domingo, 25 de febrero de 2024

Lances del destino


Leyendo esta nueva novela de
Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) constato que en la vida hay dos indicadores fundamentales interrelacionándose entre sí: el primero, el pasado como dimensión del presente. Dice Faulkner al respecto que el pasado no acaba nunca de pasar, que es imposible entender el presente sin haber entendido el pasado. El pasado está muy presente en el ahora de esta novela suya. En el presente de La última función (Tusquets, 2024), además, hay una constante de obligarnos a reinterpretar el pasado que la empuja. El segundo indicador, que también transita por su nuevo libro, determina que lo colectivo es una dimensión de lo personal.

Landero es tan consciente de ello que, en esta nueva incursión narrativa, sus protagonistas muestran sus vidas bajo ese factor determinante de lo colectivo para entender lo personal, lo dispuesto por uno mismo. La última función es una fábula rebosante de aire cervantino que narra la vida de Tito Gil Pérez, hijo del dueño de una gestoría que ahora regenta, mal que le pese, un aspirante a actor de teatro, con un don natural formidable de poseer una voz extraordinaria y renombrada, sin conseguir jamás triunfar como él hubiese querido. Por otro lado, y como contrapunto, también narra la vida de Paula, una mujer de mediana edad que encarna una existencia anodina, más dispuesta a la huida que a revalidar su descontento vital. Ambas vidas equidistantes confluirán en un apoteósico lance del destino, dejando atrás el descontento que les ha supuesto el vivir, dispuestos y animados a encarar el reto sobrevenido de convertirse en artífices de una representación teatral en un pueblo de la Sierra de Madrid.

En esa órbita elíptica recorrida hasta ese punto de encuentro, Landero empeña su tentativa, abordando las confluencias del arte y el amor por medio de la inventiva de un enredo escénico. En la novela estos dos elementos conectan como forma de redención de la condición humana, de la vida en sí, que sin estos dos pilares carecen de estímulo. Todo arranca cuando Tito Gil reaparece por el pueblo de San Albín o Montealbín para hacerse cargo de la herencia de una tía suya, cuando la afligida Paula llega al mismo lugar, por error. Esta coincidencia dará pie a encender igualmente el ánimo colectivo de los lugareños por recuperar un viejo auto sacramental, la representación teatral y colectiva de la leyenda de la Santa Niña Rosalba, que no se hacía desde 1958. El plan surgido estallará en júbilo para todos los vecinos, que se unirán al unísono en pos del montaje del espectáculo, además, cada uno con su papel asignado para la representación.

Este encendido afán colectivo da mecha para que Landero aproveche su caudal narrativo en ese cometido reservado a la literatura, que no es otro que explorar las infinitas posibilidades de lo humano. Es aquí, en este empeño, donde se nos hace reconocible su estilo, en su manera de contar, con esa prosa suya sencilla y atinada, de tono oral, habilitada por su abundante riqueza léxica y fraseo recurrente, donde muestra como nadie ese orden narrativo tan personal, cuyo carburante brota siempre de la realidad. Landero tiene la capacidad de unir una palabra con otra en una secuencia que encaja en la mente del lector tan bien, que se convierte en algo parecido o equivalente al engranaje de la misma realidad. Para él, como ya dejó escrito en El huerto de Emerson (2021), “todo, todo está en el fardo de la vida”.

También hay en la novela ese vínculo de amena lectura que caracteriza su obra anterior, tan es así que vuelve a repetirse esa sensación de otros libros suyos, que nos atrapan y emocionan, resultándonos corta nuestra andadura lectora, dejándonos ecos de haber pasado una estancia intensa y gozosa, con ganas de que se prolongue. Con sensación parecida de perplejidad y añoranza se han quedado los habitantes de San Albín tras esta exitosa función última, celebrada en la plaza del pueblo, como queda dicho al final del libro: “En cuanto a nosotros, los contadores de esta historia, ya viejos y desmemoriados, nos reunimos alguna tarde en un café de Madrid, y a veces, como hoy, cuando llega el buen tiempo, nos acercamos al pueblo, y aquí, entre la soledad y el abandono, recordamos los viejos tiempos, y sobre todo aquellos meses y días de gloria, aquella grande y esforzada ilusión que se quedó en apenas nada, en las cenizas frías de un sueño y en la problemática gloria de unas ruinas”.


Luis Landero forma parte de ese grupo selecto de novelistas que nos fascinan una y otra vez con sus libros, con su prosa y su estilo de narrar, y ese don que posee para observar de cerca los detalles, para visualizar una escena, o una secuencia, o un sentimiento, y convertirlos en historias y en verdad literaria. Con esta novela nos vuelve a cautivar. La última función es una hermosa historia, tan vívida como épica, que nos depara un desenlace sorprendente y coral que invita a pensar que los sueños siempre tienen alguna posibilidad de convertirse en realidad, y, a veces, hasta en lances del destino. Landero, con su amena habilidad de siempre, sigue dándonos a sus lectores sorpresas agradables que nos llenan de gozo.


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