“Al poco de llegar a Madrid, me fui a vivir a un piso en la calle de Lope de Vega, 2, en el Barrio de las Letras. No conocía a nadie y con algunos vecinos conformamos una curiosa familia que me ayudó a mitigar la soledad y comprender mi nuevo mundo”. Con estas palabras Clara Obligado nos abre las puertas de La biblioteca de agua (Páginas de Espuma, 2019), un volumen de relatos que cierra un proyecto narrativo que comenzó, como ella misma apunta en la antesala del libro, con El libro de los viajes equivocados (2011), un puñado de historias en donde el sentido del destierro y la diáspora están muy presentes. Después continuaría con La muerte juega a los dados (2015), un conjunto de relatos con determinados puntos en común en los que “lo fundamental no es la solución de los grandes enigmas, sino la vida de todos los días”, como subraya la mujer del detective O´Brien, uno de los personajes más fascinantes del libro.
Todo este marco narrativo guarda cierta similitud con los enigmas y las claves que contienen los mapas de las ciudades en los que, sin pretenderlo, abundan muchos de los secretos de sus habitantes. Reflejan el pasado, el presente y lo indecible de sus afanes: descubrimiento, curiosidad, vestigio, ambición, memoria y olvido. El lenguaje de los mapas de una ciudad resiste el paso del tiempo, tiene implícito la ubicuidad de nuestras fútiles vidas y, desde luego, forjan historias colectivas. Por eso los mapas nos fascinan, porque en ellos hay un espacio laberíntico poblado de leyendas urbanas, trayectos y memoria, pero, sobre todo, porque encierran logros y pérdidas personales vinculadas a sus plazas, calles y esquinas.
Lo que viene a representar La biblioteca de agua (Páginas de Espuma, 2019) es precisamente eso, un mapa narrativo cuya estructura obedece a un engarce de cuentos encadenados, en los que Madrid, y concretamente su Barrio de las Letras con sus continuos vaivenes, destaca como personaje principal del libro y abarca un periodo extenso que va desde 1976, fecha desde la que parte su autora, precisamente porque fue cuando llega a España procedente de Buenos Aires como exiliada política de la dictadura militar, hasta nuestros días, para contarnos historias entrelazadas con la suya que empiezan en el presente y fluyen hacia el origen de la ciudad valiéndose del artificio de la ficción.
Dice Clara Obligado que entrelazar cuentos le permite abrir mucho la lente, ir más allá de lo que una novela podría contar, tanto en el tiempo como en el espacio y añade que, en esta ocasión, su objetivo ha sido buscar un engranaje de relatos desde espacios periféricos a un presente y a un pasado en el que el lector pueda elegir leer a saltos, de principio a fin o cambiar de dirección y empezar de atrás para delante, a modo de un flâneur que avanza, retrocede o le da la vuelta al mapa mientras camina.
Hacía tiempo que no leía un texto narrativo en plan reversible, desde que lo hice con Rayuela. Por eso me propuse leerlo de ese modo, de atrás hacia delante, aceptando el envite que la propia autora nos ofreció al público asistente en la presentación del libro que tuvo lugar al final de septiembre en Jerez, en la Librería La Luna Nueva. Me lo tomé al pie de la letra y, francamente, la experiencia me ha parecido sorprendente y llena de perplejidades. Cada relato se superpone y arranca un hilo proveniente del anterior, como si fuera un nexo del tiempo y propiciara un encadenamiento afín al devenir de las cosas que se van sucediendo por las calles y casas de la ciudad, sin importar la dirección tomada.
De esa lectura que empieza con Génesis, el último relato, nos situamos en la piedra angular de donde parte el título del libro. Ese agua surgida del cosmos antes que se conformara lo que ahora es el planeta, que se enlaza con el siguiente, El Milagro, donde se nos cuenta cómo de aquel humedal que originó la ciudad de Madrid, gracias a un ser ancestral, una hembra de nombre Hispanotherium matritense, también surgió el lenguaje. Siguiendo esa ruta establecida en el relato que antecede, La mano, nos traslada a un convento en el que dos monjas, hijas de Cervantes y Lope de Vega, nacidas del amor furtivo de estos dos ilustres letrados sobreviven a un destino de retiro obligado. Llegamos a La biblioteca de agua, un relato fantástico en el que el agua que alimenta a la vida puede resultar tan letal como las llamas.
Del primero al último de los relatos, o viceversa, el agua fluye con sus historias, y esa conexión fluida pone su guiño a la concepción borgeana, digamos laberíntica, que ha querido establecer la autora en la construcción de estos cuentos, un puzzle narrativo cuyo resultado final es una cartografía de personajes que deambulan por las calles, como lo hace en uno de sus cuentos la maja desnuda de Goya por los alrededores del Museo del Prado. En sus dos relatos más extensos: Lo que no se recuerda y Romanticismo, al igual que hay una historia de amor, el agua, los libros y la mirada también trascienden, y en ambos viene a decirse que el amor no entiende de código de honor porque es tan imparable como impredecible.
En síntesis, este es un libro que vierte una vida por el tiempo, un trayecto poblado de nostalgia y resistencia, un vagar que invita al encuentro, a la conversación, al examen del tiempo, a la libertad de detenerse en la memoria de la ciudad, esto es, en ir tras los pasos de quienes la construyen con sus historias. Este es, también, un libro lleno de fulgores, una travesía por los pasajes de un barrio y las palabras de quienes lo cuentan, una biblioteca sin fin, que escribe, en cada ocasión, un relato de las cosas, de antes y de ahora, de sus calles, que nos enfrenta a la memoria y a las conmemoraciones colectivas señaladas por placas, ruinas o monumentos. La biblioteca de agua es un invento hermoso.
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