lunes, 2 de noviembre de 2020

Ciudades marcadas

La historia no está escrita como ha sido experimentada, y eso debería estar también presente. “El historiador es el guardián de la verdad histórica que es la verdad de los hechos”, nos recuerda Hannah Arendt. Quizás por esto hacemos lo imposible por querer saber otros muchos detalles no revelados que pongan más luz al hecho histórico conocido. La Historia, en general, condiciona nuestra mirada sobre los hechos ocurridos del pasado. Por eso conviene acudir a los hechos para examinar la verdad, teniendo en cuenta la voz de quienes vivieron aquellos momentos y hoy siguen siendo testigos del ayer.

Algunos libros van por ese camino de aproximación. Libros que se interesan por el testimonio de los propios protagonistas de un hecho histórico. Su objetivo es indagar y saber cómo era para ellos vivir por aquel entonces en el lugar en el que transcurrió la historia que se pretende contar. Y el resultado viene a confirmar cómo determinados episodios de la historia reciente han llegado a convertirse en símbolos y sentimientos para mucha gente que, por eso mismo, han condicionado la realidad existente de esas mismas ciudades que hoy en siguen marcadas por el peso y significado de su pasado.

A esta perspectiva tomada en el lugar y en el tiempo se deben las historias recogidas en Guardianes de la memoria (Fórcola, 2020) del escritor y periodista Álvaro Colomer (Barcelona, 1973), un libro de crónicas de unos lugares en los que en su realidad cotidiana laten aún sentimientos de reconciliación, de dolor, de fatalidad, de miedo ancestral o de clamor religioso dependiendo de la ciudad a la que se refieren. Así mismo, es también un libro de viajes dirigido al corazón de unos territorios históricos a los que el autor incorpora el testimonio fresco de quienes fueron partícipes de los acontecimientos o simplemente nacieron después y se encontraron con su legado.

Rodeado de un halo de misterio, el lector se va a encontrar, por tanto, con un texto que rinde homenaje a cinco ciudades o regiones muy marcadas por su determinante sino histórico. El propósito de la obra queda dicho y aclarado en el prólogo: “Este libro está dedicado a los habitantes de las ciudades que soportan el peso de la Historia. Son nuestros «guardianes de la memoria», hombres y mujeres que cedieron su futuro para que nosotros tengamos un pasado[...] Y lo han hecho para que nosotros tengamos un lugar al que ir cuando queramos recordar de dónde venimos”.

El libro señala un periplo que recorre cinco enclaves. Nos vamos a encontrar con ciudades como Gernika, Auschwitz o Chernóbil que vivieron estremecedores acontecimientos grabados para siempre en la memoria colectiva. También hay lugar para la singularidad, como la que representa la población de Lourdes, que no deja indiferente al viajero que se acerca a su término municipal y comprueba la emoción que despierta la peregrinación de miles de personas a su santuario mariano. Como también hay un capítulo reservado al inframundo de los vampiros de la enigmática Transilvania. No podemos evitar un cierto escalofrío cuando oímos hablar de esta región rumana con su castillo y el nombre de aquel conde Drácula creado por Bram Stoker.

Todo lo que fluye por cada uno de estas historias viene a confirmarnos que mucho de lo que revelan sus páginas no es solo una indagación de alcance de lo que sucedió en unos territorios, sino más bien una interpelación sobre cómo las consecuencias de los hechos históricos se perpetúan en la vida real y presente de la población. Para ello, Colomer se vale de datos, notas, entrevistas, anécdotas y viejas historias. Nos cuenta cómo eran estos lugares antes y después de entrar en la leyenda, sus ecos y cicatrices que han sido claves en la reciente historia de Europa.

Álvaro Colomer nos entrega un ensayo escrito con inteligencia y sentido ético, que reflexiona sobre la visibilidad de los grandes acontecimientos de la historia a través de un recorrido por unos territorios que siguen desafiando su legado con estrépito. Las ciudades se comen a los hombres y por eso es posible perderse en ellas. Recuerdo un pasaje de Inre Kertész en Diario de la galera que aborda el lamento del hombre perdido, ahogado en las cicatrices de su ciudad y clama que “pensar sobre la vida equivale a cuestionarla”. Es esa idea la que sostiene este trabajo ensayístico, la búsqueda de la verdad sin apartarse ni un ápice de la idea de que todo saber, como la propia vida y la Historia, está sujeto a revisión.

¿Qué es un libro sino una forma del paso del tiempo? Guardianes de la memoria es un gran título para un libro que comprime tiempo y memoria a través de las experiencias viajeras de su autor. Un texto apelativo que también es una suerte de señal de cómo el flujo del mundo de ayer en lugares referentes de nuestra historia común se perpetúa y refleja en el presente. Quizás sea siempre así.


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