jueves, 3 de octubre de 2024

Contar lo extraordinario


Uno no lee cuentos para soñar y evadirse a otro mundo, sino que lo hace para descubrir todo lo que en el mundo y en la imaginación de quien lo cuenta permanecía escondido, para ver donde antes no se veía. A eso aspiro cuando tengo un libro de relatos entre las manos y, de paso, a sorprenderme con lo leído. Porque uno no lee porque quiera escapar de la realidad del mundo que le ha tocado vivir, ni lo hace para sustituirlo por otro hecho a nuestra medida, sino para sentirnos más reales y reconocibles, aunque lo que leamos sea extraño y fantástico. Es algo consabido que trato de tener siempre presente como lector, para tratar de recrear ese mundo imaginario que el escritor pone a mi disposición y convertirlo en un mapa de hallazgos propiamente mío. Poder encontrar esa fascinación excepcional y trascendencia es la mejor forma que entiendo para identificarme con la magia de la literatura, con la posibilidad de que me alcance, siempre que el narrador logre contarme lo extraordinario con solvencia y pericia, hasta atraparme.

Todo lo dicho anteriormente me sirve de preámbulo para destacar mi lectura de La versión de Judas (Talentura, 2024), el reciente libro publicado de Manuel Moyano (Córdoba, 1963), una colección de diez relatos que, según nos cuenta el propio autor al final del mismo, muchos de ellos aparecieron de forma individual en distintas publicaciones a lo largo de los últimos veinticinco años y que ahora convalida con otros de nueva creación, en su vuelta al cuento. Autor curtido en colecciones de relatos, entre los que destacan El oro celeste (2003) y El experimento Wolberg (2008), también en novelas, como La coartada del diablo (2006) y El imperio de Yegorov (2014), finalista del Premio Herralde de Novela, además de algunos ensayos y obras de no ficción, entre las que sobresalen sus tres libros de viajes: Travesía americana (2013), Cuadernos de tierra (2020) y La frontera interior: viaje por Sierra Morena (2023), regresa a la narración breve con un jugoso repertorio de cuentos en los que sobresalen lo fantástico y lo extraordinario.

Moyano, escritor de gusto por lo insólito como válvula de escape para abrirse a otros tiempos y lugares, recurre a este territorio narrativo tan exigente y propicio para sus fantasías, que, generalmente giran a través de una idea inquietante, con palabras medidas que avanzan con la misión de sorprender, a la vez que busca interpretar la realidad, en su afán de que el mundo real ceda al que ha imaginado. Le importa resaltar esto y, por eso mismo, lo deja dicho en la antesala del libro con esta cita de Luis Buñuel: «La realidad, sin imaginación, es la mitad de la realidad». Entramos en el primero de los cuentos que nos habla de una historia sobre la muerte absurda de un oficinista, una fatalidad proveniente de una incomprensible beligerancia de las naciones que se movilizan para adueñarse de los nombres de las constelaciones del cielo. El relato nos conducirá a discernir la falacia de supremacía de sus dirigentes. El segundo relato es una historia surrealista, con aire de comicidad, que sucede en un tren donde el tiempo y el espacio devienen en una broma infinita, una pesadilla en la que un ingeniero viaja aturdido, sin lógica ni certezas.

Hay relatos como La ciudad soñada, sorprendente y con reminiscencia de las Mil y una noches, pero que también posee un punto de realismo mágico en su atmósfera y armazón. Algo parecido ocurre en el siguiente relato, La casa de la calle Ulloa, uno de los cuentos más sobresalientes del libro: la historia de un hombre solitario que entabla amistad con un perro vagabundo que le llevará a un lugar misterioso donde una extraña criatura se oculta al acecho. Moyano deja ver en muchos de sus relatos la esencia del hombre como el más misterioso de todos los seres, debido precisamente a la conciencia de existir y de saber también que dejará de existir. Y pese a esta certeza de provisionalidad, sus relatos reflejan ese otro empeño tan incierto como humano de trascender y perdurar.

Y es así cómo desarrolla Moyano los puntos de inflexión de sus historias, escapando de lo consabido, dando paso a lo insólito para que entre en acción con su correspondiente vuelta de tuerca a lo razonable, por medio de una voz narrativa que no solo tiene que ver con la posición adoptada del narrador, su tono y sus recursos, sino también con el binomio de lenguaje y sentido, de oficio y seducción propia, como ocurre con el relato de El libro, un conjuro para perpetuar su existencia y evitar su olvido, o lo alegórico cifrado en el cuento que cierra el volumen y que pone título al mismo, una historia reveladora cuyo cónclave de gente poderosa y simbólica persigue “la salvación del hombre”, “la felicidad universal”.


Creo, en definitiva, que esta vuelta al cuento de Manuel Moyano es una celebración bienvenida, que confirma su talento y oficio de enfrentarse al género, dando paso a un juego de impactos y perplejidades que narra, con palabras sencillas, pero hondas, la complicada suerte de compartir destino con el resto de los seres vivos, llevando a sus personajes hacia un mundo de sombras y extrañezas, obligando al lector a obrar como testigo. Un pulso extraordinario entre escritor, lector y personajes, que confirma que las buenas historias también viven fuera de la lógica.


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