martes, 18 de abril de 2023

Desafío íntimo


Es clásico e indicativo el aviso, que encontramos en El Buscón, de Quevedo: «Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres». Algo parecido viene a decir Proust cuando escribe que «el único verdadero viaje de descubrimiento consiste, no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos». También se acerca a este sentir Henry Miller, que lo ve así: «Nuestro destino nunca es un lugar sino una nueva forma de ver las cosas». Desde luego, no se me ocurre nada mejor para aclarar todo este embrollo existencial que acudir a la sensatez de esta otra cita de Carmen Martín Gaite, tan propicia y cabal: «La rutina no está tanto en las cosas como en nuestra incapacidad para crear en cada momento un vínculo original con ellas».

Diría que Gozo (Siruela, 2023) es un texto híbrido entre la autoficción, el diario y el ensayo. En él, la poeta y aforista Azahara Alonso (Oviedo, 1988) recoge muchas de estas ideas y reflexiones en las que están muy presentes el paisaje, el azar de lo cotidiano, la forma de ver las cosas, su contrapunto y, como también veremos, la identificación entre la persona y el trabajo, y cómo gestiona su tiempo y su ocio: “Cuando me pregunto por qué solo accedo a mi verdadera vida en vacaciones, hablo de una reconquista del tiempo. ¿Cómo diría: descanso, ocio, libre albedrío? Aun no lo sé, y quizá esto que escribo consista en abrir camino para encontrarle un nombre...” Desde esta senda interrogativa, de mixtura literaria, Alonso se impone un reto personal en el que trata de escribirse y representarse de una manera fiel y sincera. Consciente de ponerse a prueba frente a sí misma y frente al lector, como un desafío íntimo, recala en su experiencia de la vida cotidiana para abordar los dilemas del trabajo, de la inactividad y el tiempo libre, desde la verdad que impone la realidad en cada momento.

El título del volumen no solo alude al significado en sí de la palabra gozo, como emoción placentera o alegría intensa causada por algo que gusta mucho, sino que señala y hace referencia a una de las islas del mar Mediterráneo que conforma junto a otras el archipiélago de Malta. Desde allí, la autora nos conducirá, mediante su escritura mimética y fragmentaria, a un deambular por la isla y sus espacios, un peregrinar de reflexión y diálogo consigo misma, al propio tiempo de puntualizar en las lecturas de referencia a sus complicidades literarias, en las que se dan cita escritores y pensadores, como Susan Sontag, Carmen Martín Gaite, Georges Perec, Walter Benjamin, Séneca, Chantal Maillard y otros muchos. Merodear por sus páginas le valen para sostener que “esta vida que obliga al tránsito nos abre la posibilidad de la extranjería relativa. Habitamos intermitentemente con la habilidad de quien mantiene algunos secretos, pero también con una mirada un poco perpleja”.

A partir de su estancia en la isla de Gozo, Alonso irá desplegando su manera de entender el trabajo como sostén de vida, con todo lo que conlleva de estrés, frustración y dependencia, y cuyo excesivo protagonismo incide en el valor social que representa, tanto por no tenerlo, como por tenerlo, sin que nos complazca. La narradora refrenda ambas situaciones apuntando a la precariedad del mercado de trabajo que la lleva a pensar en la conveniencia de gozar de más tiempo para sí misma, para más lecturas y para mantener distancia durante un tiempo con la realidad laboral. Por eso, decide tomarse un año sabático con su pareja en aquella isla apartada, desocuparse y rebajar las prisas: “Yo quería frenar porque a mayor prisa –como dice Martín Gaite–, mayor ofuscación, ¿y quién quiere cumplir la fatalidad de una conciencia tardía, caer en la cuenta cuando es demasiado tarde?”.

Otro punto destacable del libro es el que responde al binomio: turismo y ocio, dos asuntos entrelazados que, bien visto, poco o nada tienen por qué coincidir en su acontecer. El turismo, viene a decir Alonso, parece haberse instalado en una participación global atosigante en la que predomina el escapismo, el viajar por haber viajado, o lo que es lo mismo: “La ficción turística que supera y absorbe la realidad [...], desde hace unos años todo el mundo visita parques y museos, los ateos sin interés en el arte acuden en masa a las iglesias y nadie olvida los mercados, incluso quienes no tienen maña culinaria y se alimentan habitualmente a base de platos precocinados”. El turismo, al igual que el trabajo y el ocio es llamado a capítulo para tomarle medidas y descabalgarlo de sus excesos.


Gozo es un diario ensayístico que suscitará adhesiones en quien lo lea. Aquí se ponen en solfa algunos conceptos de ahora que conviene revisar, muy ligados a nuestra condición humana, al disfrute del tiempo libre, que repara también en esa perversidad oculta del trabajo por cuenta ajena y sus efectos perniciosos, así como la experiencia particular de verse sumido en el sentir y visión de su narradora, bajo la cartografía propia del lugar, empatizando con ese aire de vida isleña que trastea, sin lamentos, solo por tanteo y proximidad, en temas seleccionados que importan de verdad, con la esperanza de que algún día las cosas puedan ser mejores. Un libro inteligente, de vuelo literario, son poético y asuntos cruciales que dicen mucho sobre el arte de vivir y de mirar las cosas con nuevos ojos.


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