martes, 27 de octubre de 2020

Convalecencia


Para
Carlos Frontera (Jerez, Cádiz, 1973) escribir es un camino para averiguar algo e, incluso, descubrirlo, un modo de entenderse con las cosas que pasan dentro y fuera de uno mismo, conocer sus resortes y entresijos, lo que activa o paraliza la conducta humana, como así dejó entredicho en Andar sin ruido (2017), su sorprendente libro de relatos con el que debutó como escritor. En él exploraba el comportamiento de gentes apremiadas por salir del atolladero en el que se encontraban, cada uno a su manera, aunque el aplastante peso de la realidad les condicionara a todos por igual; seres incompletos y taimados, conscientes de su fragilidad y de que algo esencial siempre anda en juego, que anhelan, con poca convicción, llegar a ser algo más acorde con lo que un día soñaron.

Ahora, con Eco (Candaya, 2020), su nuevo libro y primera novela, se expande por esos mismos asideros pero en una construcción narrativa más inmediata e intimista, la de la propia experiencia. El lector participa de un relato introspectivo que muestra el estado convaleciente del narrador en el que todo parece estar desenfocado. Hay una necesidad de reaccionar a ello y desatar lo que se aloja en su interior de incomprensión y rabia. Y en ese requerimiento de leerse a sí mismo y al mundo inestable que le rodea, de intentar reincorporarse de la inmovilidad de su cama para poner claridad o, al menos, vislumbrar quién es y dónde está. Y esa es la voz narrativa que transita por estas páginas y se hace escuchar, la que vierte lo recóndito de su estado y sacude sus efectos: “A la experiencia tiempo, a la experiencia mano, les puedo agregar preguntas, esto es, literatura, en un intento por entender algo”.

Dice Umbral en Mortal y rosa que escribir es meter la vida en un libro, tomarle medidas al tiempo. El relato de Frontera percute en ese mismo ámbito y costuras. El dolor y el desacato por el que deambula su relato es un laberinto, una espiral no exenta de pérdidas. El dolor repasa pasajes, duda continuamente, vuelve atrás, como una bestia apaleada que no acaba de aprenderse el camino marcado por el paso del tiempo. La infancia, el hogar, la conciencia, el desamor y la memoria acuden a tirar del hilo que resuena en la propia voz del narrador a lo largo de todo el libro: “Yo soy el canal de desagüe. Yo, el atasco”.

Eco es todo eso, la cosmogonía de un hombre roto y refractario que no para de preguntarse acerca de su relación consigo mismo y con los demás, un monólogo interior sobre el desconcierto íntimo y familiar. Durante su prolongada estancia en casa, recuperándose de una operación de tabique nasal, el narrador de esta intensa novela repasa fragmentos de su pasado que apuntan a episodios en los que retumba la figura contradictoria y hostil del padre, una traslación que pone en jaque todo lo que desde una temprana madurez se pone en valor referido a la libertad, la voluntad y la toma de decisiones.

Eco es una novela breve, vehemente y tajante sobre la resiliencia y la superación personal que, pese a su tono herido, en ella prevalece un afán determinante de escapismo, de abandonar el aislamiento, que desafía a la realidad y sus esquirlas. Con una prosa ágil y puntillosa a la que no le faltan sus vetas de humor, Carlos Frontera relata el tono vital de un hombre que padece y analiza su padecimiento, y ante lo complicado de narrar sus rarezas empieza a querer aplacar esa contrariedad que lleva dentro, arrancando medias sonrisas al destino paralizante de una convalecencia que ya no debe alargarse más, que pide resarcirse del pasado y vencer al cansancio, al dolor y a la blandura del cuerpo.

Eco es también una evocación de un viaje al Himalaya en el que el autor deja ver el impacto de una aventura no culminada que enlazará con la pericia narrativa que impulsa el espíritu combativo de la propia novela. El entendimiento de la montaña se deja ver aquí fijándolo en el significado de la dificultad de su ascenso. La cumbre espera, es el logro final, la entrada sublime a ese espacio abierto, llamado cima, de intemperie absoluta cargado de plenitud y silencio.

Lo que aparece en Eco de la montaña es metáfora y vida, el lugar y la aventura donde se asienta un argumento revelador de quien busca la dimensión sublime e incierta del logro, que viene a dar sentido a aquello que dijo un filósofo: que el hombre es un ser de lejanías, de distancias y utopías. Y que, también, debe aprender a ser criatura de lo inmediato y cercano, del fracaso y del vuelta a empezar. Es lo que trasciende de esta implacable y exacerbada novela que, según deja dicho su autor en el epígrafe del libro, nunca tendría que haber escrito.


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