Hay escritores que no necesitan presentación. Dickens es uno de ellos. Después de Shakespeare, el autor de Oliver Twist representa el más más alto valor de la literatura británica a nivel universal. Dickens fue ante todo un luchador, un hombre dispuesto a enfrentarse contra la adversidad, contumaz en el esfuerzo y en el sacrifico, que no se dejó vencer por la situación que la vida le deparó como hijo de una familia encabezada por un padre pródigo y derrochador, pésimo ejemplo para cualquier niño. Pero, como cuenta Peter Ackroyd en su biografía, también capeó con un misterioso sentimiento de pérdida, que no le privó de venturosas y libertinas escapadas nocturnas en compañía de su amigo Wilkie Collins. Dickens llevó una vida amorosa, digamos tan complicada y poco convencional como la de cualquiera de otros tantos hombres ilustres de su época.
Casado con una mujer apocada, de carácter radicalmente opuesto a su capacidad de trabajo e instinto creativo, se divorció al cabo del tiempo en un contencioso que transcendió el ámbito del hogar, siendo objeto de escarnio en muchos mentideros de Inglaterra. Una indicación de la crisis matrimonial que se avecinaba ocurrió en 1855, cuando Dickens acudió al encuentro de su primer amor, que también andaba como él, unido en matrimonio. Pero en aquella cita, ella se había mostrado mucho más alejada del recuerdo romántico que Dickens aún guardaba vivo de aquel otro encuentro primero sucedido en 1830, veinticuatro años antes, que derivó en un amor a primera vista y que, muy a su pesar, no contó con el consentimiento de los padres de su amada.
A principio de 2011, el editor Javier Jiménez le ofreció a Amelia Pérez de Villar hacer la traducción de un epistolario en el que se recogía el meollo de esa historia de amor, que derivaría, posteriormente, en un ensayo biográfico. Se trataba de la correspondencia de juventud de Dickens con una muchacha llamada Maria Beadnell en la que también se mencionaban otras cartas que cruzó con un amigo, Henry Kolle, que le hizo de enlace en sus idas y venidas amorosas. Unas cartas rescatadas del olvido y la censura familiar, que fueron publicadas en 1908 en una edición limitada para los miembros de la Sociedad Bibliófila de Boston. Pero entre todo el material aparecido, poco más de una docena de cartas, las únicas que se conservaban eran solo las que Dickens había escrito.
Dickens enamorado (Fórcola, 2020), es un texto que ya fue publicado cuando se celebraba el bicentenario de su nacimiento en 2012, que vuelve a la actualidad en una hermosísima edición a la que no le faltan ilustraciones de grabados y fotos. Se trata pues de un libro ameno y revelador en el que se cuenta la forma en que influyeron en la vida y en la obra del gran novelista victoriano el amor inusitado de una joven inalcanzable. El escritor se empeñó en ello, pero ni él lo consiguió ni ella se deshizo de las ataduras sociales y familiares que se lo impedían. Y así como en la ficción la historia reparte a diestro y siniestro secretos, afinidades y chispeantes deseos, en cuyo desarrollo la vida también prende todo lo que se revuelve en los sentimientos de cualquier persona herida de amor. Surgió la llama de María Beadnell y su lumbre le inspiró el personaje de Dora en David Copperfield y, en un reencuentro de madurez, el de Flora Finching, de La pequeña Dorrit. Pero también surgieron Catherine Hogarth, con la que estuvo casado 20 años y tuvo 10 hijos, y la actriz Nelly Ternan, con la que pasó la última década de su vida.
Gracias a las cartas que Dickens intercambió con María se ha podido desvelar de su novela más autobiográfica, David Copperfield, que los amores referidos del protagonista y Dora, en realidad, son los de su creador y la menor de las hermanas Beadnell. Es aquí, en su mejor obra, donde el escritor plasma, como en ninguna otra, sus sentimientos más personales y donde cuenta detalles, más propio de su enamoramiento que de su inventiva, y es aquí, también, donde mejor recrea su deleite y pasmo sentimental reflejándolos en la joven Dora, con todas las características que, a sus ojos, provenían de ese amor cautivo de siempre.
Amelia Pérez de Villar ha sabido encauzar la curiosidad del lector en su obra, registrando detalles de la vida privada de Dickens y recordando otras más públicas, como los entresijos de algunas de sus obras, sus viajes a los Estados Unidos, su periplo por Italia o sus duras jornadas de trabajo para obtener recursos para la educación de sus hijos y solventar los gastos de sus propiedades, además de atender económicamente a sus padres y ayudar a un hermano negado al trabajo.
Dickens enamorado es una aventura literaria, una curiosidad indagatoria de “un hombre que no sabía hacer nada a medias: apasionado en todo, que llegaba hasta el final en todo lo que emprendía”. Su idilio fallido, que, a juicio de Pérez de Villar, ha sido ninguneado en sus biografías, es el hilo conductor de este ameno e interesante texto que arroja un punto de luz nuevo y particular de Dickens, no solo por lo que desvela del personaje público y del hombre dedicado plenamente a la escritura, sino por lo que también volcó de todo esto en sus creaciones, en las tramas amorosas de algunos de sus personajes más entrañables de sus obras que siguen vivos en nuestro imaginario.