Según el conocido dictamen de Jaime Balmes, el arte de enseñar a aprender consiste en formar fábricas y no almacenes. Por supuesto, dichas fábricas funcionarán en el vacío si no cuentan con provisiones almacenadas a partir de las cuales elaborar nuevos productos, pero son algo más que una perfecta colección de conocimientos. En sus reflexiones sobre el mismo tema, Immanuel Kant escribía también que “el hombre no llega a ser hombre más que por la educación”. Ambos filósofos convergen en la importancia de la escuela como el recinto más determinante donde adquirir el conocimiento.
El nuevo libro del profesor Gregorio Luri (Azagra, Navarra, 1955), La escuela no es un parque de atracciones (Ariel, 2020), y que lleva como subtítulo Una defensa del conocimiento poderoso, aborda y despliega un amplio enfoque sobre esa importancia y trascendencia que tiene la escuela en el valor educativo, cultural y social a través del conocimiento, del saber. Sostiene el autor que “la escuela ha sido una de las más grandes y más nobles creaciones de la humanidad”. Y advierte que, como toda institución humana, dista mucho de que su engranaje funcione a las mil maravillas. “Pero es perfectible. Es una noble causa imperfecta”.
En la actualidad, el modelo educativo y la búsqueda de la excelencia en el aprendizaje son aspectos que suelen ocasionar mucho ruido en el seno de la comunidad educativa, al igual que en los debates de los distintos parlamentos de cada país. El maestro, nos cuenta Massimo Recalcati en su libro La hora de clase, está más solo ante el peligro de esos padres cada vez más cómplices y aliados de los hijos y más distantes con el profesorado que, además, prefieren despejar el camino de sus hijos ante sus tropiezos académicos o comportamientos punibles.
Así mismo, Fernando Savater, en su libro El valor de educar, afirma con pensamiento crítico, que de la escuela hay que salir con muchas cosas aprendidas y se pregunta a este respecto si: “¿Debe la educación preparar aptos competidores en el mercado laboral o formar hombres completos? ¿Ha de potenciar la autonomía de cada individuo, a menudo crítica y disidente, o la cohesión social? ¿Debe desarrollar la originalidad innovadora o mantener la identidad tradicional del grupo?”
Al hilo de estas consideraciones e interrogantes que siempre andan en debate, el libro de Luri incide y defiende que lo importante a destacar es que “el conocimiento es un derecho de todos los alumnos”. Por tanto, la educación y el conocimiento deben de cuidar, ante todo, la transmisión de algo de valor, y solo se transmite aquello que quien ha de transmitirlo considera digno de ser conservado. No se puede educar, nos dice, sin enseñar al mismo tiempo; la educación sin instrucción es vacía y degenera fácilmente en mera retórica emocional y moral, como advertía Hannah Arendt.
El libro de Luri es un ensayo dinámico e incisivo que apunta desde todos los ángulos a la realidad de la escuela y su complejidad educativa, sin olvidarse de señalar aquellos aspectos críticos que lastran su pedagogía. Y por eso insiste en que velar por la calidad de la enseñanza es fundamental, teniendo muy en cuenta que “si se desea que los alumnos se sientan bien en la escuela, hay que demostrarles que todo cuanto hacen es relevante y que lo más relevante de todo es adquirir conocimientos poderosos”, como él los llama, conocimientos que no solo contribuyan a la mejora del alumno, sino también a la mejora de la cultura colectiva.
Este es un texto que promueve la innovación académica siempre que esta esté precedida de mucho trabajo metódico y que esté dispuesta a continuarlo. Hay también en él, además de una defensa del conocimiento con experiencia de crecimiento personal, un empeño denodado en poner el valor de la memoria como potencia activa del saber. Para Luri el objetivo de toda instrucción es alterar la memoria a largo plazo para transformarla en alacena y ensanchamiento del saber adquirido.
La escuela no es un parque de atracciones desvela que instruirse es más que una diversión, de ahí que convenga resaltar los contrapuntos de la educación en la escuela, su complejidad y su puntos más discutibles. En ese sentido, este es un libro esperanzador y reflexivo que atiende lo que tiene de auténtico la enseñanza. Viene a decirnos que no hay oposición entre instrucción y educación, y se apela a que en la escuela es posible cambiar una vida, dar un vuelco al destino e, incluso, despertar la curiosidad del alumno incluso sobre la simpleza de un esbozo.
Gregorio Luri nos entrega un ensayo pedagógico escrito con inteligencia y elegancia, que se afana con ahínco en la búsqueda de la verdad y en detallar los puntos más polémicos de la escuela, sin apartarse ni un ápice de la idea de que todo saber, como la propia vida, está sujeto a deberes: trabajo, esfuerzo, disciplina. Este es un libro ni dogmático ni piadoso, más propicio para la reflexión y el compromiso que para la polémica, un texto poroso que empapará de lo lindo a quien se acerque a leerlo.
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