intencionadamente unas con otras; un libro que aporta ideas con vocación de permanecer en el pensamiento de quien lo lea, para seguir dialogando, una apuesta propia del autor que entiende la esencia del aforismo como alumbramiento que ha de propagarse. La escritura aforística guarda bastante relación con la literatura autobiográfica y diarística. En realidad, quien practica el aforismo se retrata de alguna manera y revela muchos rasgos de su personalidad y talante:

Si nos falta la palabra, no nos encontramos.
Cuando era niño no tenía probablemente infancia. Ahora sí.
Hay que procurar que coincida la muerte con el fallecimiento.
Tú te fuiste y yo que quedé ido.
Nos pasamos la vida tratando de aprender a vivirla.
Ser preciso es una forma de generosidad.
Es importante aprender que no todo es saber.
No leer es una forma de ceguera.
A veces, el peor de los naufragios sucede en tierra firme.
A oscuras todo cambia de tamaño.
Las casas con libros nunca están del todo deshabitadas.
Cuando sabemos que creemos, creemos que sabemos.

Como todo buen aforista, Gabilondo deja espacios libres para que el buen lector los llene a su manera o cuestione su tronío. Por si acaso configura un bloque compacto de pensamientos, esbozos y hallazgos vitales que deja la estela filosófica de un hombre comprometido con el saber, la conciencia de vivir y la transformación del hombre. Contiene más rebeldía que sosiego, más pellizcos que caricias, más reflexión que elocuencia. Las máximas y mínimas de Ángel Gabilondo no están concebidas como un catálogo de sabiduría, ni un recetario para salvarnos, sino que el empeño, nada pretencioso, va en otra dirección y viene a decir que si son máximas podían ser mínimas pero, en ambos casos, no para olvidarse de la vida, sino para cuestionarla mejor.

No todo consiste en saber y, como apostilla Ramón Éder, un maestro vivo del género, cuando el aforismo es bueno, es una frase feliz, es una verdad irónica, es filosofía cristalizada. Por si acaso tiene que ver con todo esto y más.

jueves, 5 de febrero de 2015

Maridaje literario


En una entrevista reciente, Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) subraya que Las letras entornadas (Tusquets, 2015) es un libro tranquilo. Ante esta afirmación, un tanto sorprendente, uno cree que el escritor vasco lo dice desde la serenidad y el recogimiento, o quizá induce a pensar que el lector ha de acercarse a su obra con determinada actitud. Lo cierto es que, conforme avanzas en la lectura, sientes y piensas que su libro invita a llevar un ritmo lento y sosegado, como no podría ser de otra manera cuando se trata de un texto que traza la trayectoria literaria de su autor, sus preferencias y lecturas importantes.

En sus andanzas literarias anteriores, desde Fuegos con limón (1996) hasta Años lentos (2012), Aramburu ha ido destilando recuerdos y experiencias bastantes ilustrativas que reflejan su universo personal relacionado con los libros. Con su nueva propuesta, el escritor donostiarra rinde homenaje a la literatura como tesoro infinito de vivencias al alcance de nuestro libre albedrío. Las letras entornadas, aunque tiene una estructura narrativa, más que una novela es una colección de reflexiones, artículos y evocaciones literarias que apuntan y desmenuzan obras concretas, así como distintas consideraciones artísticas sobre escritores de diferentes épocas, todo ello enmarcado en un escenario íntimo, de conversación sosegada con otro interlocutor, que el narrador Aramburu llama El Viejo, poseedor de un buen número de botellas de vino selecto, dispuesto para amenizar las charlas de la tarde de cada jueves. En esas horas de dispendio, surgen listas de gustos literarios y lecturas redivivas. Aparecen la influencia vital del Lazarillo, la complicidad del Quijote o la interferencia ideológica de El hombre rebelde, de Camus, que vino a marcar un punto de inflexión en el futuro del escritor vasco, coincidiendo con su traslado a Alemania. En estos primeros capítulos, hasta completar los 32 que configuran el texto, Aramburu va desgranando su infancia y sus vivencias en un barrio humilde de San Sebastián, sus peripecias y anécdotas de juventud para evocar un tiempo pasado y extraer respuestas y preguntas, no sólo a su actividad lectora, sino a sus vínculos culturales con las letras y a su participación en la fundación del Grupo CLOC de Arte y Desarte, una incursión humorística, con guiños surrealistas, que duró tres años, hasta llegar poco a poco a la decisión de emprender su vocación literaria y embarcarse definitivamente en la escritura.

