lunes, 12 de octubre de 2020

Vidas marcadas

La literatura que se adentra en el territorio familiar, ya se sabe, no viene nunca trazada por donde sus propios miembros lógicamente esperaron que transitaran sus vidas, sino por curvas y vericuetos que les hubieran resultado inconcebibles. Escribir por esta senda exige hacerse un hueco en la memoria para dedicarlo a ese juego incauto de travesía en el tiempo en pos de descubrir algunos secretos de sus protagonistas para comprender mejor la apuesta de vida por la que ellos mismos optaron.

Precisamente la nueva novela de Gonzalo Celorio (México, 1948), Los apóstatas (Tusquets, 2020), reúne las características propias de la memoria y de la autobiografía, impulsada por el carácter envolvente de su prosa torrencial bien dispuesta en capítulos breves y dinámicos. Con este proceder narrativo y con la valentía de enfrentarse abiertamente a los fantasmas familiares, Celorio traza el relato íntimo de Eduardo y Miguel, sus dos hermanos mayores, una fascinante doble historia que transcurre sin límites por ese territorio fértil de certezas extraviadas y verdades huidizas centrado en la vida convulsa que ambos llevaron.

Ya en las primeras páginas del libro, el propio autor desvela el sentido de esta apasionante tentativa suya de culminar el círculo narrativo de su trilogía familiar iniciada con su primera obra en 2006: “A través de los años, la historia ancestral no dio origen, pues, a una novela total, como lo habían anhelado mis ensoñaciones de escritor en ciernes, sino a dos novelas bastante acotadas, referidas a la familia materna la primera, y a la paterna la segunda: Tres lindas cubanas y El metal y la escoria”.

Entrando en los entresijos del libro, nos vamos a encontrar episodios comprometidos y escabrosos, amores complicados también hay, al igual que un sinfín de secretos íntimos. Los apóstatas es un relato generoso en su concepción, una apuesta que trata de mostrar el alcance del desarrollo personal de dos hombres que cambiaron el destino de sus vidas, una novela urdida con ese atisbo de entendimiento que en todo momento refleja la voz narrativa que lo impulsa. Es un relato complejo, como corresponde a toda vida plasmada en escritura, y aún más si se trata de dos vidas vinculadas a una misma vocación religiosa incipiente.

Pero también es un libro valiente, rico en detalles, artificios, recursos narrativos y estilísticos de los que se vale el autor para dar a conocer a dos hombres apasionados que cambiaron de rumbo sus vidas a causa de su fe, y por esa misma razón, dos hombres expuestos y sometidos al juicio constante de los demás, incluida la propia familia. Por todo ese ámbito existencial desde el que ambos protagonistas guardan sus secretos más inconfesables, Celorio traza sus trayectorias personales adentrándose en sus vivencias. La vida que sus dos hermanos volcaron en una misma dirección religiosa, pero que al cabo de un tiempo, y por diferentes razones, cada uno de ellos acabará negando.

Esa ruptura con sus creencias religiosas les conducirá a abrazar de nuevo ese otro mundo de la calle, más terrenal y concreto que ahora ellos encuentran más excitante. Uno opta por la senda de la teología de la liberación, trabajando en poblados mexicanos indígenas, y más tarde comprometiéndose políticamente con el movimiento de liberación nicaragüense que acabó con la dictadura somocista. El otro hermano, tras dejar atrás su vocación, acometerá con mucho entusiasmo el estudio y magisterio de la arquitectura barroca mexicana, acabando posteriormente en una incontenible obsesión por el mundo satánico que llegará a cegarlo hasta los últimos momentos de su vida.

Cabe destacar, por otra parte, el carácter misceláneo que la novela va tomando conforme avanza el texto, un ejercicio constructivo por donde Gonzalo Celorio intercala memoria, autobiografía, datos, cartas y hasta una interesante reflexión teórica de cómo idear y escribir una novela que, como subraya el autor: “también recurre a la imaginación para iluminar las zonas oscuras del pretérito”. En todo ese engranaje, Los apóstatas viene a referirnos algo que es una prueba más de que las historias, por fantásticas e insólitas que sean, no son nunca inocentes.

Dicho de otra manera, jamás su autor pudo imaginarse lo que iba a descubrir cuando comenzó su andadura. “Maldita la hora en que se me ocurrió escribir esta novela”, sentencia en la primera página. Sin embargo, el resultado es espléndido. En argumento y las palabras en sí de esta emotiva novela, que vienen de la historia de una saga familiar, llegan a nosotros y nos interpelan con una fuerte carga reivindicativa y crítica, y eso se debe a que la verdad que esclarece se mantiene tan pujante y viva como en los tiempos en que transcurrieron los hechos, si es que no más.


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