sábado, 21 de septiembre de 2024

Hijos de la siembra


Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975) es profesor de Filosofía, poeta y novelista, autor de varias novelas, entre las que destacan LUX (2021) y El don de la fiebre (2018). Publica ahora Aurora Q. (Galaxia Gutenberg, 2024), obra galardonada con el XVII Premio Málaga de Novela, una novela-ensayo que indaga sobre un caso real ocurrido hace ya más de cuarenta años, con el propósito de rastrear el origen de unos hechos trágicos, así como la crueldad de los mismos, sus posibles causas, sus detalles y la agitación que provocó el suceso. Se aparta de cualquier asomo de interpretación, ciñéndose a relatar, por medio de la singular voz narrativa, la del doctor Mateo Jiménez-Irisarri, que será la que va a sostener todo el relato a modo de un informe clínico sobre todo lo que aconteció con los niños David y Raquel S. en 1981, declarados unos “niños salvajes”, que vivían al margen de la sociedad y cometieron unos crímenes.

El riesgo que asume el autor en esta nueva tentativa literaria es dejar en manos de esa voz experta, neutra, clara y determinista el relato como un caso clínico. Lo cierto es que la novela, a medida que vamos avanzando, estremece. La manera de contarlo, nada convencional, queda dispuesta en sesenta capítulos, de apenas dos páginas cada uno, a modo de reportaje, enlazado con notas a pie de página, y dividido en seis secciones, o mejor dicho, sesiones, ya que todas ellas conforman el ciclo del seminario, que encaja mejor al discernimiento establecido por el autor para contar la historia. Tanto por lo que hicieron esos niños de doce años, como por la manera en que fueron tratados por el sistema judicial y por los medios de comunicación, el libro, en buena medida, es la contraposición de un relato que aboga por exponer una radiografía de la condición humana, con muchas referencias de autores padres de la psiquiatría, como Sigmund Freud y Jacques Lacan, los más nombrados, además de alusiones a escritores, como Allan Poe y Julio Cortázar, y a pensadores, como Foucault y Wittgenstein.

Si la literatura es un remedio contra lo real, como afirmó Antonine Compagnon, Mario Cuenca recrea, a modo de ensayo-ficción, una narración concéntrica para rescatar los hechos acaecidos en 1981 referidos a aquellos dos niños que caminaban descalzos y cubiertos de sangre por el arcén de una autopista, mediante un narrador veraz, el doctor que imparte un seminario en el que se aborda el caso de “los niños del Arca”, para alumbrarnos en algún campo introspectivo del conocimiento relacionado con el suceso, como apostilla el propio conferenciante: “Porque no estamos aquí para regodearnos en lo macabro, sino para interpretarlo con las herramientas del análisis”. El autor pone en manos de esta voz experta en la materia la incursión narrativa, planteando dudas y conjeturas, con el fin de explicar el sentido y motivo de los hechos, y avanzar la trama para llegar a acercarnos a un resultado lo más imparcial posible.

Este planteamiento ingenioso de novelar permite que Aurora Q. parezca una novela de intriga o, más bien, una novela en marcha que se arma ante los ojos del lector y le invita a participar, a rellenar los huecos dejados por el autor, para que la experiencia de la lectura se convierta en cómplice. Diría que, en esta operación, Cuenca Sandoval atina en su lance narrativo, pese a la dificultad formal de acometer ficcionalmente la historia, dando cancha al conferenciante con sus argumentaciones, para que sea él quien incorpore a su audiencia al análisis y circunstancias de la fiereza de los niños, y a las claves para comprender por qué estaban solos y abandonados: madre psicótica, autismo hereditario, vacío paterno, y otros motivos más intrincados. Todo ello a pesar de que la investigación posterior descubriera que, en realidad, los niños pertenecían a una secta aislada en el bosque.


De manera eficaz, sin abandonar ciertos rasgos de ironía, Cuenca Sandoval pone su prosa directa y clara con la voluntad de construir un relato en el que los antecedentes y el devenir de unos sucesos se interponen al designio de un misterio, eligiendo las palabras exactas para contarlo de la forma más concisa posible, y colocando las partes al servicio de un juego narrativo lleno de piruetas jugosas y retóricas, pero a la vez, convincentes. Aquí hay un compendio de comportamientos humanos que despiertan la atención del lector, no solo por la sensación de proximidad ante los hechos relatados, sino también por la verosimilitud de la realidad representada y su verdad innegable.

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