En un librito publicado hace un año, bajo el título de La belleza de los cuentos, abunda en este menester, afirmando que «es posible que el cuento sea uno de los elementos que más ha complacido al oído y al espíritu de la humanidad desde nuestros orígenes como especie, y acaso fue componente fundacional, en los aspectos iniciales, del “pensamiento simbólico”, porque sin duda servía para explicar al homo sapiens la misteriosa realidad». No cabe duda de que los cuentos de calidad, para Merino, son un tesoro literario de incalculable valor, capaces de mantener su misterioso poder absorbente para que el lector siga dentro de ellos, podríamos decir, toda la vida. Para el escritor gallego, además, la naturaleza del cuento reside en el movimiento, un movimiento que debe expresarse en forma de tensión y perplejidad.
En Yo y yo en breve (Alfaguara, 2024), su libro más reciente, incide con más argucia en esta peripecia creativa. Se trata de una colección de relatos en los que explora la identidad, la fusión entre realidad y ficción, y los límites de la percepción, por medio de historias que se asemejan a un taller de escritura creativa que, más bien, parece una sucesión imaginaria de relatos donde interactúan voces narrativas a modo de caja de sorpresas que, una vez abierta, no cesa de depararnos nuevos misterios que se van enzarzando hasta no saber uno muy bien dónde radica el límite del yo, ni dónde está la frontera que separa las experiencias tangibles de lo imaginado o soñado. Con su maestría habitual, Merino combina humor, extrañeza e inquietud en torno a setenta y seis cuentos capaces de embaucarnos, llevándonos a un mundo con aire raro, entre la realidad y lo fantástico, lo cotidiano y lo extravagante, el sueño y la razón.
Merino propone un juego muy rompedor y divertido gracias a ese maravilloso desdoblamiento entre él y sus supuestos alumnos de escritura que campan por el libro como autores sometidos, eso sí, a su ojo crítico en las notas finales que culminan los cuentos para afianzar, entre otras cosas, que “la literatura tiene que servirnos para intentar entender –o mejor descifrar, como siempre lo ha hecho– la realidad”. De la misma manera que en otra nota se subraya que “muchos aspectos de la realidad, por no decir todos, podrían convertirse en cuentos, o novelas”. Hay en todos ellos un aire de referencias y reflexiones en las que viene a decirnos que escribir tiene mucho que ver con adentrarse en la desobediencia del lenguaje, y quizá pensar que todo lo que sabemos de nosotros proviene de cada una de nuestras ignorancias.
Los escritores parece que viven con el detector narrativo siempre activado. Saltará la alarma en su interior en cuanto tropiezan con una idea con posibilidades. Ideas que pueden convertirse en relatos de muchas maneras: a través de un paisaje, de un saludo a un vecino, de las noticias de la prensa, de algo cotidiano o de su mismo interior, invocados por la memoria. Pero también puede surgir, como ocurre en Yo y yo en breve, del propio taller de escritura, como espejo de quienes participan en él. Le basta a Merino con rastrear y observar su propia vida y proximidad, para esbozar montones de acontecimientos susceptibles de ser convertidos en relatos: la apariencia fortuita de alguien que no sabe si es real o invención de un relato, un recuerdo de un hombre traspasando el umbral de realidad y ficción, dos gemelas intercambiando vivencias e identidad o, simplemente, una situación absurda entre la vigilia y el sueño.
Yo y yo en breve es un buen ejemplo de toda esta complejidad inherente a la ficción para la experimentación creativa sobre la existencia, los dobles, los estados de conciencia y, también, la inteligencia artificial. Merino posee una habilidad extraordinaria y de aparente sencillez para la oralidad en su escritura que, sin embargo, está muy perfilada, mediante un lógico y equilibrado sentido de la construcción con el mínimo de palabras posibles, o con preguntas incisivas sobre la propia realidad como esta: “¿Quién está realmente seguro de no ser imaginario?”
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