Vuelvo al cabo de casi diez años a su literatura, atraído por saber qué me voy a encontrar en su nueva entrega, La novela olvidada en la casa del ingeniero (Anagrama, 2024), un título ciertamente anodino, que, sin embargo, deja entrever un misterio en el que se intuye, una vez entrado en ella, un propósito metaliterario determinante. Y efectivamente, así es. Hay un giro narrativo en el discurrir de la novela que parte de dar constancia a ese poder que todo novelista ostenta, de esa libertad infinita que la novela otorga al escritor de escapar del lugar en que está, aunque no se sepa adónde se dirige y aunque haya siempre alguna ocasión de equivocarse. Es lo que viene a decirnos Mauricio Ballart, escritor de literatura juvenil y personaje de la novela, encargado de revisar el manuscrito entregado por su amigo Tomás Hidalgo que pone título al libro, con estas palabras: “Ese es el privilegio del novelista, crear un mundo paralelo en el que los elementos de la realidad se vuelven ficción y los de ficción se hacen realidad dentro del ámbito de la ficción. Parece un galimatías, pero es así”.
Puértolas no se olvida en esta novela de lo que antes propiciaban sus novelas anteriores, ese deambular de sus personajes que se preguntan por el sentido de sus existencias, que tratan de convivir con sus soledades, que no renuncian a sus íntimos deseos e ilusiones, que siempre esperan algo, envueltos en una atmósfera de misterio, pero, en esta ocasión, lo hace reafirmando el valor que tiene la literatura, al destacar su valor semántico o de significado y, desde luego, su valor formal o de expresiones lingüísticas a través del ínclito Ballard, y que solo hay literatura cuando ambas intenciones se juntan; que “el asunto es convencer al lector de que ese mundo es lo suficientemente interesante como para seguir adelante con la lectura”. Con esa intención, la autora experimenta, desarrollando una trama en la que establece dos líneas bien delimitadas y dos narradores, ambos escritores, engarzadas en dos historias, cada una con sus particularidades y personajes secundarios. Igualmente, se empeña en alternar el tiempo de los hechos y el propio tiempo de la escritura, para permitirle que el relato no oculte su juego metaliterario y autorreferencial.
En La novela olvidada... hay dos narradores: por un lado, Leonor, autora del texto encontrado en un viejo disquete en la casa del ingeniero, y, por otro, Mauricio Ballart, del que ya hemos hablado anteriormente, que transcribe, revisa y opina sobre el proceso creativo que lleva entre manos. A todo esto, también se incorpora al relato principal un puñado de narradores presenciales que airean o matizan detalles de los hechos. La novela discurre entre los años sesenta, los últimos de la dictadura y anteriores a la transición a la democracia y sus años inmediatos. Desde el mismo arranque del libro, el texto despierta curiosidad y misterio. Soledad Puértolas aprovecha ese inicio para ensamblar su trama en una estructura en la que no hay una historia lineal con un solo narrador, como ya hemos apuntado, sino una especie de muñeca matrioska, donde lo que se teje y acontece está dentro de otra historia y así, con maestría, zarandear la imaginación del lector.
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