Para responder a esta pregunta podríamos hacerlo discrecionalmente, según el tipo de lector que seamos. La lectura, en sí misma, es una reafirmación de los motivos que impulsan la curiosidad del lector para llevarla a cabo. Nadie duda de que quien lee se siente acompañado. La lectura, paradójicamente, nos sumerge en nuestra subjetividad y nos da la posibilidad de descubrir nuestras emociones, afectos y aflicciones. En ese mismo trayecto acaba revelándose como algo que apenas nos redime de las incontables decepciones y reveses de la propia realidad. La lectura se convierte en un resquicio para sumar compañías y restar soledades, para entender un poco mejor el mundo o pensarlo de otro modo. Leer, como bien dice el poeta Javier Sánchez Menéndez, provoca afectos y, también, efectos.
Ricardo Moreno Castillo (Madrid, 1950), autor siempre dispuesto a abordar los asuntos importantes de la condición humana, como así dejó escrito en sus anteriores libros Breve tratado sobre la estupidez humana (2018), Los griegos y nosotros (2019), Breve tratado sobre la felicidad (2021) o Qué hay de nuevo, Chesterton (2022), vuelve ahora con otro ensayo narrativo, comprometido y subyugante, para examinar las razones del por qué leer es bueno y para mostrarnos la multiplicidad del universo lector. La vida con libros (Fórcola, 2023) es, como indica la cubierta del mismo, una invitación a la lectura, sostenida, en esta respuesta elocuente de su autor: “Fundamentalmente, porque leer es muy entretenido. Y es además un entretenimiento silencioso y solitario, que no perturba a quienes están más cerca”. Y por eso mismo cobra pleno sentido su consideración de que “el buen lector pide paz y la siembra”.
Las metáforas y evocaciones que transitan por el libro son hermosas y provocadoras, dando a valer que en la lectura no hay leyes preestablecidas, sino que son los lectores quienes han de desarrollar sus propios métodos: “Ciertamente, un buen lector no aspira a mayor galardón que el poder seguir leyendo sin interrupciones”; “Para cualquier lector empedernido, un libro es un ser vivo”. Infiere Moreno Castillo en que “el libro es el arma para luchar contra la soledad, la rutina y lo prosaico”. Viene a decirnos también que la buena literatura brota de las buenas y constantes lecturas precedidas: “Todos los grandes libros cuentan la misma historia, la historia de cualquiera de nosotros, por eso nos reconocemos en ellos.” No persigue que su libro se convierta en académico, no. Lo único que le importa es que trate de despertar el amor a los libros.
Esa es la idea principal que recorre La vida con libros, alentar a la lectura como un acto de amor a la vida y a uno mismo, mediante un texto aparentemente pequeño, pero casi infinito en su capacidad de mostrar el caudal de experiencias literarias que alcanza la condición de ser un buen lector, aquel que “no lee para huir de la vida tranquila, sino que ama la vida tranquila que le permite dedicarse a la lectura”. Alguien dijo que leer es el vicio sin castigo por excelencia. Y alguien, como Moreno Castillo, apela a esta otra verdad añadida de que “ningún lector impenitente puede imaginar una eternidad feliz sin libros”. Nos deja sentir lo mucho que los libros tienen en común y el maridaje inesperado que producen, especialmente los clásicos: “Releemos a los clásicos porque cada relectura ilumina la anterior, y nunca terminan de decir lo que quieren decir”.
Necesitamos reflexionar sobre la relación que los lectores mantenemos con el objeto de nuestra devoción, los libros, para vislumbrar de qué manera y por qué razones convendría extender nuestro fervor, incluso para comprender las razones de quienes no leen. Como dice el poeta León Molina: “No pasa nada por no leer. Pero si lees pasa de todo”. De todo, y es frecuente, por otra parte, que no haya un factor determinante para establecer si la lectura de un libro nos va a encandilar o no, sino la suma de varios factores. Lo bueno es encontrar el eslabón para caer en la cuenta y gozar de su compañía, porque como señala Moreno Castillo: “La lectura no evade de la vida cotidiana, sino que le da un relieve que sin la imaginación sería plana”.
La vida sin libros, yo no la concibo
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