miércoles, 15 de abril de 2020

No estamos solos

"Esta es la historia de Gastón y de su mejor amigo, Max; es, además, la historia de Gato, el perro de Gastón, y de Pol, el hijo de Max [...] El presente está aquí, mientras escribimos aquí y leemos aquí. Aquí. También el lugar, la ciudad en la que se desarrolla la historia, está aquí. En esta página, no hace falta buscarla más allá. Al fin y al cabo, el tiempo y el espacio son lo mismo. Nuestro lugar es el tiempo en el que transcurrimos; el presente es nuestro lugar de residencia. El pasado lo iremos entendiendo sobre la marcha, porque es la conexión entre el presente y el futuro. El pasado será el dedo que hará avanzar las páginas de este libro".

Así comienza La invasión del pueblo del espíritu (Anagrama, 2020), la última novela publicada de Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, México, 1973), un escritor afincado en Barcelona desde 2003 muy interesado por trasladar a su narrativa las historias personales derivadas de la migración. La dificultad de incorporarse a la cotidianidad y sus desafectos están presentes en otras obras suyas anteriores, como No voy a pedirle a nadie que me crea (2016), galardonada con el Premio Herralde de Novela de ese año. Pero, igualmente, le interesa contarnos historias vividas desde dentro de su propio país de origen. Da lo mismo si se habla de pobreza, corrupción, lucha de clases, como es el caso de Si viviéramos en un lugar normal (2012) o, en el caso de Fiesta en la madriguera (2010), de violencia y narcotráfico, un atisbo de reflejar el desmadre mexicano.

Pero volviendo al caso que nos ocupa, digamos que en esta nueva novela suya, concebida bajo un sello jocoso e hilarante, muy propios de su narrativa, la vida de sus dos protagonistas van a dar un giro radical en cuestión de días. Por un lado, Max tendrá que dejar su restaurante porque los ingresos no dan ya para hacer frente al pago del alquiler del negocio, y, por otro, Gastón tendrá que poner fin a la vida de Gato, un perro noble y viejo que arrastra una enfermedad terminal. Pero, también, vamos a conocer lo que se cuece en el ámbito de un barrio de emigrantes de una gran ciudad, a los que se añaden algunas descabelladas teorías de conspiración, como la que plantea Pol, el hijo de Max, investigador científico, quien asegura que la vida en el planeta es un experimento a merced de los extraterrestres.

De manera que hay un sesgo irónico y otro de ciencia ficción alrededor de esta novela. Gastón es un oyente mudo de lo que pasa en la Tundra (referido a Rusia) con Pol, de lo que sucede con los nororientales, de lo que pasa en su lugar de origen, donde unos primos o sobrinos quieren quitarle la herencia y, por supuesto, de eso que dicen que fuera del mundo hay seres que viven y que aparentemente son más inteligentes que los de aquí abajo. Gastón, a su vez, no puede vivir sin su perro. Está atado a él no solo por la correa que siempre lleva consigo, sino por lo que le va diciendo su corazón y pareciera que la mascota respondiera, como fiel compañero de confidencias y andanzas. Es una novela en la que convergen lala desazón, misantropía y un sinfín de situaciones grotescas. Y, obviamente, es una novela sin patria. La novela, por tanto, además de reflejar el recelo al otro, reúne a tres personajes –padre, hijo y abuelo– encerrados en un mismo lugar porque, ciertamente, se están escondiendo de sus problemas, negando la realidad.

Por el mapamundi desplegado en la novela puede ocurrir cualquier cosa, más allá de los extraterrestres, incluso que el mejor futbolista de la tierra aparezca señalado por sus vómitos en la cancha de juego. También hay lugar para fijar la mirada por cualquier esquina por donde deambulan “lejanorientales”, “nororientales”, “proximorientales”, identidades que entran y salen de bares y tiendas, como si llevaran marcado en su rostro que no hay más valor temporal que el presente. Todos ellos reflejan una idea contraria a esa otra universal de que en el pasado las cosas eran mejores. El tiempo regalado solo se refiere al presente. Para ellos, saber esperar no parece ser la condición previa de su forma de entender la vida, sino que el instante es quien lo acapara todo.

Este es el escenario por el que transcurre la trama de esta novela que podemos ubicarla en Barcelona. Nada escapa a ese realismo social que dimana de sus calles y barrios por donde late ese plano secuencial de gente desubicada procedente de todas las latitudes y que, por aquí, transita mostrando su fragilidad y las pocas certezas con que se sostienen.

La invasión del pueblo del espíritu es una novela entretenidísima, un libro fluido en su narración, ameno y divertido al que no le falta, en su contexto, la mirada política necesaria para extraer, desde la ironía y la vida recurrente de sus protagonistas, la experiencia ajena y el desamparo de sus azarosas circunstancias, imposible de predecir, una metáfora que Villalobos pone al alcance del lector con perspicacia y humor.

Eso es lo verdaderamente fantástico y descifrable de este libro: que lo real parece inventado.

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