martes, 15 de octubre de 2019

Memorizar la vida


Todos los días de nuestra vida sucede el caos. Desde que nos levantamos. El caos es una ley que propicia la historia. No se puede predecir nuestro minuto siguiente, lo que sobrevendrá. No existe ciencia capaz de adivinar el día, que sepa anticiparlo, que le sonsaque al día su secreto. El hombre de nuestro siglo lleva al día a clases de protocolo y le obliga a una obediencia ciega, quisiera amaestrarlo y enjaular sus piruetas. Pero el día es una ardilla salvaje. Sus planes nunca son nuestros planes”.

Con este arranque revelador e incisivo, el escritor Jesús Montiel (Granada, 1984), profesor de Lengua y Literatura, poeta con cinco poemarios publicados, entre los que sobresale Placer adámico (2012), Premio Hiperión, y autor también de varios libros en prosa, como Sucederá la flor (2018) o Señor de las periferias (2019), nos presenta su nuevo trabajo, que lleva por título Casa de tinta (Hiperión, 2019), un texto, como otros que le precedieron, de difícil encasillamiento, entre narrativa fragmentaria, prosa poética y aforismos, pero en esta ocasión bajo una estructura más anárquica sin que por ello renuncie a la singularidad de su estilo basado en la mirada introspectiva y en el uso de la frase corta y pulida.

Alumbrado por ese pálpito de verdad y existencia, todo el discurrir narrativo de Casa de tinta viene a mostrar lo que subyace oculto en lo más profundo del escritor, momentos impregnados de vivencias y misterios, tan a la vista como escondidos si uno no les presta la atención debida, lugares comunes donde contemplar el detalle de las cosas sencillas que se suceden en toda vida diaria. No hay nada que no pueda convertir la escritura en sede de lo sagrado, fuera del terreno propiamente religioso, para designar aquello a lo que un escritor pueda consagrar lo mejor de sí mismo como razón de ser. Montiel así lo hace.

Quizá lo contagioso de su manera de escribir, como se ve en Casa de tinta, esté en ese pulso contenido que transmite la palabra del yo como personaje, atento a la vida azarosa, sin dejar de interpelarla, como si nos advirtiera de que pasamos nuestros días mirando anodinamente las cosas, con el riesgo de diluirnos en el mero discurrir del tiempo. Reproducir los instantes de la vida es abrir hueco, resquicios de lo que importa, viene a decirnos: “Lo imprevisible nos pellizca para ver si estamos vivos”. En este sentido, el tiempo y sus consecuencias conforman el hilo conductor del libro, pero fijado más en lo sagrado del instante. Vivirlo, según leemos, supone estar siempre en contacto con uno mismo, con ese testigo interior tan presente y ávido de afectos, tan necesitado de razones para manejar su intemperie.

Es esta singularidad en la que Montiel aplica el sentido de su escritura que lleva a su imaginación a afinar el juicio, almacenar y sopesar su experiencia, como recoge en estos fragmentos: “Escribir es, también, tejer un descubrimiento” […] “Un libro cambia el mundo de postura. Leer es darle la oportunidad a otra forma de mirar las cosas, saltar a un corazón distinto, decapitar el tiempo”. […] “Todos los días soy mi primer obstáculo”. Todo este proceder obedece a un sentir que parte de la observación que, para él, es transformadora, en la misma línea de la que partía Simone Weil que se resume en considerar que no hay arma más eficaz que la atención puesta en las cosas sencillas.

Lo que vamos a encontrar en esta Casa de tinta es un acercamiento a las cosas tal como son, un oratorio del sentir del propio autor a través de fragmentos en forma de diario, aforismos e impresiones sobre la propia vida, la lectura o el significado de escribir. También contiene una carta extensa sobre los aires de la literatura, hoy en día convertida en espectáculo, así como alguna evocación bíblica para resaltar la comprensión de lo que el mundo propone y el narrador responde: “He dejado de creer en lo que me dicen. Ahora sólo presto atención a cómo me lo dicen con el fin de discernir si las palabras interpretan fielmente la partitura del corazón de quien me habla”.

Jesús Montiel sigue escribiendo sus libros desde el interior de su sentir, gracias a esa innata predisposición suya a abstraerse y a vivir de forma emocional lo trascendente de las cosas más pequeñas, a asombrarse incluso ante aquello que a los demás nos parece normal. En su río de tinta hay un discurrir reposado de vivencias y vislumbres de lo palpable de la vida, capaz de reflejar con delicadeza y hermosura soplos poéticos, emotivos y biográficos.

En Casa de tinta se dice que vivir es un continuo prepararse para ello, para la vida. Y cuando se acepta a la literatura como el mejor hacedor posible, discernir en qué genero conviene hacerlo no es lo importante. Es decir, cuando un escritor desata su tinta con perplejidad y asombro, y se dispone a abrir las ventanas de su escritorio para enunciar lo indecible, entonces todo fluye con más naturalidad y gozo. Eso sí que importa, y ese vínculo, en las páginas de este libro, es palpable.

1 comentario:

  1. Otro libro suyo a tener en cuenta, por lo que leo. Me gusta mucho Jesús Montiel.
    Un saludo, Jimy.

    ResponderEliminar