Siguiendo
la estela de Monasterio
(2014) y Signor Hoffman
(2015), sus dos anteriores novelas, Eduardo
Halfon (Ciudad de
Guatemala, 1971) publica Duelo
(Libros del Asteroide, 2017), otra indagación, como ha venido
haciendo en estas y otras obras predecesoras suyas, sobre sus raíces
identitarias, un viaje permanente a sus orígenes y a su estirpe
judía. No cabe duda de que el autor asume esta dimensión narrativa
como proyecto literario en pos de seguir explorando en la memoria y
en la genealogía de sus antepasados, hasta el punto de que dicha
obsesión personal le propiciará inopinados encuentros con hombres y
mujeres variopintos por diferentes países y lugares relacionados con
el origen y con el éxodo de sus abuelos. Esa búsqueda perpetua por
encontrar respuestas a su pasado, conducirá al narrador a estrechar
vínculos sorprendentes con la historia reciente, y a nosotros, como
lectores, a relacionarnos con personajes curiosos que recobrarán
protagonismo, añadiendo lustre y significado a la existencia
escrutadora implícita en la narración que nos acerca a su linaje.
En
esta ocasión, Halfon
se enfrenta a la autoridad paterna incumpliendo su orden de no
escribir acerca de un tío suyo desaparecido hace décadas. Esta
insistencia indagadora le llevará a rastrear los entresijos secretos
de su familia a través de contactos de parientes por diferentes
escenarios y hogares. También en las pérdidas se fundamenta la
vida, viene a decirnos, aunque en silencio, el narrador de Duelo,
su alter ego, un joven judío nacido en tierras caribeñas, crecido y
educado en Norteamérica, que rastrea la muerte de aquel niño
llamado Salomón, a orillas del lago Amatitlán, tratando de
esclarecer, ante tanta nebulosa sin despejar y ante tantos puntos
suspensivos sin acotar, cómo sucedió en verdad aquel
infortunio.
Duelo
continúa, además, con ese ciclo autobiográfico emprendido en sus
inicios con Saturno
(2003) y El boxeador polaco
(2008) en el que el narrador recurre a personajes de su álbum
familiar, deshilando sus historias errantes para explorar en esa
condición de permanente desarraigo histórico a la que pertenece,
judíos emigrados llegados a Guatemala antes de trasladarse a Estados
Unidos, y poner marco a ese sentimiento de búsqueda de sus raíces.
La novela arranca con un recuerdo infantil acerca de un secreto
familiar que el narrador le oyó contar a sus padres. La muerte del
hermano mayor de su padre, el tío Salomón, es el eje de esta
autoficción, un engranaje literario habitual en el imaginario de
Halfon, para
conducirnos al territorio deslocalizado, sin asentamiento, de su
gente. En esa peregrinación transversal al pasado, el narrador,
después de recorrer la ruta de los suyos, desde tierras libanesas y
polacas, pasando por el internado de uno de sus abuelos en el campo
de concentración más fatídico de la historia, Auschwitz, regresará
de nuevo al enigma de aquel accidente fatal para tratar de hilar sus
cabos sueltos.
Tener
una voz propia es un ejercicio que lleva toda una vida. De alguna
manera, escribir es un ajuste de cuentas con la realidad y sus
confluencias. Para Halfon
la vida es un relato del que penden distintos argumentos cuyos
desenlaces vienen del pasado y a esa memoria acude con inusitado
empeño, para dialogar y buscar respuestas al presente.
Duelo
es un libro hermoso y sentimental, ligero y profundo, escrito con una
prosa destilada, sin adornos, pero muy emotiva, que bucea en los
mitos familiares. Desde su sencillez narrativa, Halfon
conmueve y seduce, llevando al lector al territorio de sus ancestros
y de su linaje, tocando el alma de las cosas, alentado por la
conciencia de saber que todo bagaje personal se fragua en lo que
hemos sido y lo que nos resta por vivir y que nos empuja a seguir
indagando.
Si
como dicen algunos, la primera obligación de un libro es ofrecer
hospitalidad al forastero que decide entrar en su posada, esta
premisa no le resultará peregrina ni extravagante al lector que
pruebe con la obra de Halfon.
Porque si hay algo propio y singular en la escritura del escritor
guatemalteco es, precisamente, esa calidez narrativa y esa prestancia
para agarrar al lector hasta una prometedora estancia por el
imaginario de su literatura. Duelo
es buen ejemplo del aprovechamiento de esas facultades naturales que
posee su autor. El pacto se establece no tanto con una realidad
exterior fabulada, sino con una voz sutil, persuasiva y, a la vez,
indagatoria, a través del universo definido que esa voz transporta y
relata emotivamente para nuestro gozo.
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