Al
escritor todo le vale para aprender, porque la literatura en
cualquiera de sus géneros puede aprovechar hasta el menor resquicio
de la experiencia, de los años vividos, para darse a valer. Y, lo
que es más importante, el aprendizaje, como dice César
Aira, le sirve, “porque
siempre está a tiempo de escribir algo más”, desde dentro, con el
único afán de escribir lo que debiera ser escrito, no tanto para
salvarse a sí mismo, como para salvar algunos muebles.
El
nuevo libro de Luisgé Martín
(Madrid, 1962), El mundo feliz
(Anagrama, 2018), va por ese cauce de referir algo más acerca de
esta idea, y en esta ocasión bajo la forma de un ensayo muy bien
armado, contundente y provocador, en el mejor sentido de agitador, de
quien incita a la reflexión sobre la aspiración a la felicidad que
subyace en nuestra existencia. Por tanto, en esta oportunidad, el
escritor y autor de novelas como Los amores confiados
(2005), La mujer de sombra
(2012), La vida equivocada
(2015) o el libro autobiográfico El amor del revés
(2016) deja a un lado la fabulación para preguntarse en el contexto
de la no-ficción si es posible la felicidad.
El
título de su ensayo es un guiño notorio a la obra de Huxley,
y dice que, en realidad, el mundo feliz suyo lleva adherido “una
apología de la vida falsa”, un oxímoron que le vale como
subtítulo a los textos que reúne en su obra, “un libro de ideas”
lo llama, un centón podemos decir en el que cabe incluso el elogio
de la derrota. Dicen los especialistas que el ensayo es la pieza
literaria que se escribe antes de escribirla, cuando se encuentra el
tema. En ese sentido, Luisgé Martín
lo encontró en la película Matrix,
en el mito de Sísifo,
en el imperativo categórico de Kant
y también en otras lecturas de pensadores como Camus,
Rousseau o Cioran,
y en el teatro de Shakespeare,
en las novelas de Dostoiveski,
así como en el Eclesistés
o en El tartufo
de Moliere.
Lo
cierto es que este libro está muy bien escrito y argumentado, es
rebelde y persuasivo, sin apartarse del pesimismo que lo envuelve.
Viene a decirnos que vivir es ir perdiendo y perdiéndose para al
final perderlo todo y perderse uno del todo. Nuestro quehacer y
nuestro sentir, el recordar y el pensar son formas de aferrarse a la
vida, y todo lo que el tiempo deshace no es nada sin el tiempo. "La
vida es hermosa. Pero, ¿y si solo lo parece?", reflexionaba Chéjov.
Este es un libro radical y nihilista. Martín
piensa que todo se escurre por el sumidero de la infelicidad, y cree
que le hemos dado mucho pábulo a la autenticidad. Por eso se
pregunta con ironía si no sería mejor vivir en Matrix
o en el mundo feliz de Huxley.
Juzgar
si la vida vale o no la pena vivirla, nos dice, equivale a responder
a una de las claves filosóficas de nuestra existencia. Cuando se es
joven, uno está expuesto, a menudo, sin saberlo con claridad, a dos
posibles tendencias a la hora de tomar partido en la vida. Estas dos
tentaciones podrían resumirse así: o bien la pasión de quemar la
vida como venga, o bien la pasión de construirla. En ese trayecto
nada parece tener un efecto duradero, el tiempo lo devora todo en la
lucha de estas dos pasiones: el deseo de una vida que se consume en
su propia intensidad y el deseo de una vida que se construye piedra a
piedra.
En
este libro, Martín
tiene conciencia de que su andadura reflexiva nunca llegará al final
del camino, pero tiende a esbozar el inconformismo que la promueve,
así como el de esa idea nacida dentro de nosotros en la que se
conforma la relación de nuestra mente con el mundo: “Sabemos que
los éxitos serán fugaces y los afectos, si los hay, interesados o
escurridizos; sabemos en suma, que la vida será un sumidero de
mierda o un acto ridículo”. Y más adelante subraya una cita
bíblica sobre lo terrible de la verdad que dice: “Donde abunda
sabiduría, abundan penas, y quien acumula ciencia acumula dolor”.
Todo lo que nos rodea, apunta, parece que está siempre estimulado
por la insatisfacción constante y por la carencia. La propia
observación del mundo en que vivimos, nuestra familia, amigos y
vecindario apuntan en esa dirección, para enfrentarnos con la
hipótesis de que la naturaleza humana sea incompatible con la
felicidad.
Cuando
un libro invita al subrayado, incita a la reflexión, sin ánimo de
solemnidad, pero dispuesto a la controversia, con esto quiero decir
que estamos hablando de un texto con acopio de inteligencia, madurez
y observación suficientes que al lector inquieto les valen para
pararse a pensar en la importancia de lo que se cuece en la vida.
Este es un ensayo nacido de la reflexión personal, del diálogo
entre amigos, de ideas inquisitivas y perspicaces que escribieron
otros y siguen vigentes, un libro escrito, no para eruditos, sino
para hacerse entender por todos, y en el que está muy presente
aquella famosa máxima de Gracián
que dice: “Hay mucho que saber, y es poco el vivir, y no se vive si
no se sabe”.
En
El mundo feliz
de Luisgé Martín la
idea de felicidad sigue siendo, como antaño, un afán descomunal e
inagotable de búsqueda, un espejismo que retrocede según avanzamos
con la edad, pero también es una maravillosa argucia de la
inteligencia para mantenernos en vilo y en vuelo. Lo cierto es que
todos los hombres queremos ser felices, pero como bien decía Séneca:
“lo difícil es saber lo que hace feliz a la vida”.
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