Consciente
y atento al mundo material tan ligero y cambiante en que vivimos, el
nuevo libro del poeta, ensayista, narrador y pintor José
Mateos (Jerez de la Frontera,
1963), se para a pensar en ello, en esa ligereza del mundo de ahora,
que coincide con un momento imparable de la tecnología avanzada, a
la que día a día se exponen más nuestras vidas. Y lo hace con
cierto aire de pesadumbre y nostalgia, señalando al consumismo como
efecto y causa de un síntoma de desasosiego y malestar cada vez más
extendido. Es desde este consumismo feroz donde el poeta irrumpe con
sus consideraciones filosóficas y señala sus vínculos, su ligereza
y distracción, que no parecen tener límites.
El ojo que escucha
(Renacimiento, 2018) es un texto fragmentario e incisivo, acotado a
una reserva íntima de reflexiones y preguntas sobre el progreso, el
arte y la importancia de vivir a contrapié de ese escollo al que las
máquinas nos someten, un libro que, a su vez, transita por esa senda
literaria tan particular de su autor de aunar pensamiento y poesía.
El estilo depurado con el que concibe su escritura responde a esa
sutileza, a esa manera recatada que tiene el poeta de bucear en las
profundidades de lo aparentemente visible, para llegar más lejos:
“Tienes más de lo que necesitas porque lo que necesitas no lo
tienes”, dice en uno de sus aforismos de Silencios
escogidos (2013), una cita
recurrente para la ocasión, que pone en alza la autonomía personal
como valor a defender frente a esa inercia consumista que nos acosa,
tan vaporosa y adictiva.
Una
persona insatisfecha es mejor cliente para el sistema que una
satisfecha. La desazón propia de esta evidencia es tan molesta para
Mateos como
repudiable. Renegar de ello es su propósito: no querer sentirse
cliente, sino ciudadano: “No nos hacen falta más soluciones, más
ideologías, más programas de futuro. Lo que necesitamos –subraya–
son solo unas cuantas preguntas liberadoras: ¿qué vale realmente la
pena? ¿Para qué vivimos? ¿En qué estamos gastando nuestra vida?”
Y en estas consideraciones se pone a pensar sobre el arte, sobre el
espectador o el lector habitual atareado en buscar nuevos alicientes
que encaucen su vida precaria, como si huyera de algo, de un vacío,
tal vez.
“Por
eso, un escritor, un músico, un pintor, lo que sea –dice–, si
quiere tener éxito hoy, tendrá que acercarse a este hombre hueco,
neurótico, desustanciado, para decirle: No te preocupes. Sé lo que
te conviene. Apaga tu inteligencia y entra en mi juguetería: te voy
a dar tu ración de olvido y entretenimiento”. Todo esto que dice
hay que leerlo desde el punto de vista de la ironía, y, si me
apuran, desde cierto escepticismo a la hora de afrontar la actitud
del artista ante el materialismo en el que estamos inmersos. Este
libro es un texto vindicativo, de resistencia íntima, de mantener
viva la esperanza, de tener una respuesta más decorosa, otro modus
vivendi,
como el que Montaigne
requería: “Es el gozar, no el poseer, lo que nos hace felices”.
La
cultura, que es el foco omnipresente del libro, no es solo la suma de
diversas actividades, sino “un estilo de vida”, como decía T.S.
Eliot, una propensión del
espíritu, una sensibilidad y “un cultivo de todo aquello que hace
de la vida algo digno de ser vivido”. En este entrecomillado del
poeta estadounidense cabe bien resumido el espíritu crítico de El
ojo que escucha.
El poeta, una vez más, expone esa comunión entre el silencio y su
conciencia. El poeta que encierra al filósofo, y viceversa, sabe que
solo escribiendo puede recomponerse, resistir, ser invadido por las
preguntas claves de la vida, por la belleza, ser útil en tiempos
difíciles.
Mateos
viene a decirnos que el alma humana está impregnada de un anhelo de
retorno a la belleza, a sus umbrales. Insiste en que la resistencia
suele ser discreta y vive de la esperanza de tratar de alcanzar lo
indecible: “Estamos hechos de tal manera que lo que más nos
importa saber nunca lo vamos a saber”. Pensar en todo esto es una
experiencia en sí misma, porque no deja las cosas como están,
recobran otro sentido. En este hermoso libro, menudo y ancho, pensar
es reflexionar, volverse hacia sí mismo y conectar con esa “verdad
racional o interpretable” que viene de fuera, pese a su fragilidad.
Es
cierto que los avances del mundo inciden en nuestras vidas y cambian
nuestra forma de ver la realidad, de relacionarnos entre nosotros, y
es por esto por lo que José
Mateos
ha escrito su ensayo, empujado por la realidad inasumible del mundo
de hoy, tan atado a esa dependencia tecnológica, de la que
difícilmente se puede escapar, pero a la que quiere inquirir y
refutar con el pensamiento y la palabra para que los lectores
reparemos en ello.
El ojo que escucha
(qué título más persuasivo) es un texto de muy buena traza
literaria, humanamente provocador, que apela a esa voluntad y a esa
mirada reconocibles de una voz perspicaz que, más que decir, deja
oír verdades que el hombre distraído de hoy prefiere ignorar.
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