miércoles, 3 de julio de 2024

Miradas y reflejos


Digamos que cuando definimos un texto como literario, nos estamos refiriendo a que lo que se dice en él debe interpretarse en función de cómo se dice. Es, en palabras de Terry Eagleton, «el tipo de escritura en la que el contenido y el lenguaje utilizado para expresarlo forman una unidad inseparable». Además, el propio lenguaje forma parte de la realidad o la experiencia, en lugar de ser un mero vehículo para transmitirlas. Por eso mismo, un texto literario requiere ser leído poniendo atención especial a todo lo que incumbe al lenguaje, como el tono, la cadencia, el género, la sintaxis, el ritmo, la estructura narrativa, el estado de ánimo, el contexto, la puntuación y, en definitiva, todo lo que podríamos considerar su forma. Toda lectura implica una ambientación considerable alrededor de estos fundamentos.

Qué duda cabe que la seducción conforma también uno de los aspectos más destacables de todo texto literario. Lo sabemos bien los que acostumbramos a tener siempre un libro entre las manos, los que frecuentamos librerías y nos dejamos persuadir por los universos que las historias de otros nos descubren e insinúan, por las palabras de otros en las que encontramos pensamientos propios y ajenos, atisbos y destellos buscando el porqué de las cosas. El libro Notas de campo(s) (Ediciones del Genal, 2024), de Álvaro Campos Suárez (Málaga, 1981) transita a merced de estos menesteres. Son textos breves que aparecieron en la revista Manual de Uso Cultural entre el 2014 y 2024 en los que encontramos un buen compendio de artículos que reflejan el alma de un lector avezado que aborda distintas confluencias de la literatura, desde su bagaje cultural y su fascinación por los libros, hasta su constante apelación a la cultura y al pensamiento como acicate de la vida.

Son veinticinco escritos de una página de extensión que abordan especialmente la lectura como acto acumulativo, en el sentido de que todos los textos leídos a lo largo de una vida van dejando su poso y señuelo, sumándose, más que a lo que el lector ha leído antes, a lo que ha entendido y sacado de provecho de todo este proceso. Hay textos que se bifurcan por la creación artística, por la poesía, por la órbita del universo y sus utopías, “porque en la vida, todo es soñar”. El sentimiento literario no deja de estar presente y de manifestarse de forma continuada, aunque el tiempo se muestre desapacible, como así nos dice: “Nunca hace frío en compañía de un buen libro”. En otros, se convierte en resquicios para entender un poco mejor el mundo o para pensarlo de otro modo, especialmente cuando se pone a hablar del viaje y de los viajeros, dejando ver que “la tarde en un café observando el comportamiento ciudadano, tomando el pulso a la ciudad apostado en una plaza, puede ser más rentable para los sentidos que la visita apresurada a cinco museos”.

Notas de campo(s) conforma en sí un cuaderno de pensamientos, vivencias y soledades en el que cabe una amplia mirada del mundo desde la esencia de los libros y de sus autores, a través de una percepción impregnada de significados e ideas. Se afana Álvaro Campos en destacar su entusiasmo por los libros que, como lector, no quiere solo que estos le complazcan, sino que también aspira a ser comprendido en ellos. Deja entrever que no hay pautas sabias para la lectura, tan solo atrevimiento y curiosidad afectiva: “Son mi compañía, y sospecho que, de algún modo, también yo soy la suya. Nos cuidamos mutuamente”. Detalles, vislumbres y remansos se conjugan en estos artículos donde lo particular esconde semillas de un aprendizaje de decir más de lo que dice, de experiencia acumulativa de contar y contarnos lo vivido, como refleja esta luminosa reflexión suya: “La vida es, sí, un ejercicio de supervivencia, pero en nuestro tránsito del existir también habita la amistad, la luz, la alegría”.


Toda lectura siempre apareja un compromiso de perseverancia. Esta observación nada baladí la revierte Álvaro Campos en los textos reunidos en el libro, y repara en la importancia de la lectura como compañía, pero también como experimentación sobre uno mismo, como desafío que conduce inexorablemente hacia la propia subjetividad. Estas notas suyas están repletas de encuentros, miradas y reflejos que avivan dicho sentir y propósito.

Uno, que lleva toda la vida leyendo, llega a la conclusión, como así queda dicho en este jugoso librito de apenas sesenta páginas, que el fin último de la buena literatura es “divertir, sí, pero también hacer reflexionar a un lector que, como ser humano, vive sus días en la eterna contradicción, propia y ajena”.


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