miércoles, 11 de agosto de 2021

Cuentos perturbadores


La literatura está hecha de nombres propios que, de una manera u otra, desmitifican la especie humana. Muchos de ellos, al no tragarse la mentira de la equivalencia y de la semejanza, como apunta el escritor Fabio Morábito, han escrito textos maravillosos que, a base de lenguaje, han condensado la propia controversia del lenguaje para acercarnos a la realidad del mundo con la palabra exigida. En ese propósito de encadenar palabras y dotarlas de un lenguaje recurrente se atienen, como el caminante que salta sobre las piedras de un arroyo, donde la argucia del escritor entra en acción para hacerlo tan solo sobre algunas de ellas, las que les permiten saltar hacia las otras para alcanzar la orilla deseada.

Agota Kristof (Csikvánd, Hungría, 1935, Suiza 2011) pertenece a ese grupo selecto de autores, una voz propia, implacable y desafiante que escogió el aprendizaje de leer y escribir en otro idioma, despojándose de su lengua madre, para alcanzar una orilla literaria más propicia a desvelar el verdadero sentido de su realidad y de su imaginario para entenderse con el mundo. Tuvo que salir de su tierra a los veintiún años, huyendo de la invasión soviética. Fue a parar a Suiza, donde permaneció hasta sus últimos días, y allí desarrolló su carrera literaria en francés, el idioma del que no sabía nada y que acabó dominando y haciéndolo suyo. Kristof fue una mujer luchadora e indómita cuyos anhelos se vieron chafados por la guerra. Gracias a su carácter bizarro salió adelante, con nuevos sueños en el horizonte y ganas enormes de cumplirlos.

Ciertamente, fue su obsesión por la escritura, a pesar del desconocimiento del idioma, lo que la llevó a escribir Da igual, un conjunto de cuentos plagados de crudeza y fatalidad, y que ahora publica la editorial Alpha Decay, un cauce literario que le permitió registrar su conflicto con el mundo. El libro se compone de un buen puñado de narraciones breves, cada una de ellas con su vuelta de tuerca, con el giro recurrente capaz de señalarle al lector que, más allá de lo escrito, se entrevé otro significado, un matiz oculto, un fuero despiadado o, simplemente, una cruda consecuencia. Algunos se muestran sencillamente directos, severos y realistas, y, en cambio, otros aparecen forjados en un caleidoscopio metafórico en el que se agitan angustias, pesadillas y sorprendentes paradojas.

Desasosegantes o “despiadados”, como así se anuncia en la cubierta del libro, estos relatos de Kristof no defraudan a quienes ya disfrutamos de dos de sus obras capitales como son La analfabeta y Claus y Lucas. La muerte, el destino, la soledad del individuo, el abandono o la libertad son asuntos recurrentes, pero también confluyen la guerra, la venganza y muchas relaciones familiares fallidas. Agota Kristof posee una gran imaginación que sabe encajarla en extraordinarias miniaturas narrativas en las que destaca, además de condensar pasajes de la vida en dos o tres párrafos, la perfidia con la que está construida sus historias, su toque maligno y la atmósfera inquietante que las envuelve. De ninguna de ellas se augura un final benévolo, ni siquiera un barrunto de esperanza. Todo se reduce a una inquietud persistente de que algo malavenido se aproxima. La vida es así, sin medias tintas, viene a decirnos, un propósito literario dispuesto para que el lector se deje llevar y así lo crea.

Los cuentos aquí reunidos no solo conforman las primeras exploraciones literarias en lengua francesa de la autora, sino que, al mismo tiempo, condensan su poética. El diálogo como forma narrativa se encuentra muy presente en muchos de ellos. A veces, como le ocurre al primero de ellos, El hacha, la voz de una mujer se impone en un persistente monólogo mediante el cual le cuenta al médico las extrañas circunstancias de la muerte de su marido. En mi casa es otro relato en el que una sola voz mantiene un diálogo consigo misma para establecer que el hogar, además de refugio, es pórtico de tiempo, soledad y confort. En otros, la voz narrativa interpela y dialoga con más interlocutores, como ocurre con Los números equivocados, La casa o Las calles, dejando al desnudo algunos de los temas candentes de su escritura, como son la pérdida y el exilio.


Es extraordinario cómo Agota Kristof maneja al lector en estos veinticinco cuentos, hasta el punto de que compartamos la ferocidad y el desgarro de lo narrado como pesadillas reveladoras, y eso sea precisamente lo que nos haga sentirnos más próximos a esa intemperie desatada que atraviesa cada pieza donde se dan cita conflictos, maldad y anhelos poco indulgentes.

Da igual es un libro intuitivo y minimalista, de estilo vivo, seco y expresivo, escrito desde la verdad y la desnudez del lenguaje, que subyuga al situarse más allá de lo verbal. Por eso engancha, por su fuerza y embrujo.


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