La sencillez de sus historias, además, es su estela, y la claridad y la honestidad, sus señas más reconocibles. Pero si hay que destacar el rasgo más característico y significativo suyo, no encuentro otro más propio que el de la memoria, como ámbito y fuente de inspiración, como mapa por el que transcurre la esencia que mejor justifica su narrativa. Y así lo recalca en Biblioteca Bizarra (2018), un libro interesantísimo de doble bifurcación y dialéctica entre el oficio de ser escritor y el oficio de vivir, con estas palabras: “Pues un escritor escribe desde allí: desde lo que ha visto, desde lo que ha escuchado, desde los olores y sonidos que revolotean como mariposas en su memoria. No escribe su memoria. Escribe solamente a partir de ella. Desde ella”.
En Tarántula (Libros del Asteroide, 2024), su nuevo libro, vuelve a esa misma génesis: el pasado. Regresa a la memoria de su infancia para recrear unos hechos vividos a finales de 1984 cuando tenía trece años y fue enviado por sus padres, junto con su hermano más pequeño a un campamento de adoctrinamiento en el altiplano boscoso de Guatemala. El narrador, que no es otro que el propio Halfon, reconoce que, tanto él como su hermano, apenas conocen el lugar donde nacieron. Muestran dificultad con la lengua, debido a que hace ya algunos años viven en Estados Unidos, y cierto desconcierto con la experiencia impuesta de recuperar sus raíces y, aún más, entrelazándose en la convivencia con otros niños judíos en un paraje que, como les dicen, será propicio para aprender técnicas de supervivencia adaptadas a la naturaleza judía de sus participantes.
Halfon arma toda esta historia bajo un denominador común en el que el odio es el protagonista desafiante y perverso que transita por el lugar. Está presente como símbolo también, un odio al paradigma judío y a los judíos, un odio a la atrocidad nazi y a los nazis, un odio, en realidad, a toda imposición, a toda demostración marcada por la fuerza, a toda esa locura que las guerras han justificado siempre. El tiempo narrativo del libro, por otro lado, discurre al capricho del narrador que opta, según interfieren hechos, personas y significados, a pasar del pasado al presente, con soltura y dinamismo, ocurre lo mismo con los enclaves: desde el bosque guatemalteco donde tienen lugar las andanzas infantiles en el peliagudo campamento, hasta escenas del presente en un café parisino o en un bar tailandés de Berlín.
Como ya comenté en otros libros suyos anteriores, todos y cada uno de los relatos de Halfon conforman una novela en marcha. Tarántula es otro eslabón más de ese encadenamiento narrativo por el que transcurre su travesía literaria. Todos y cada uno de sus escritos están conectados entre sí, incluso vuelven a escena recuerdos familiares, como el del abuelo polaco que anduvo prisionero en Auschwitz o el del niño Salomón que murió ahogado en un lago, y más recuerdos y vivencias que el autor toma en consideración para hacer que algunos de los pensamientos o imágenes que pueblan dichos escritos salten libremente de un tiempo a otro, con el fin de explicar algo que facilite su avance por la trama. Esta manera que tiene Halfon de contar las historias toma la forma de la novela, de la autobiografía, de la autoficción y, también, del ensayo, algo muy característico y singular en su narrativa.
Todo lo que escribe Halfon sobre sí mismo forma parte de su mito personal. Tarántula es otra estupenda pieza más de ese ejercicio constante e indagatorio de un proyecto literario en marcha que va en una misma dirección, que continúa con igual calidez narrativa y prestancia a la que nos tiene acostumbrados. Somos muchos los que seguimos fascinados con el imaginario de su literatura y su sentimiento de pertenencia a una identidad histórica, compleja y trasnacional como la judía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario