En
literatura es fundamental el punto de vista que se adopte a la hora
de acometer una obra. Uno se puede ir acercando más y más a la
realidad, pero nunca puede acercarse lo suficiente, porque la
realidad es una sucesión infinita de pasos, de niveles de
percepción, de circunstancias y de falsas apariencias, y por ende,
inextinguible, inalcanzable en todo su ámbito.
Cuando
nos acercamos a la lectura de narraciones que abordan la violencia en
el conflicto vasco nos arriesgamos a posicionarnos porque el tema nos
toca de cerca, nos afecta, nos sobresalta, no nos deja indiferentes.
Dice la escritora Edurne Portela
que ser lector de ese tipo de libros, si nos toca profundamente, nos
hace en definitiva vulnerables. Y añade que “es desde esa
vulnerabilidad donde tal vez podamos entender la vulnerabilidad del
otro, mirarle a los ojos, y verlo”.
Iban Zaldua
(San Sebastián, 1966), escritor y profesor de Historia en la
Universidad del País Vasco ha conformado la mayor parte de su obra
narrativa en torno a la complejidad de la violencia en ese conflicto
al que él denomina “la cosa”, como así ha quedado reflejado en
los cuentos de Mentiras, mentiras, mentiras
(2000), La isla de los antropólogos y otros relatos
(2002), Itzalak
(2004), Etarkizuna
(2005), Biodiskografiak
(2011), y también, cómo no, en sus novelas Si Sabino
viviría (2005) y La
patria de todos los vascos
(2009).
El
nuevo libro que acaba de publicarse bajo el título Como
si todo hubiera pasado
(Galaxia Gutenberg, 2018) recoge cuarenta y dos relatos escritos
entre 1999 y 2018 extraídos de sus obras anteriores y de su último
libro de cuentos publicados en euskera este mismo año, muchos de
ellos inéditos en castellano. Todos abordan historias de un período
extenso y muy convulso de violencia y radicalización en Euskadi, y
cada uno de ellos escrito desde una mirada y una situación
distintas. Y es esa perspectiva, con los diversos puntos de vista,
precisamente, desde donde toma relevancia su literatura. Lo que se
permite Zaldua con
sus relatos es posibilitarse una mirada multiforme, o lo que es lo
mismo, hacerlo desde un caleidoscopio para ocuparse de la realidad y
sus matices: la multiplicidad de visiones. Es a ese nivel cuando,
según él, la literatura puede tener algo que decir de una manera
más ajustada y menos bifronte.
Los
relatos de Zaldua
deben su vitalidad a la presentación sin dramatismo de cada una de
las piezas que recorren el texto de principio a fin y, cómo no, a
las perspectivas y singularidad de los personajes que aparecen en
cada una de las situaciones que, pese a lo anómalo del contexto, se
muestran con un cierto aire de normalidad, por absurdo que parezca,
más próxima a la realidad cotidiana que a cualquier otro escenario
melodramático que pruebe la tensión política y la dimensión
trágica del conflicto: puede ser un miembro de un comando
interrogado por la policía, una ama de casa que escribe cartas a su
hija encarcelada, un ertzaina infiltrado en un centro de enseñanza
de euskera, un simple ciudadano de a pie que acude a una
manifestación contra el terrorismo, una empleada de una empresa de
trabajo temporal obligada a limpiar la oficina de los ataques
constantes de encapuchados, dos amigos de toda la vida con secretos y
discrepancias políticas, un secuestrador y su víctima hablando de
sus gustos musicales en una animada conversación, o el fantasma
reincidente de una chica que se le aparece al narrador en diferentes
conciertos en el Velódromo de Anoeta.
En
Como si todo hubiera pasado
el lector encontrará un amplio despliegue narrativo donde el
sentimiento de sus protagonistas, evocado por los mismos fantasmas
del miedo y de la violencia, enmudece ante tanto ruido orquestado y
consentido. El silencio personal y colectivo discurre
transversalmente por cada una de sus piezas, está presente en la
oficina de trabajo, en el dormitorio de la casa, en las aceras de las
calles o en la mesa de un bar, agazapado, y posee una capacidad
espantosa para aclimatar el ambiente. Zaldua
pone voz y volumen ajustados a esa implacable realidad, para que la
desmemoria no se incruste en ese silencio tan rotundo, sino que la
memoria selectiva de sus relatos repare en ello y trascienda.
Este
es un libro que condensa un terrible y triste periodo de nuestra
historia reciente, un buen puñado de relatos que nos acercan a la
realidad vivida por sus protagonistas, escritos con pulso contenido,
bajo ese tono irónico y distante que hace que la escritura sea más
porosa y reveladora. Cada historia que se cuenta merece su atención
particular y el autor, que es consciente de que la literatura no está
concebida para entender los hechos históricos, sino para traducir su
densidad y los matices de la realidad y la verdad que se posan en el
tiempo, pone voz a una amplia selección de personajes para que
encarnen sus propias vivencias.
Esta
es una ocasión para el lector, subraya Edurne Portela
en el estupendo prólogo del libro, de aproximarnos a aquellos años
difíciles, como “ejercicio de memoria”, y acercarnos a lo que ha
supuesto vivir en Esuskadi en un escenario tan complejo y complicado.
Los cuentos de Iban Zaldua
revelan esa realidad, su ambiente, la atmósfera de aquellos tiempos,
sus esquirlas y el lenguaje íntimo de tanta gente achantada por no
decir lo que se sabía, contándolo con imaginación, naturalidad y
pericia.
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