"Daniel desapareció tres meses, dos días, ocho horas después de su cumpleaños. Tenía tres años. Era mi hijo. La última vez que lo vi estaba entre el subibaja y la resbaladilla del parque al que lo llevaba por las tardes. No recuerdo más. O sí: estaba triste porque Vladimir me avisaba que se iba porque no quería abaratar todo. Abaratar todo, como cuando algo que vale mucho se vende por dos pesos. Ésa era yo cuando perdí a mi hijo..."
Así comienza Casas vacías (Sextopiso, 2020), la primera novela de la escritora, socióloga y economista Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982), un libro sobrecogedor y descarnado en el que la violencia y la culpa acampan en el seno familiar, sin que afuera apenas se sepa. En todo entresijo familiar hay un meollo oculto. En este arranque narrativo, tan demoledor, de una mujer que se despide para siempre de su amante a través del móvil, hay una realidad, aún más asoladora que sucede al mismo tiempo, la desaparición de su hijo, secuestrado por una joven que anhela ser madre.
A partir de aquí, el relato se centra en mostrarnos las voces narrativas, tanto la de la atormentada madre que se interroga sobre el paradero de su niño y nos cuenta su vida marital y familiar, lastrada por hijos no deseados o, incluso, que no eran suyos, como, de otra parte, la de la secuestradora y su dramático microcosmos que la devora. Cada una de ellas rumia sus congojas y miedos a solas. Cada una de ellas visualiza su futuro precario y sus fobias. Son conscientes, cada una a su manera, de que tan peligroso es el miedo excesivo como la temeridad de hacer algo indebido. Los problemas que las apremian no respetan las fronteras de sus hogares sino que las ansias y la intranquilidad las convierten en presas de sí mismas.
En tal sentido, Casas vacías es una indisimulable novela sobre el miedo, la adversidad, la desdicha y la difícil tarea de ser madre, o, mejor dicho, madre de un mismo hijo: la que lo engendra y la que se lo roba un día para criarlo como propio. La pérdida, la rabia, la soledad, la esperanza, la desigualdad y la maternidad son temas por los que la escritora mexicana transita con una escritura incisiva y profunda. Este es un libro contado por dos madres sufridas y ninguneadas en sus respectivos hogares, "de esas madres que, con los pies pesados, surcan caminos", como dice la más dolida de ellas, porque "el que desaparece se lleva de ti algo que no vuelve; se lleva cordura".
Pero también hay otras madres dentro del relato: la madre muerta a manos de un marido asesino, la de la hija asesinada, la madre que llegó a serlo porque la violó su hermano, y, cómo no, la resonancia de otras muchas madres de hijos desaparecidos en un México violento, que se conectan para contar sus historias en el seno familiar. Y de entre todas ellas, emerge una hija huérfana y díscola, Nagore, la única mujer que tiene nombre en la novela y que no carga con culpas, ni de sí misma ni de nadie.
Casas vacías es un drama acuciante que condensa en sus páginas diferentes realidades que tienen que ver con el hecho de ser madre impuesto por la sociedad patriarcal y la difícil tarea del cuidado de los hijos, un libro que demuestra los muchos rincones que quedan por alumbrarnos acerca de la experiencia de la maternidad y cómo no, un relato que bien podría derivar hacia una incómoda ingesta de desdicha, se transforma, gracias al uso inteligente del lenguaje de la autora, en una lectura absorbente, en la que la fuerza de las palabras convierten en literatura lo que las imágenes duras de la realidad transmiten de perturbación y desasosiego.
Con todo ello, la autora hace gala de un dominio del habla popular de las calles modestas de México y de una gran habilidad para volcarlo de forma eficaz en el texto, por muy crudo y tremendo que dicho habla se manifieste. Igualmente, sorprende su instinto narrativo y su modo de decir las cosas, como así de espontáneo venga del trance personal o del ámbito familiar, sin veleidades ni tapujos, una apuesta estética en la que sus protagonistas se expanden, y nos permiten reconocerlos en su propio marco referencial en el que ellos mismos desatan sus afanes, sus miserias, y tienen arrestos para no silenciarlos.
En suma, Casas vacías es un libro estremecedor que pone al descubierto lo impronunciable del dolor y de la pérdida. Brenda Navarro nos entrega un texto intenso y bien urdido en apenas ciento sesenta páginas, una novela de prosa admirable que no deja indiferente al lector. Un estupendo debut.
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