Sin duda, la verdad fue la primera víctima de la guerra civil española, un conflicto que, mucho tiempo después de que acabara, ha generado controversias intensas y polémicas que aún perduran en la memoria colectiva española. El historiador, documentalista o escritor que se acerque a escudriñar los entresijos de aquellos terribles años, y los que continuaron tras el fin de la contienda, desde luego, no puede ser totalmente aséptico, no debe ir más allá de tratar de comprender los sentimientos y percances de los dos bandos, pero sí le compete ampliar las fronteras de lo que ya sabemos y dejar que los juicios morales que provocan lo narrado queden a expensas de la conciencia del lector.
Presentes (Alafaguara, 2024), el último libro del periodista y escritor Paco Cerdá (Genovés, 1985), responde a esta invocación, y lo hace desde el ámbito de la novela, mediante una crónica que muestra un retrato coral situado en la España de 1939. Cerdá pergeña un viaje de 467 km de once días, un viacrucis fascista que trasladó los restos de José Antonio Primo de Rivera de Alicante a El Escorial, entrelazado con una galería de víctimas anónimas del franquismo que, pese al empeño del régimen por borrarla del mapa de la memoria, están presentes. Entre el ostentoso e insólito anverso del peregrinaje de la comitiva, late por donde pasa el invisible reverso de tantos desaparecidos, tantas vidas perdidas que yacen ocultas en barrancos y cunetas.
La muerte de José Antonio no se dio a conocer oficialmente en la España nacional hasta el 20 de noviembre de 1938, exactamente dos años después, cuando la República acababa de perder la batalla del Ebro y el éxito de los nacionales estaba garantizado. Y es que a Franco le convenía la ausencia de José Antonio, no solo por el seguro obstáculo que habría supuesto el fundador para la domesticación de la Falange y su posterior conversión en el partido único del régimen, sino que la ocultación de su fusilamiento en Alicante alentaba en la Falange la esperanza de que aún estuviera vivo, lo que impedía el nombramiento de un sucesor definitivo.
Presentes es una estupenda evocación novelística al mismo tiempo que una elegía narrativa, trepidante y fantasmagórica, jalonada por la exaltación de un cortejo al que no le preocupa ya la verdad de la historia que llevan a hombros, sino demostrar quién manda en la nueva España. A Paco Cerdá le importa resaltarlo, con el rigor de un buen historiador y la eficacia de un cronista curtido, valiéndose de un relato ágil y magnético con dos planos contrapuestos, como el propio autor señala en las páginas finales del libro: “Uno es el traslado, la propaganda fabricada esos días, la vida de José Antonio, sus palabras, y la memoria de la guerra y la posguerra que latía en aquellos pueblos atravesados por un cadáver a hombros. Pues bien: el otro plano –el invisible y tenebroso reverso de aquellos once días– suponía el reto más apasionante de este libro: mostrar lo que el escaparate de la propaganda se esforzaba en ocultar”.
Entre jornada y jornada, el lector será testigo de mil historias de personajes que vivieron la contienda o los años inmediatos de la posguerra, historias en las que palpitan sucesos con protagonistas de renombres y otros, con gente sencilla y minúscula. Cerdá intercala estos episodios en los que resalta casos tristes y ominosos, con otros más paradójicos, como el referido a la devoción lectora de la hija de Franco por los libros infantiles de Elena Fortún. Destaca también el ejercicio del que hace gala el autor al evocar en algunos episodios versos de Machado, de Lorca, de Miguel Hernández o de Estellés, que parecen clamar al viento desazón y quebranto frente al repique de campanas al paso de la comitiva falangista.
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