Hay
muchas cosas formidables en la historia de la humanidad, pero
seguramente, ninguna de tanta importancia como la que representa a la
civilización como una creación humana. Sobre este punto cardinal el
historiador británico Tony Spawforth,
en el primer párrafo de su reciente libro, Una nueva
historia del mundo clásico
(2019) resalta de dónde procede: “Hace más de dos mil quinientos
años, quizá a finales del siglo VIII a.C., un poeta relató unos
acontecimientos que tuvieron lugar durante el asedio de la ciudad de
Troya, que duró diez años. Este poema, La Ilíada,
marcó el inicio de una de las principales y más antiguas
tradiciones narrativas, cuya influencia se deja sentir hasta hoy. Así
como el propio término «historia»,
esa tradición es un regalo que los antiguos griegos nos legaron”.
La
huella histórica de nuestra civilización hay que encontrarla en los
clásicos, nos vino a decir Italo Calvino
en su inolvidable obra póstuma, Por qué leer los
clásicos: “Los clásicos
son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las
lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que
han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más
sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres) […] Los clásicos
son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más
nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlo de verdad”.
Pues
de esto trata Los griegos y nosotros
(Fórcola, 2019), el nuevo libro de Ricardo Moreno Castillo
(Madrid, 1950), matemático y doctor en filosofía, especializado en
historia de la ciencia, autor del Breve tratado sobre la
estupidez humana (2018), un
alegato contra la estulticia que nos encandiló a tantos lectores. En
esta ocasión, con la misma proporción, en cuanto a brevedad y
eficacia, Moreno Castillo
diseña un plan para acaparar nuestra atención lectora basado en un
procedimiento que ya dio sus frutos con su anterior ensayo en el que
la agilidad, el sentido del humor, el tino de las citas y la audacia
de sus reflexiones conforman el ideario de la argumentación del
texto.
Los griegos y
nosotros es un jugoso
manifiesto, tan sentido como apasionado, que responde a señalar el
valor de los clásicos y su utilidad legendaria como constante fuente
de conocimiento y de saber de lo que verdaderamente nos importa y nos
sacude en la vida, una despensa que provee y nos ayuda a vivir
nuestra vida contemporánea, gracias a la vigencia de sus textos
filosóficos, históricos y literarios. El prólogo, a cargo del
helenista Carlos García Gual
es un estupendo pórtico, un aperitivo para abrir boca de lo que el
ensayo promete como plato elaborado. Añade que el autor pone buen
cuidado y esmero “en el arte de espigar y comentar textos de
escritores y pensadores, generalmente de fino estilo y talante
ilustrado”. Y uno, conforme avanza en la lectura, percibe que el
prologuista no exageraba en su aserto, porque la pericia del libro
tira de ese afán persuasivo, de ese empeño entusiasta y decantado
en el extenso poso, tan sugerente, de pensadores y escritores
ilustres para refrendar la verdad que anima el objetivo del libro: la
defensa del humanismo clásico.
“Dicho
más escuetamente –en palabras suyas–: no es que nosotros
pensemos como los griegos, es que somos griegos. Así de fácil y
sencillo”. La memoria inteligente es un sistema dinámico, algo que
Moreno Castillo
insinúa en su exposición de motivos. Viene a decirnos que esta
memoria no es un almacén, ni un destino, sino una riquísima fuente
de operaciones. Los griegos mostraron una vez más su perspicacia al
descubrir que las Musas eras hijas de la Memoria. “Las alforjas que
llevamos en nuestro deambular por la vida son nuestra memoria y
nuestros recuerdos”, subraya. Al propio tiempo concita a mirar
hacia atrás de vez en cuando, para recuperar las cosas que se nos
han caído por el camino.
Moreno Castillo
centra la relación del sujeto con el saber en el desempeño
educativo que tienen las humanidades e insiste en que sin deseo de
saber no hay posibilidades de aprendizaje. Y para que haya deseo de
saber es necesario un contagio, un encuentro con el testimonio de
este deseo: “aprender a aprender”, lo llama. “El conocimiento
de los mitos griegos –sostiene– puede ser más útil para
entender lo que nos rodea que el libro de sociología más reciente y
vanguardista, porque esos mitos han superado sus casi tres mil años
de vida sin perder su frescura ni su vigor”.
La
gran compañía que se percibe al leer Los griegos y
nosotros se la debemos a su
autor por su habilidad y eficacia fecunda de acercarnos a la voz de
los clásicos, y esto lo consigue sin acudir a un mamotreto ni a la
grandilocuencia académica, tan solo con un librito enorme, ameno y
certero con el que logra mostrarnos el sentir del mundo griego como
soporte narrativo para la educación y la vida.
Volver
a los clásicos nos sirve para comprender el pasado, nuestro
presente, aprender para el futuro y, desde luego, para considerar la
vigencia de la cultura griega y romana como antorcha olímpica que va
de mano en mano alumbrando los siglos. Hay que agradecerle a Moreno
Castillo su carácter persuasivo por incitarnos a la lectura de
los clásicos, algo, como demuestra en su libro,
imprescindible y duradero. Nos apremia a ello, a volver con urgencia
a los clásicos, lugar común de nuestra cultura de donde nunca
debimos habernos ido.
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