lunes, 5 de febrero de 2024

Relatos confesionales


Sergi Pàmies (París, 1960), con igual soltura y eficacia que en sus obras anteriores, centra buena parte de los diez relatos de su nuevo libro A las dos serán las tres (Anagrama, 2024) en resaltar la realidad y lo que esta misma nos muestra tanto en sus menudencias como en sus excesos de expectativas. Pàmies viene a decirnos que cuando lo narrado tiene mucho que ver con las experiencias personales y el propio devenir de ser escritor, hay que asumir que todo lo que nos sucede es susceptible de convertirse en fabulación, en parodia o en artificio autobiográfico. Es por esos contornos donde se cruzan estos relatos confesionales que acaban de publicarse, llevándolos al límite de su esencia, derivándolos a memorias emotivas en las que la vida no deja de mostrarse como material literario.

Y es así como Pàmies asume su voz propia, por medio de una voz narrativa que no solo tiene que ver con la persona del narrador, su tono y sus recursos, sino también con el binomio de lenguaje y sentido, de oficio y seducción propia. Ya desde su primer relato, que lleva por título La segunda persona, el escritor barcelonés, utilizando la virginidad como metáfora genuina de la escritura, refiere, con ese desenfado tan propio suyo, que, “salvando las distancias, el oficio de escribir sigue una lógica similar de expectativas y de voluntad de seducción”. También se predispone a contestar por qué escribe, o mejor dicho, lo que le importaría resaltar: “Que para mí escribir nunca fue la consecuencia de ninguna predestinación sino de una carambola de tiempo libre y equilibrio entre esfuerzo, facilidad, azar y satisfacción”.

En el siguiente, Días históricos, nos cuenta en una misma pieza narrativa, partida en dos, vivencias de un periodo amplio de una existencia tumultuosa tras la muerte de Franco. El proceso de escritura aquí también está presente, dejando ver que estamos hechos de historias, y que seguimos en el mundo a través de las historias que oímos y contamos, y estamos, sobre todo, en el mundo a través de las historias de las que formamos parte. Por eso mismo intuye y subraya que la función de escribir o contar historias depende por completo de sus significados y de tener siempre muy presente que hay que “poner la ficción al servicio de la realidad”. Pàmies sabe que toda historia se hace solo de palabras, y que esas palabras se encarnarán en personajes, en acciones que urdirán argumentos y tramas, en ideas acerca del mundo, en referencias a espacios y tiempos donde el escritor difícilmente se puede quitar de en medio.

Hay un rastreo en la mayoría de estos cuentos por determinados ámbitos de su vida que aprovecha, con suma ironía y se vale de la astucia para mostrar esa cualidad de transformar lo autobiográfico en fabulación. Pàmies desentraña que uno se convierte en escritor tan solo cuando comprende que escribir significa decir las cosas de cierta manera, que escribir representa una búsqueda en pos de la propia identidad, porque ya somos conscientes de que la literatura es una revelación, aunque mediante ella solo se consigan atisbos para reinterpretar nuestras vidas. O también ocurre, como deja ver en el relato en el que coincide con su admirado Vázquez Montalbán, en unas jornadas literarias en Quebec de autores barceloneses traducidos al francés, que “hay momentos en la vida en los que todo adquiere un sentido que no te será revelado hasta muchos años más tarde”.

En Por qué no toco la guitarra deambula entre guitarras y guitarristas como Atahualpa Yupanqui, B. B. King, Django Reinhardt o Paco de Lucía para establecer una conexión entre las ganas de tocar y su sentido: “Tocar la guitarra no era solo una afición, sino una seña de pertenencia” [...] “Si las guitarras hablaran, contaría esa época”. Pàmies proyecta en sus personajes siempre sus circunstancias y la época en que les tocó jugar sus bazas, con sus atajos e inconveniencias, razones y sinrazones. Este entresijo de situaciones trasciende en Te quiero con meridiana claridad. La historia se cierne en una pareja que se conoce en los Juegos Olímpicos de Barcelona y treinta años más tarde descubre, a raíz de un regalo de bodas que sale mal, que las celebraciones proyectan muchas veces la frustración continuada de hábitos atávicos, por encima del entusiasmo propicio que debieran.


Todas estas servidumbres quedan bien retratadas en las historias de A las dos serán las tres, relatos que dejan ver que los deseos se cumplen de un modo imperfecto, y, solo con un poco de suerte, algunos logran la altura deseada. Pàmies, una vez más, vuelve a demostrar su talento y singularidad como fabulador, sin renunciar a su fantasía, valiéndose de una prosa ágil y concisa.

Las buenas historias viven en lo sencillo que nos rodea, pero curiosamente lo hacen fuera de la lógica y, en esto, Pàmies, con su gran capacidad de observación, es un maestro.


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