Hay
que hacerse mayor, haber vivido bastante tiempo, para darse cuenta de
lo corta que es la vida. Desde el punto de vista de la juventud, la
vida se presenta como un largo e interminable futuro; contemplada
desde la edad tardía, no parece sino un trayecto demasiado corto y
efímero. Debido a esa aceleración del tiempo, el curso de la vida
parece que nos atropella a partir de una cierta edad. La vida del
hombre, el transcurrir de cada individuo, viene a decir Schopenhauer,
tiene unidad, coherencia y verdadero significado a medida que avanzan
sus años, y hay que verlo como una enseñanza con su sentido moral.
El
poeta, aforista y pintor José Mateos
(Jerez de la Frontera, Cádiz, 1963), que también ha escrito libros
de ensayos, como La razón y otras dudas
(2007), y ha publicado el libro de relatos Historias de
un Dios menguante (2011),
regresa de nuevo a esa prosa cuidada y fragmentaria en la que mezcla
reflexión y asombro, filosofía y visión poética de la vida, como
en Un año en la otra vida
(2015) o Silencios escogidos
(2013) con su último libro, Un mundo en miniatura
(Renacimiento, 2017), ilustrado con portada y dibujos del artista
murciano Pedro Serna,
para hablarnos de esa tarea común que supone vivir, de su incurable
impulso, y de su azaroso destino.
Viene
a decirnos el poeta en un texto ligero en su estructura, pero
profundo en ideas, que la vida corre y vuela, con sus contrariedades
pequeñas, medianas y realmente grandes, las que suceden cada hora,
cada día, cada semana, cada año, con sus esperanzas e incidentes
que rompen cualquier planificación. “Venimos a esta vida –escribe–
para realizar un sacrificio: del de nuestra vida”. La vida está
ahí para ser vivida con agradecimiento, porque, a pesar de todo, el
hombre existe para ser feliz. Y “porque las cosas son siempre más
de lo que son cuando son sólo lo que son”. Mateos
responde a ese trasiego del vivir que fluye incesante entre el querer
y el alcanzar, porque dice que “vivir esperando no es vivir”.
Todo
en este libro es un pretexto para hablar de la vida, del paso del
tiempo y de su huella. Todo parece observado con un ojo clínico y
detallista sobre ese devenir desde el presente que hace que suceda.
No hay grito en sus divagaciones, ni desconsuelo, sólo serenidad y
aceptación de un yo que aspira a manejar el paso del tiempo. “Las
heridas –dice– pueden mentir. Pero enseñando la verdad”.
Al
escritor de verdad solo le interesa la revelación, y a lo largo de
las piezas que conforman este emocionante libro hay mucha epifanía
nacida del recuerdo y del asombro. Para Mateos
“la vida es una música sin sonido de la que somos notas
privilegiadas” que, de pronto, aflora de la realidad y siempre ha
estado en ella, esperando el momento de revelarse. La vida, viene a
contarnos, es tiempo robado a la muerte y al paso del tiempo. Como
diría el poeta Roberto Juarroz:
vivir es la dimensión definitiva del hombre. Y en ese organismo
vivo, Un mundo en miniatura
se conjura y crece, se lamenta, a veces, y reflexiona siempre sobre
las cosas que importan.
El
poeta, digan lo que digan, siempre pretende ser otro, apropiarse como
un dios de su mundo inventándolo, como revelación y parte de sus
contradicciones, mediante la alteridad. Mateos
propicia, desde la plenitud de esa alteridad, que el lector se
sumerja en lo que delata su alma: el transcurrir del tiempo, de la
vida, pero con él combatiendo. “Porque la muerte en el hombre no
concluye nada ni culmina nada. Porque la muerte en el hombre siempre
interrumpe una vida sin que esta haya agotado completamente todas sus
posibilidades.”
Este
es un libro filosófico poblado de sorprendentes divagaciones, quizás
el más perspicaz de toda su obra, un texto misceláneo donde su
autor reúne microensayos, aforismos, pensamientos, diarios y
paradojas en los que no faltan destellos de lucidez y emoción. El
lector es convocado con sutileza, no sólo a la lectura del libro,
sino al subrayado. Cuando un libro nos conjura con su presencia a que
su voz nos encauce, nos asedie, o simplemente nos gratifique, su goce
es incontenible.
La
escritura es una trampa mortal para todo escritor, y eso lo sabe bien
el poeta, consciente de escribir con la vida en contra. La literatura
se lo exige todo, le exige la vida, inmisericordemente. El dolor, la
angustia y también la muerte se añade inexorablemente a su
experiencia. El libro de José Mateos
encara igualmente esa adversidad como algo fecundo y parte del
aprendizaje de la vida, y lo hace con admirable finura.
Pero qué cierto es que un escritor, cuando escribe con verdad y belleza, alumbra y delata su alma como pocos. Qué hermoso resulta para el lector acabar un libro sintiendo su música. Aquí hay muchos destellos filosóficos y sentido moral al son de la palabra y de la vida. Más de lo que parece.
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