En todo este relato autobiográfico del autor de Ávidas pretensiones (2014) hay un derroche de cercanía y propensión al disfrute sereno, así como un reconocimiento a la obra de tantos otros grandes escritores, como Thomas Mann, Dostoievski, Flaubert, Aleixandre. Tampoco faltan páginas para exponer sus preferencias como lector y crítico sobre autores españoles actuales: Ramiro Pinilla, Giralt Torrente, Juan Gracia Armendáriz o Pilar Adón, a los que dedica elogios encendidos.

Las letras entornadas es el mapa desplegado de un escritor que viene a mostrarnos la andadura literaria de una época, de un tiempo suyo provisto de reflexiones y matices, pero con la convicción de que los libros son el espacio donde el deseo puede todavía seguir conspirando con optimismo, hasta cumplir el sueño de hacerse realidad.

El libro de Fernando Aramburu atesora agudeza y un río de buenas recomendaciones literarias. Las letras entornadas posee la acompasada elaboración de un buen vino con los necesarios cuidados para su cata, un maridaje literario que incita a probarlo. Yo lo he hecho y la experiencia me ha sido grata y apasionante.


lunes, 2 de febrero de 2015

Somos ficciones


Cada noche, cuando nos dormimos, dejamos que se apague, sin titubear, nuestra conciencia y permitimos que vuelva cada mañana cuando suena el despertador. En cuestión de unos segundos recuperamos nuestros dominios mentales y volvemos a dar sentido a nuestra existencia. Con frecuencia, nos recuerda el profesor Antonio Damasio en su libro Y el cerebro creó al hombre (2010), olvidamos que sabemos que existimos y que pensamos, y es la conciencia la que nos permite sentir la experiencia conectada a nuestra subjetividad. A Jorge Volpi (México, 1968) las ideas del neurocientífico portugués y la de otros muchos, como Freud, Nietzsche, Oliver Sacks y Douglas Hosfstadter le animaron a escribir Leer la mente (Alfaguara, 2011), un libro curioso e interesante que lleva implícito, además, un sugerente subtítulo: El cerebro y el arte de la ficción.

Volpi, consumado escritor de relatos y novelas, viene a desarrollar en este ensayo la importancia de la ficción, de la literatura, en la aventura de vivir, hasta el punto de ver esta tarea indispensable para la supervivencia. Para el escritor mexicano, el contador de historias tiene en sus manos los argumentos para que el lector acepte sus inventos, sus imposturas, siempre que lo mantenga en vilo y le ofrezca vivir experiencias emocionantes. Caso contrario, el pacto salta por los aires y concluye con el mismo desaliento que nos embarga al despertar fortuitamente de un sueño. Leer la mente es un libro que se forja en planteamientos científicos para despertar la conciencia del lector y encauzarlo a un terreno más prosaico. El autor de En busca de Klingsor examina las teorías y análisis científicos para establecer su argumentación y aterrizar en la literatura, una fuente histórica indiscutible para analizar la evolución del hombre gracias a los mecanismos existentes de la creación artística con el cerebro, el órgano de ficción por excelencia.

Volpi considera que la historia del hombre pone en evidencia que una de las funciones del arte, y especialmente el arte de la ficción, es la interpretación de ese alma creadora en el mundo. La naturaleza inventiva del ser humano y su condición social determina que su comportamiento, a veces asuma el papel de espectador y, en otras ocasiones, de actor. Me gusta cuando el mexicano subraya en una de sus frases más felices que los humanos somos rehenes de la ficción. Y es que vivir otras vidas contadas no es solo un juego, sino una posibilidad de ensanchar la idea que tenemos de nosotros mismos. Por eso, Volpi insiste en que la novela y el cuento son géneros que nos conducen poderosamente a indagar y a penetrar en las conciencias ajenas, de manera directa y espontánea. Igualmente, abunda y sostiene que quien lee relatos y novelas tiene más posibilidades de comprender mejor el mundo, de entenderse con los demás y de comprenderse a sí mismo, que quien no lee. La lectura se convierte en una de las herramientas más poderosas de aprender acerca de la condición humana. La ficciones serán simulacros de la realidad, como refleja el libro, pero son las que nos permiten sostener y concebir las ideas generadoras sobre nosotros y el mundo que nos rodea.

Leer la mente es todo un ejercicio bien labrado que conexiona ciencia y literatura para tratar de acercar al lector a uno de los avances más recientes e importantes en el estudio del cerebro, cómo se relaciona con la ficción en general y con la literatura en particular.

Decía Einstein que la imaginación es más importante que el conocimiento, porque el conocimiento es limitado, en cambio la imaginación abarca el mundo. Jorge Volpi explota, a mi juicio, esta idea del físico alemán en el libro que ha escrito, un texto jugoso y apasionante que concita tener más en cuenta ese entramado complejo que encierra la mente y su relación con la ficción. Al fin y al cabo somos ficciones y cada uno lleva consigo su propia novela en marcha.