Precisamente de atmósfera, intensidad y detalles andan bien servidos las ocho piezas narrativas que conforman el nuevo libro de relatos de Pedro Ugarte (Bilbao, 1963), que acaba de publicarse. Pero por encima de todo eso, habría que destacar de los cuentos reunidos en este Antes del paraíso (Páginas de Espuma, 2020) la potencia visual de sus tramas en torno al ámbito familiar, cuyas situaciones propenden a la tensión y al desasosiego, pues no siempre sus protagonistas se manejan con la habilidad más adecuada a sus intereses. Todo ello hace que la lectura de estos cuentos, a pesar de que sus historias se ciñen a una realidad quebradiza, de infortunios y desolación, nos lleve, en un ejercicio sugestivo, a descubrir los velados anhelos de felicidad de unos personajes cautivos de sus propias flaquezas y sueños incumplidos.
Algo tienen en común todas estas narraciones protagonizadas por los diferentes Jorges de cada historia: hijos, maridos o padres destinados a asumir desasosiegos, conflictos familiares, a veces enfermizos, y casi siempre desorientados. Gente incómoda en una órbita familiar que intenta sobreponerse, aspirando a subsistir a la adversidad de sus propios conflictos. La intimidad de los distintos protagonistas se nos muestra con una perspectiva entre irónica y dramática que deja traslucir envidias, venganzas, resentimientos, vacíos o vidas fingidas.
Por ejemplo, en el primero de los relatos, uno de los más conmovedores y que pone título al libro es una historia de credos y ternura, secretos y fracasos. Su protagonista trae a la memoria recuerdos de la infancia, pasajes de la vida de su padre, un hombre católico, obstinado y tierno, un oficinista cumplidor, curtido también en tareas domésticas, que sostiene sus derrotas personales gracias a esos encierros de cada noche, en su estudio escribiendo y a los fines de semana en los que se recluye en casa bebiendo a medias con su mujer.
Si en el siguiente cuento, de título elocuente, El premio, el dinero no entiende de amistad ni de lealtades, en el que le sigue, Cliente fantasma, un padre sin escrúpulos fantasea teatralizando su impostura ante un hijo perplejo que, al madurar, va descubriendo la farsa hasta que ya cansado se conjura socavarlo: “Y me juré que mi vida sería muy distinta a la suya, que es lo que se juran todos los hijos a sí mismos, a partir de cierta edad”.
Hay otro que sobresale por lo que la historia tiene de entrañable. Me refiero al relato que cuenta las veleidades de una abuela empeñada en dar crédito insistentemente de que estuvo con los reyes de Bélgica en un pueblo de la costa de Guipúzcoa, con un ardor encomiable para impedir que lo que ella vivió no se borre en el tiempo: “La verdad. Cómo distinguirla de la mentira, y de esas complicadas imaginaciones que alumbran los seres humanos y que utilizan para dar sentido a todo”, concluye el narrador de esta historia inconclusa de tres generaciones.
Pero si hay una historia a destacar y que a mí me ha conmovido sobremanera, quizá por ese escenario escolar tan afín del que tantos padres hemos sido partícipes o meros observadores es la relativa a un padre divorciado que asiste cada sábado a ver los partidos escolares de baloncesto en los que juega su hija. Cada encuentro lo obliga a soportar la presencia impertinente y desagradable de otro padre, un metepatas al que un día ya no aguanta más y le endiña un puñetazo en toda la cara, lo que le deparará una reprimenda generalizada y una soledad triste y abrumadora, pese a sus disculpas.
Ugarte es un gran contador de historias, con un largo recorrido por este género tan exigente, que goza de ese don que importa de la narrativa de calidad, capaz de sorprendernos de un modo novedoso y significativo con historias íntimas que se nos antojan cercanas y familiares. Y eso es, sencillamente, admirable.
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