martes, 27 de noviembre de 2018

Disquisiciones filosóficas


Consciente y atento al mundo material tan ligero y cambiante en que vivimos, el nuevo libro del poeta, ensayista, narrador y pintor José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963), se para a pensar en ello, en esa ligereza del mundo de ahora, que coincide con un momento imparable de la tecnología avanzada, a la que día a día se exponen más nuestras vidas. Y lo hace con cierto aire de pesadumbre y nostalgia, señalando al consumismo como efecto y causa de un síntoma de desasosiego y malestar cada vez más extendido. Es desde este consumismo feroz donde el poeta irrumpe con sus consideraciones filosóficas y señala sus vínculos, su ligereza y distracción, que no parecen tener límites.

El ojo que escucha (Renacimiento, 2018) es un texto fragmentario e incisivo, acotado a una reserva íntima de reflexiones y preguntas sobre el progreso, el arte y la importancia de vivir a contrapié de ese escollo al que las máquinas nos someten, un libro que, a su vez, transita por esa senda literaria tan particular de su autor de aunar pensamiento y poesía. El estilo depurado con el que concibe su escritura responde a esa sutileza, a esa manera recatada que tiene el poeta de bucear en las profundidades de lo aparentemente visible, para llegar más lejos: “Tienes más de lo que necesitas porque lo que necesitas no lo tienes”, dice en uno de sus aforismos de Silencios escogidos (2013), una cita recurrente para la ocasión, que pone en alza la autonomía personal como valor a defender frente a esa inercia consumista que nos acosa, tan vaporosa y adictiva.

Una persona insatisfecha es mejor cliente para el sistema que una satisfecha. La desazón propia de esta evidencia es tan molesta para Mateos como repudiable. Renegar de ello es su propósito: no querer sentirse cliente, sino ciudadano: “No nos hacen falta más soluciones, más ideologías, más programas de futuro. Lo que necesitamos –subraya– son solo unas cuantas preguntas liberadoras: ¿qué vale realmente la pena? ¿Para qué vivimos? ¿En qué estamos gastando nuestra vida?” Y en estas consideraciones se pone a pensar sobre el arte, sobre el espectador o el lector habitual atareado en buscar nuevos alicientes que encaucen su vida precaria, como si huyera de algo, de un vacío, tal vez.

Por eso, un escritor, un músico, un pintor, lo que sea –dice–, si quiere tener éxito hoy, tendrá que acercarse a este hombre hueco, neurótico, desustanciado, para decirle: No te preocupes. Sé lo que te conviene. Apaga tu inteligencia y entra en mi juguetería: te voy a dar tu ración de olvido y entretenimiento”. Todo esto que dice hay que leerlo desde el punto de vista de la ironía, y, si me apuran, desde cierto escepticismo a la hora de afrontar la actitud del artista ante el materialismo en el que estamos inmersos. Este libro es un texto vindicativo, de resistencia íntima, de mantener viva la esperanza, de tener una respuesta más decorosa, otro modus vivendi, como el que Montaigne requería: “Es el gozar, no el poseer, lo que nos hace felices”.

La cultura, que es el foco omnipresente del libro, no es solo la suma de diversas actividades, sino “un estilo de vida”, como decía T.S. Eliot, una propensión del espíritu, una sensibilidad y “un cultivo de todo aquello que hace de la vida algo digno de ser vivido”. En este entrecomillado del poeta estadounidense cabe bien resumido el espíritu crítico de El ojo que escucha. El poeta, una vez más, expone esa comunión entre el silencio y su conciencia. El poeta que encierra al filósofo, y viceversa, sabe que solo escribiendo puede recomponerse, resistir, ser invadido por las preguntas claves de la vida, por la belleza, ser útil en tiempos difíciles.

Mateos viene a decirnos que el alma humana está impregnada de un anhelo de retorno a la belleza, a sus umbrales. Insiste en que la resistencia suele ser discreta y vive de la esperanza de tratar de alcanzar lo indecible: “Estamos hechos de tal manera que lo que más nos importa saber nunca lo vamos a saber”. Pensar en todo esto es una experiencia en sí misma, porque no deja las cosas como están, recobran otro sentido. En este hermoso libro, menudo y ancho, pensar es reflexionar, volverse hacia sí mismo y conectar con esa “verdad racional o interpretable” que viene de fuera, pese a su fragilidad.

Es cierto que los avances del mundo inciden en nuestras vidas y cambian nuestra forma de ver la realidad, de relacionarnos entre nosotros, y es por esto por lo que José Mateos ha escrito su ensayo, empujado por la realidad inasumible del mundo de hoy, tan atado a esa dependencia tecnológica, de la que difícilmente se puede escapar, pero a la que quiere inquirir y refutar con el pensamiento y la palabra para que los lectores reparemos en ello.

El ojo que escucha (qué título más persuasivo) es un texto de muy buena traza literaria, humanamente provocador, que apela a esa voluntad y a esa mirada reconocibles de una voz perspicaz que, más que decir, deja oír verdades que el hombre distraído de hoy prefiere ignorar.


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