viernes, 8 de marzo de 2024

Un lugar en el mundo


El primer elemento con el que se encuentra un lector al empezar un libro de relatos, una novela o un diario, es la voz que narra la historia de lo que sucede. Esa voz le va a acompañar desde la primera página hasta la última, y nosotros, los lectores, debemos creer en ella. Como mínimo, debería hacernos sentir algo que nos permitiera concebir una opinión concreta y constante sobre su idiosincrasia y naturaleza. Las palabras iniciales nos van a aportar, de inmediato, información, imágenes, emociones y detalles de los rasgos y del carácter distintivos de esa voz. Incluso, todo al unísono, tal como ocurre cuando paseamos por la calle y alguien, de repente, se pone a contar sus andanzas en una esquina o en la terraza de un bar.

El narrador que nos aguarda en Ponme otra copa, Servando (Sloper, 2024) fragua su historia mediante una voz arrolladora, descreída, osada y rebosante de lucidez para que le sigamos por los incontables recuerdos y vislumbres, dispendios y letanías literarias que abundan en cada resquicio de sus pasajes. No hay página en donde no encontremos algún hallazgo sorprendente que nos sitúe en ese lado, fuera de lo comúnmente admitido. El bar de Servando es el punto de encuentro, la coordenada marginal de un lugar en un pueblo de Granada donde se confabula lo real y lo ficticio, donde se juntan la palabra y la vida, y se escuchan, entre copa y copa, ladridos del pensamiento del propio narrador, sin miedo a la intemperie, para cuestionarse e interrogarnos sobre la vida y la literatura, lo tangible y lo insólito, y afinar nuestra conciencia crítica.

Sergio Mayor no es un fabulador al uso, ni un historiador, y mucho menos un profeta. Mayor es, más bien, un aullador de la existencia, la suya, que tampoco es ajena a la nuestra. Su libro se orienta hacia la escritura y el reflejo del yo en todo, con intención de revelar su propia experiencia frente al día a día y al discurrir de las horas, que lleva consigo un jirón que toca a la puerta de lo cotidiano, no queriendo ser la misma anécdota, buscando el porqué de las costumbres, el porqué de lo leído en los libros, el porqué de la escritura, “que es una técnica de desaparición”. Cuesta creer que su escritura sea la de un eremita. No parece estar aislada, ni emocional ni físicamente de su entorno, de todo lo que le pellizca, de los libros, de la literatura y del pasar de los días, aunque ocurra con desbarajuste: “Un tipo dice que escribo con desorden. Puede ser. Mi pensamiento no es el plano del metro de Londres”.

Se lamenta del narcisismo extendido en el mundo de las letras, de tanta vacuidad y verborrea escritas y, a continuación, celebra y brinda por todos los que se abstienen: “¿Quiénes son aquellos que no escriben? ¿Quiénes los últimos que aún no escriben? Bienaventurados los hombres que no escriben porque ellos conocen el valor de las palabra?” Por todo ello y por más que vamos encontrando el contrapunto en la lectura, el libro de Sergio Mayor, en realidad, es un poema en prosa transformado en diario ensayístico, un relato fragmentario atípico por el que transita un personaje libre, descreído y nada convencional, de humor reservado y cierta propensión a la invisibilidad. Sus ideas no explican nada, estallan. Hablamos de un ser de carácter socrático y conciencia burlona, sin caer en la maledicencia, que se afana en defender la literatura contrahecha y en proclamar que la poesía mala no existe, porque quienes la escriben no son poetas, sino “humoristas”, y que confiesa sin titubeos: “He leído libros malos por una reseña mentirosa. Me he perdido libros por ausencia de reseñas”.

Este libro de Sergio Mayor, de título jocoso, no es lisonjero, sino todo lo contrario. Contiene resuellos literarios de toda índole: aprehensiones y contrapuntos, resoplos clásicos y disonancias modernas, vida imaginaria y vida a ras del suelo, con mucho alcohol destilado de trago corto y prolongado retrogusto. Hay mucha vida arremetida aquí contra lo convencional y, en eso, Sergio Mayor no desperdicia su munición de letraherido, de lector impenitente y libertario para darnos referencias de autores recurrentes, como Platón, Dante, Montaigne, Pascal, Eliot, Darío, Buzzati, Carver o Vila-Matas entre una larga lista. Hay también aforismos salpicados de gracia y desparpajo: “Busco la influencia en los cementerios de confianza”; “La patria es la vanidad de las naciones, el estupor de los himnos nacionales”; “Narcisismo unánime. Todos somos escritores”; “Jamás he decepcionado a un detractor”; “Dicen que mi literatura es una literatura del yo, y es cierto, pero mi yo es un «yo» muy impersonal”; “No he dejado la bebida por mi mala sobriedad”...


Alguien dijo que existir es ser distinto, que vivir es reescribirse. Sergio Mayor encaja muy bien en ese perfil, en esa manera de ser y manifestarse, de entender que la literatura es más lúcida, más libre y puede ir más lejos que la filosofía, al no tener las ataduras de la lógica, para hacernos pensar, para darnos compañía y remover el sentido fulgurante del acontecer cotidiano del mundo. Diría a todo esto que, tal vez, haya mucho más que añadir sobre un libro como este, tan poblado de brillantez, de reflexiones y desacatos que hablan mucho del secreto literario de quien lo promueve, pero aquí me paro. ¿Sería suficiente? No lo sé porque un buen libro nunca se acaba de cerrar, un buen libro admite variadas lecturas.


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