viernes, 16 de octubre de 2020

Esencia y concepto

El aforismo es un género milenario que nació con algo de estatuto, de código o, incluso, de principio. Se puede comprobar en las máximas, sentencias y proverbios que ya comenzaron a proliferar en la época clásica de la mano de filósofos griegos y latinos. Desde sus orígenes, ha conservado la naturaleza instructiva propia de una escritura deontológica, con esa gracia de persuadirnos de la mejor manera y que nos es otra que no decir nunca más que lo que merece ser dicho, con muchos cultivadores a lo largo de la historia de la literatura. El aforismo contemporáneo está alejado en cierta medida del tono grandilocuente, didáctico y moralista de etapas anteriores. Pero conviene resaltar que, aunque ha virado, el compromiso con la reflexión y la verdad siguen estando en su esencia hoy muy presente, más el añadido del humor.

En definitiva, como afirman algunas voces acreditadas como es el caso de la del poeta Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964), “el aforismo posee una carga poética y otra filosófica”, que debe aspirar, en su esencia y concepto, a algo bueno: “Lo breve debe ser bueno para ser aforismo. En caso contrario –sentencia– será una simple ocurrencia, una banalidad”. Pero no se queda tan solo en eso, ni con lo que tiene de verdadero lo dicho en el primer párrafo, sino que su nuevo libro Para una teoría del aforismo (Trea, 2020), amplifica y desarrolla lo que anuncia el título, toda una exégesis de lo que supone la creación aforística, a la que añade una selección de aforismos de veintiocho autores para abundar en los tres ejes que, a su juicio, sustenta el concepto aforístico: la reflexión, la verdad y el conocimiento. Y añade que su verdadero quehacer “exige creación auténtica, exige lecturas y conocimiento, precisa de la fusión de la poesía y de la filosofía con la experiencia para conseguir el clima de autenticidad, de misterio, de oficio, de silencio, y también de erudición compartida con el lector”.

Digamos pues que el aforismo vive en tensión con los propios límites de lo comunicable que deciden las propias palabras que lo conforman. En esta importante limitación sui géneris, el aforismo, para Sánchez Menéndez, autor curtido en estos lances literarios, que ha publicado cuatro libros de aforismos: Artilugios (2017), La alegría de lo imperfecto (2017), Concepto (2019) y Ética para mediocres (2020), tiene como objetivo preservar en su brevedad las posibilidades de la verdad y de la paradoja juntas, en el mismo punto de encuentro, el lugar que debe darnos que pensar, que hacernos asentir, dudar o pillarnos por sorpresa.

Conviene acercarnos a la idea de concepto de aforismo que nos ofrece el libro entresacando también de la despensa del mismo lo que dicen otros escritores contemporáneos seleccionados por el autor, que trazan con destreza y brillantez otras conjeturas sobre el aforismo. Por ejemplo, para Hiram Barrios, “el aforismo aspira a ser una entidad evocativa, sugerente, y por ello juega con la implicación, el sobreentendido y el silencio”. Jordi Doce sostiene que “la verdad del aforismo depende directamente de la felicidad de su expresión[...] habla el lenguaje del deseo, es decir, habla con el deseo del lector y lo despierta”. Para Lorenzo Oliván el aforismo es una consecuencia: “un circuito de alta tensión, por el que circula el mundo (gracias a su propia fragmentariedad) en un siempre deseable visto y no visto”.

Un compendio teórico de alcance como es este sintético tratado sobre el aforismo de Sánchez Menéndez refiere un valioso trabajo de estar al tanto de lo mucho y bueno que se publica en este género en nuestro país que, en lo que va de siglo, está teniendo un auge notorio. Por eso mismo, el propio autor quiere dar cabida en su indagación a una buena representación de escritores que por su calidad y pericia han dado continuidad y brillo a lo que tiene de milenario este arte discursivo de las formas breves. Algunos bien comprometidos con el género vienen de lejos, como Ramón Eder, Carmen Canet, Manuel Leila, León Molina o José Luis Morante; otros, de trayectoria más reciente, como Eliana Dukelsky, Sergio García o Javier Puche. Un muestrario de voces dispares que exponen en veinticinco aforismos, la mayoría de ellos inéditos, la buena salud de la que goza este género de apariencia fácil, pero de exigente precisión.

Cada uno de los invitados acude a la cita cargado de sutilezas, vislumbres y paradojas que realzan el espíritu que mueve la literatura fragmentaria que representa lo que conocemos como aforismo. Hiram Barrios señala que “El pensamiento es un camino; el aforismo, su atajo”. Carmen Canet alumbra que “El aforismo cuando te atrapa es una liberación”. Miguel Catalán es un clásico: “En los buenos tiempos soy epicúreo; en los malos, estoico”. Ramón Eder, más castizo, refiere que “La vida es una ficción basada en hechos reales”. En cambio, Karmelo C. Iribarren, con ese resorte pesimista tan característico en él, advierte que “Los aforismos no pueden ser amigos”.

En suma, todo lo reunido en este encomiable trabajo suyo trata de acercarnos a esa parte de praxis a la que aspira el desarrollo de una buena teoría. El estudio que Javier Sánchez Menéndez sintetiza en su volumen Para una teoría del aforismo predice una suerte de necesidad por traspasar los límites de su tesis argumentativa, incluyendo textos y aportaciones de otros que dan validez a lo que en su esencia tiene el aforismo de aprendizaje y pensamiento. Este es un libro punzante, un ensayo breve y lúcido lleno de sabiduría y gracia que sostiene que lo que hace que un aforismo llegue a ser una frase feliz es una incógnita tan sorprendente como imprevisible, pero que proviene de “un silencio breve capaz de llenar nuestras conciencias”.


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