“Todos
los días de nuestra vida sucede el caos. Desde que nos levantamos.
El caos es una ley que propicia la historia. No se puede predecir
nuestro minuto siguiente, lo que sobrevendrá. No existe ciencia
capaz de adivinar el día, que sepa anticiparlo, que le sonsaque al
día su secreto. El hombre de nuestro siglo lleva al día a clases de
protocolo y le obliga a una obediencia ciega, quisiera amaestrarlo y
enjaular sus piruetas. Pero el día es una ardilla salvaje. Sus
planes nunca son nuestros planes”.
Con
este arranque revelador e incisivo, el escritor Jesús
Montiel (Granada, 1984),
profesor de Lengua y Literatura, poeta con cinco poemarios
publicados, entre los que sobresale Placer adámico
(2012), Premio Hiperión,
y autor también de varios libros en prosa, como Sucederá
la flor (2018) o Señor
de las periferias (2019),
nos presenta su nuevo trabajo, que lleva por título Casa
de tinta (Hiperión, 2019),
un texto, como otros que le precedieron, de difícil encasillamiento,
entre narrativa fragmentaria, prosa poética y aforismos, pero en
esta ocasión bajo una estructura más anárquica sin que por ello
renuncie a la singularidad de su estilo basado en la mirada
introspectiva y en el uso de la frase corta y pulida.
Alumbrado
por ese pálpito de verdad y existencia, todo el discurrir narrativo
de Casa de tinta
viene a mostrar lo que subyace oculto en lo más profundo del
escritor, momentos impregnados de vivencias y misterios, tan a la
vista como escondidos si uno no les presta la atención debida,
lugares comunes donde contemplar el detalle de las cosas sencillas
que se suceden en toda vida diaria. No hay nada que no pueda
convertir la escritura en sede de lo sagrado, fuera del terreno
propiamente religioso, para designar aquello a lo que un escritor
pueda consagrar lo mejor de sí mismo como razón de ser. Montiel
así lo hace.
Quizá
lo contagioso de su manera de escribir, como se ve en Casa
de tinta,
esté en ese pulso contenido que transmite la palabra del yo como
personaje, atento a la vida azarosa, sin dejar de interpelarla, como
si nos advirtiera de que pasamos nuestros días mirando anodinamente
las cosas, con el riesgo de diluirnos en el mero discurrir del
tiempo. Reproducir los instantes de la vida es abrir hueco,
resquicios de lo que importa, viene a decirnos: “Lo imprevisible
nos pellizca para ver si estamos vivos”. En este sentido, el tiempo
y sus consecuencias conforman el hilo conductor del libro, pero
fijado más en lo sagrado del instante. Vivirlo, según leemos,
supone estar siempre en contacto con uno mismo, con ese testigo
interior tan presente y ávido de afectos, tan necesitado de razones
para manejar su intemperie.
Es
esta singularidad en la que Montiel
aplica el sentido de su escritura que lleva a su imaginación a
afinar el juicio, almacenar y sopesar su experiencia, como recoge en
estos fragmentos: “Escribir es, también, tejer un descubrimiento”
[…] “Un libro cambia el mundo de postura. Leer es darle la
oportunidad a otra forma de mirar las cosas, saltar a un corazón
distinto, decapitar el tiempo”. […] “Todos los días soy mi
primer obstáculo”. Todo este proceder obedece a un sentir que
parte de la observación que, para él, es transformadora, en la
misma línea de la que partía Simone Weil
que se resume en considerar que no hay arma más eficaz que la
atención puesta en las cosas sencillas.
Lo
que vamos a encontrar en esta Casa de tinta
es un acercamiento a las cosas tal como son, un oratorio del sentir
del propio autor a través de fragmentos en forma de diario,
aforismos e impresiones sobre la propia vida, la lectura o el
significado de escribir. También contiene una carta extensa sobre
los aires de la literatura, hoy en día convertida en espectáculo,
así como alguna evocación bíblica para resaltar la comprensión de
lo que el mundo propone y el narrador responde: “He dejado de creer
en lo que me dicen. Ahora sólo presto atención a cómo me lo dicen
con el fin de discernir si las palabras interpretan fielmente la
partitura del corazón de quien me habla”.
Jesús Montiel
sigue escribiendo sus libros desde el interior de su sentir, gracias
a esa innata predisposición suya a abstraerse y a vivir de forma
emocional lo trascendente de las cosas más pequeñas, a asombrarse
incluso ante aquello que a los demás nos parece normal. En su río
de tinta hay un discurrir reposado de vivencias y vislumbres de lo
palpable de la vida, capaz de reflejar con delicadeza y hermosura
soplos poéticos, emotivos y biográficos.
En
Casa de tinta
se dice que vivir es un continuo prepararse para ello, para la vida.
Y cuando se acepta a la literatura como el mejor hacedor posible,
discernir en qué genero conviene hacerlo no es lo importante. Es
decir, cuando un escritor desata su tinta con perplejidad y asombro,
y se dispone a abrir las ventanas de su escritorio para enunciar lo
indecible, entonces todo fluye con más naturalidad y gozo. Eso sí
que importa, y ese vínculo, en las páginas de este libro, es palpable.
Otro libro suyo a tener en cuenta, por lo que leo. Me gusta mucho Jesús Montiel.
ResponderEliminarUn saludo, Jimy.