martes, 13 de noviembre de 2018

Viajar pide compañía


La autobiografía, la memoria del yo y la auto-ficción contienen esa forma fronteriza y anfibia, a medio camino entre géneros diversos como la novela, el ensayo, la crónica o el diario de viajes, y se concibe hoy como la construcción escrita de la vida en pos de una verdad personal que es, precisamente, la que mueve a su autor a contarla. Una verdad que suele estar más allá de lo dicho, porque la vida pasada no está fija en ningún lugar, ni guardada en ninguna caja de seguridad que la preserve. Si acaso, se instala en una pantalla volátil que llamamos memoria. Cuando el recuerdo se hace patente en la escritura, cuando da paso a la palabra escrita, cuando el relato construye la vida vivida con pretensión de veracidad, de verdad personal, entonces puede surgir en el lector un vislumbre de celebración, de que lo leído sirve para alumbrar su vida. Dice Paul Auster: “El lenguaje no es equivalente a la verdad. Es nuestra manera de existir en el mundo”.

Las novelas de Vicente Valero, (Ibiza, 1963), se asientan en estas mixturas literarias a la hora de concebir y entretejer sus historias, que lo ponen a prueba frente al pasado, frente a los demás y frente a sí mismo. En poco tiempo, su tarea poética ha dado carta libre a una inusitada producción narrativa que se inicia en 2014 con su novela Los extraños, un debut que alcanzó el interés de un gran número de lectores y, también, el elogio de la crítica que ha destacado su estilo singular de contar, desde el ámbito familiar, cuatro historias, bajo una prosa limpia y precisa. Después le siguieron El arte de la fuga (2015) y Las transformaciones (2016), dos obras sobre las que vuelca sus lecturas y vivencias, escenarios y autores predilectos que le proporcionan simiente y lumbre a su creación literaria.

Con su nuevo libro, Duelo de alfiles (2018), Valero recurre a ese mismo proceder, un camino que, como quería Machado, se hace al andar, para ocuparse de cómo la literatura interfiere en la vida de quien escribe, y de cómo la memoria de otros autores acaba configurando un universo de citas y referencias que le sirven de sostén continuado, de aporte a la invención y de fructífera influencia. El título del libro desvela que hay un hilo conductor sobre el que pivota la novela: el ajedrez. El poeta ibicenco se sirve de su propia afición a este juego para entrelazar sobre su tablero narrativo una ruta para que el lector le acompañe por cuatro lugares de Europa, a través de la propia vivencia del viaje, cruzada con la presencia evocadora de cuatro escritores de gran significado y trascendencia de las primeras décadas del siglo XX.

Es muy difícil entender la vida de cada uno de ellos al margen de sus obras. Valero se maneja bien en esta concordancia y responde en cada tramo narrativo a lo que cada uno de ellos en aquel momento expuso en vida. En Svendborg, Dinamarca, se atisba la melancolía de Walter Benjamin bajo el amparo de su amigo Bertolt Brecht, en julio de 1934, cuando escuchaban el discurso que daba Hitler en el Reichtag; Nietzsche en Turín, aturdido por su locura, siguió prolongando su discurso filosófico de marginado de la Historia; Kafka viajando en solitario por Munich, en 1916, cargado con su manuscrito En la colonia penitenciaria, dispuesto a anular su boda con Felice y con la intención de establecerse en Alemania; el reflexivo Rilke en Berg am Irchel, un pueblo cerca de Zurich, allí, en 1921, el poeta encontraría la paz interior que tanto anhelaba.

Duelo de alfiles es un libro de viajes, pero también es un tablero uncido de ese espíritu benjaminiano que transita por el callejeo de la Historia de Europa y sus escaques, en compañía de estos significados protagonistas, escritores y pensadores que no depusieron su actitud crítica y de lucha ante el extravío de la época que les tocó vivir. El autor acompaña a sus personajes a modo de un flâneur, transitando por el presente para excavar en el pasado, buscando experiencias al borde de lo invisible, como diría Walter Benjamin, un autor con el que el escritor ibicenco se siente cercano en esa llamada literaria a la revelación como ejercicio del conocimiento.

Valero posee ese don singular de compartir la ilusión de un idioma privado en forma íntima con el lector, al que siempre tiene en cuenta y procura orillar con el trazo de una prosa pulida y eficiente. Todos estos episodios tejen su fresco histórico en el que el enigma, el misterio y los secretos de sus personajes trascienden paradójicamente en un escenario común, a modo de expedición literaria que lo convierte en un libro exquisito e intemporal, poblado de signos y de huellas en el que se indaga con afán de entretejerlo en un contexto común europeo, en un relato de contención vívido y provechoso.


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