Pedro Ugarte
Ese carácter trágico de las historias se subraya en una de las características más originales del libro: el anuncio anticipado de las desgracias que están por llegar. El imperioso narrador de La claridad, violando con seguro descaro las convenciones del género, adelanta la fatalidad del desenlace: “Nada de lo que sucederá dentro de un rato debería suceder nunca, pero sucederá de todos modos”; “Según la hoja de ruta, debería llegar a la autovía poco después de la medianoche. Y eso es lo que nunca sucederá”. Frases parecidas salpican todos los relatos: a la dureza temática de sus historias, Marcelo Luján les incorpora la inquietante certidumbre de su inevitabilidad. El lector no solo se dirige hacia desenlaces crueles, sino que lo hace siguiendo una desasosegante vereda, una vereda llena de señales premonitorias, de susurros que no solo sugieren, sino que además sentencian.
Creo que ese es uno de los hallazgos del libro: a la atmósfera progresivamente inquietante se le añade la promesa explícita, declarada, de la fatalidad. Un escritor debe sentirse muy seguro de sus fuerzas para jugar de esa manera con la curiosidad del lector, para atraer su atención con pases de muleta tan arriesgados, unos pases que podrían malograr la faena, pero eso no ocurre en ningún caso.
Los seis cuentos de La claridad guardan, además, discretas filiaciones. Podrían ordenarse como una exposición temática de hechos sombríos: la violación, la autodestrucción, el accidente o el asesinato son, de forma sucesiva, el tema de los cuatro primeros (Los dos siguientes también podrían calificarse temáticamente, pero hacerlo sería destripar su contenido). Hay otros enlaces subterráneos: el primero y el tercero se desarrollan en el mismo paisaje desolado; mientras que el segundo y el cuarto, que pueden leerse de forma independiente, mantienen sin embargo un hilo narrativo singular. Por último, la sexta pieza (la más ajena a cualquier forma de violencia, pero la más inquietante al mismo tiempo) aborda en sus páginas finales el título del libro y arroja, sobre él, más claridad.
Marcelo Luján escribe con enorme seguridad, lleva a sus personajes hacia un mundo de sombras y obliga al lector a obrar como testigo. Un pulso extraordinario entre escritor, lector y personajes, que es lo que distingue a la mejor literatura.
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