Durante
mucho tiempo fui de los que piensan que la poesía está en las cosas
y que el poeta es quien la alumbra. Hoy prefiero pensar que la poesía
está en el propio poeta y, justamente, son las mismas cosas las que
se la provocan. Creo también que la poesía es como un órgano
añadido al cuerpo del poeta, instalado en su vida secreta, a donde
van a parar ideas y experiencias que, de forma espontánea, o al cabo
del tiempo, dejarán de ser inefables.
Leer
poesía es un pasadizo, un trayecto, un camino que hay que recorrer
en solitario, sin mapa, ni lazarillo. Cada uno lo cruza con su
secreto equipaje de sombras e inquietudes. En cada lectura, en ese
diálogo con el poeta, nos convertimos en confidentes de su verdad
más íntima, de su razón estética o revelación dada. Cada poeta
lo hace a su manera, con su tono y cadencia particulares. Y el
misterio de sus poemas, esto es, su biografía emocional, estará en
lo que proponga, precisamente, su tono y su cadencia, más que en sus
motivos.
La poesía de Antonio Jiménez Millán
(Granada, 1954), catedrático de Literatura Románicas en la
Universidad de Málaga, conduce al lector a una manera de interpretar
su quehacer poético desde la biografía, la propia consciencia y la
memoria, desde el diálogo de un hombre con su tiempo. Su obra es
amplia y destaca entre sus libros La mirada infiel.
Antología 1975-1985,
publicada en 1987, Ventanas sobre el bosque,
en el mismo año que la anterior, Casa invadida
(1995), Inventario del desorden
(2003) y Clandestinidad
(2011). Es autor de estudios literarios y ensayos sobre la poesía de
Rafael Alberti
(1984) y sobre la de Joan
Margarit (2005), y fue
comisario de una estupenda exposición sobre Antonio
Machado en 2009, un evento muy
celebrado organizado por el Centro Andaluz de Las Letras.
El
paso del tiempo, la memoria remota y reciente, cada vez más
susceptible por su fragilidad, son claves de su nuevo libro. En
Biología, historia
(Visor, 2018) está más presente que nunca su mundo vivido y
evocado, al que acude como reconocimiento del sujeto ético propio,
aún comprometido con la historia, pero sumido en un presente
melancólico e inconformista. Constituye su obra poética más densa
y en ella reúne cincuenta y dos poemas en los que mantiene un tono
íntimo y confesional por donde discurre la vida de un hombre
escéptico y metido en años, ya alejado de los sueños de juventud y
de muchas de sus esperanzas, pero comprometido con la palabra y el
sentido poético de añadir dosis de humanidad al hecho de vivir.
El
volumen está estructurado en ocho partes con una sucesión de
poemas, mayormente narrativos, por donde transitan vivencias,
desilusiones, hastío y dolor, pero también gratitud a gente
admirada y querida. En la primera de ellas, Partituras,
hay un paseo por la juventud, la música y la ciudad de Granada:
“Leer una ciudad es seguir una vida,/ recorrer lentamente las
imágenes/ que el tiempo fue dejando de nosotros”. En La
memoria y los días, un
compendio poético de diez piezas, encontramos recuerdos,
presentimientos, estancias y objetos que rastrean su memoria y
nostalgia: “para esquivar el tiempo, su celada invisible”. En
Desilusión sobresale
el ámbito de lo político con su lenguaje envenenado, la batalla de
las banderas y el descrédito de alguna gente de orden. En Homenajes
conmemora la efusión sentimental de Gil
de Biedma,
la soledad de Kafka,
el exilio de Antonio
Machado,
la muerte en los versos de Miguel
Hernández:
“No había que tomarse en serio la vida. /Y a uno mismo, tampoco”.
En Carnets
recopila unos textos en prosa para detenerse en la memoria, el
olvido, el resentimiento, la identidad y las casualidades. En
Pantalla
son los ecos del cine, la pintura o las inscripciones del tiempo en
la ciudad francesa de Aix-En-Provence los que se hacen visibles. En
Rehabilitación,
lo más presente del poeta: la enfermedad, el dolor, el hastío y la
celebración de seguir vivo, aferrado a la vida. Y por último,
Biología,
historia, título
y colofón del libro, una hermosa y sentida semblanza sobre su amigo
y maestro Juan
Carlos Rodríguez,
fallecido hace dos años, y máximo exponente del movimiento poético
la Otra Sentimentalidad, una corriente defensora de la utilidad
social de la creación literaria, de la que se erigió la llamada
Poesía de la Experiencia.
Biologia, historia
es un hondo canto al hecho de vivir desde la dignidad de un poeta
urbano, sin imposturas, un libro lleno de vibraciones morales que
contiene la respiración íntima de lo vivido, con ese postulado
claro de que el poeta debe dar testimonio del tiempo que le ha tocado
vivir, atento a la experiencia y a la ligereza de la realidad.
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