miércoles, 12 de noviembre de 2025

Llámame Homero


Inimaginable sería querer agotar el rastro de la Odisea en la literatura moderna. El material homérico es infinito y su catálogo ingente. Casi doscientos años antes, Shelley, el gran poeta romántico inglés, dijo lo siguiente: «Todos somos griegos. Nuestras leyes, nuestra literatura, nuestra religión, nuestras artes tienen su raíz en Grecia». Imposible decirlo mejor y con menos palabras. Por otra parte, podemos afirmar que el conocimiento de los mitos griegos puede llegar a ser más útil para entender lo que nos rodea que cualquier libro de sociología reciente y vanguardista, porque estos mitos, ciertamente, han superado sus casi tres mil años de vida sin perder frescura, vigor y vigencia. Los griegos no solo han sido grandes maestros en filosofar, sino que, sobre todo, son nuestros compañeros de viaje.

Toda literatura que se precie ha sido siempre alegórica, como sostiene Chesterton: «alegórica de alguna visión del universo en su conjunto. La Ilíada es grande solo porque toda vida es una batalla, y la Odisea porque toda vida es un viaje». Y por eso mismo, los lectores, a través de la literatura, tratamos de comprender que toda vida es a la vez una lucha, un viaje y un enigma para comprender muchas cosas más, aunque quizá nunca lleguemos a resolver el enigma. No cabe duda de que los poemas de Homero, como bien señala Alberto Manguel en su libro El legado de Homero, se convirtieron en textos canónicos que ofrecían una visión cosmopolita de los dioses y los héroes, constituyéndose en un mundo que uno no puede estudiar sin sentirse dentro del compendio de todo un cosmos literario universal.

Para el escritor Castro Lago (Cádiz, 1972), licenciado en Filología Hispánica y profesor de Lengua y Literatura, este cosmos literario griego sigue vivo en nuestros días, y persiste desde tiempo inmemorial. Ítaca sigue viva y rediviva. Y en ese sentir y trayecto fluye su reciente novela Reyes de Ítaca (Tres hermanas, 2025), una mirada clásica, humana y poética sobre esa fuente homérica inagotable que consiste en acometer los viajes por mar, de atenerse al proteccionismo de los dioses ante la desconfianza que tenemos a la autoridad, al culto al ego, a la curiosidad y al placer. Más allá de estas características, el libro destaca la disposición de los griegos a no perder el orden, aunque siempre abiertos a nuevas ideas. Admiraban la excelencia de las personas de talento, su sagacidad y espíritu competitivo.

Reyes de Ítaca es una novela que reimagina la Odisea, desde una perspectiva singular y humana, centrada en los personajes de Ítaca, tras la larga ausencia de Odiseo durante veinte años. Está concebida como una historia de amor y de acción, sin olvidarse de los entresijos de unos pretendientes que compiten entre sí para ser acreedores del beneplácito de Penélope que, por mucho que lo intenten, continúa impertérrita y confiada en la vuelta de su esposo. Castro Lago promueve en cada uno de sus veinticuatro capítulos, que se corresponden con las letras del alfabeto griego, una reflexión de partida, una antesala que pretende despertar en el lector el interés por el discurrir que se avecina, ya sea para explorar temas del deseo, de la memoria y de la identidad, así como del regreso a casa, con la isla de Ítaca como escenario, donde la confrontación con el destino es permanente.

Castro Lago aboga por rescatar a personajes legendarios en una historia que, como subraya en su inicio el narrador de la misma, “sucedió en una época en la que podría parecer que todo permanecía como en la estación anterior, aunque, en realidad, era todo lo contrario: los cambios llegaban, pero con tal sutileza que ni las palabras, ni las personas, ni los dioses parecían transformarse. Ni siquiera los nombres”. Por todo ello, el autor pone como punto de inflexión en la trama y contexto de Reyes de Ítaca el transcurrir de dos décadas desde la partida de Ulises a Troya, y cómo la situación en Ítaca es de una incertidumbre constante motivada por la incertidumbre de su vuelta a casa. Por otro lado, Telémaco no recuerda para nada a su padre y Penélope se está viendo obligada a considerar un nuevo matrimonio, mientras que su suegro Laertes sufre de demencia. Mientras tanto, en medio de este ambiente enrarecido y nada complaciente, un forastero desembarca en la isla. Su presencia desencadenará el devenir de la novela hasta sus últimas consecuencias.

No sería descabellado afirmar que Reyes de Ítaca es una Odisea revisitada, una novela que no pierde su corte clásico, de amplitud y de libertad épica, pero más centrada en los conflictos y luchas de sus personajes, más que en los elementos sobrenaturales, más perfilada en sus egos, deseos y confrontaciones, sin que la intervención divina dé lugar a cambiar el destino al que se enfrentan sus protagonistas. Por otro lado, explora, especialmente su escenario: Ítaca, como contorno histórico fundamental donde sus habitantes se encuentran con la verdad cotidiana de sus vidas, seres que buscan el sentido de pertenencia y destino, sin olvidar los dos elementos imprescindibles para alcanzarlo: la memoria y el relato.


«¿Cuántas Odiseas contiene la Odisea?», se preguntaba Italo Calvino en su memorable libro Por qué leer los clásicos. Castro Lago toma esto en consideración, y lo hace con un asombroso principio de libertad y concordia encomiables. Porque en Reyes de Ítaca traza un horizonte de luz reflejada y escudriñadora, frente a lo ya sabido, dejando ver la vulnerabilidad de su héroe Ulises, más humanizado aquí, dispuesto a pasar página, consciente de su estado físico. Ese es el envite e impulso narrativo que mantiene el libro desde el inicio hasta el final, un relato vívido, ameno y de prosa fluida, en el que el narrador posa sus dedos “sobre las letras de otros”, para que el mito perdure y el lector disfrute de su presencia, porque los mitos nunca terminan de decir lo que tienen que decir. Es lo que los hace perdurables.


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