miércoles, 30 de septiembre de 2020

A la luz del día

La novela es, sin lugar a dudas, el más dúctil de los géneros literarios. Independientemente de su formato, la novela se nutre de la vida, de sus pasiones, sus horrores, sus glorias, sus convulsiones, sus incertidumbres, y lo mismo puede echar mano de la realidad que de la fantasía, de la verdad que de su negación, de la ficción que de la historia. Es, por tanto, un género que soporta por igual la expresión lírica, el ensayo, la crónica, la memoria o las reflexiones literarias imbricadas en un contexto cercano o del pasado. Porque la novela puede llegar adonde la veracidad histórica se detiene como delante de un precipicio.

Desde ese punto de inflexión, teñidas de reclamo histórico y marcadas por el entorno político y social del momento, las miniaturas literarias de Éric Vuillard (Lyon, 1968) son piezas tan atractivas como encomiables, novelas fulgurantes que acumulan destreza y condensación narrativa. Libros como El orden del día (2018), obra merecedora del Premio Goncourt 2017, que cuenta los entresijos del ascenso de Hitler al poder, 14 de julio (2019), novela estremecedora sobre el día de la toma de la Bastilla, o La batalla de Occidente (2019), sobre la Primera Guerra Mundial que, en su brevedad, se valen a sí mismos para revelarnos con habilidad aquellos instantes históricos a pie del escenario en el origen del conflicto; se bastan para que el autor extraiga la simiente necesaria con la que conjugar la síntesis de un hecho histórico en donde los silencios o lo que se insinúa cuentan tanto como lo que se dice.

En esa misma línea narrativa, su nueva entrega, La guerra de los pobres (2020), recrea las revueltas campesinas en el sur de Alemania en el siglo XVI y rescata la figura insurgente de un joven predicador, Thomas Müntzer, en un contexto histórico en el que la imprenta y la Reforma protestante también toman protagonismo en toda Centroeuropa. Vuillard, ayudado de un lenguaje enérgico y desbordante, tan propio de su manera de contarnos la historia, nos entrega una novela acotada en 1524, un año de continuos tumultos sociales, enrarecido igualmente por los nuevos envites teológicos promovidos por algunos hombres destacados de la Iglesia.

La guerra de los campesinos había comenzado en Suabia, junto al lago Constanza. Luego se propagó hacia el Tirol y hacia el norte –nos cuenta el narrador. Fue una sucesión de revueltas –prosigue–, pero no solo campesinas, urbanas también, obreras. Müntzer se había dirigido al hombre humilde, intentó por un instante agrupar a la multitud de descontentos”. Esta rebelión propuesta por el joven e impetuoso teólogo solo puede entenderse desde ese mismo contexto histórico en el que la precariedad material del pueblo y la trascendencia religiosa de sus habitantes se aúnan contra los excesos del orden establecido por la nobleza y el clero.

Müntzer, rebelde y aguerrido, no puede quedarse quieto y a la defensiva, eso sería una renuncia inaceptable. Él opina de que ha llegado la hora del combate. Müntzer da un paso más y alza el tono para deplorar las injusticias y tropelías cometidas por los príncipes sobre el pueblo llano. Y ante ellos mismos les cuenta un episodio bíblico proveniente de un sueño del rey Nabucodonosor, a quien el profeta Daniel le anuncia el final de su reinado. Este pasaje traído por Müntzer hace mella en los príncipes: “porque los poderosos no ceden nunca nada, ni el pan ni la libertad”. Y entonces desata su clamor pronunciando la frase más terrible y radical de todas las que hasta aquel momento había dicho en contra de sus representantes: “Hay que matar a los soberanos impíos”.

Una y otra vez, Thomas Müntzer irá sumando efectivos populares en su empeño por transformar la realidad social con prédicas entusiastas e incisivas dirigidas no solo al campesinado sino también a los tejedores, mineros y al resto de los artesanos. La amenaza llega a inquietar a los poderosos regidores que comienzan a rearmar un ejército cada vez más numeroso para contener la rebelión popular incipiente, mientras negocian con sus cabecillas para ir ganando tiempo.

La mecha encendida por Müntzer se convertirá en fuego fatuo al final de La guerra de los pobres, dando a entender que por aquella época, las masas populares enardecidas y analfabetas, necesitadas del liderazgo de gente preparada, quedarían muy pronto desguarnecidas cuando los arrestos de sus líderes se ven reducidos o eliminados sin ninguna contemplación. Müntzer será ajusticiado al poco tiempo, con tan solo treinta y cinco años de edad. Su cabeza será empalada y exhibida, su cuerpo arrojado a los perros.

Éric Vuillard tiene claramente marcado su perfil creativo, coherente con la visión de los hechos históricos que él concibe para contarnos una buena historia y, en esta nueva miniatura suya denota la vigencia de su apuesta literaria para abordar con precisión la trama de una existencia rebelde y armada de valor, convencida de acabar con la extrema opresión que ejercía el poder dominante sobre los más débiles.

La guerra de los pobres es una pieza bien afilada, un ejercicio literario contundente y conciso que no deja indiferente al lector y, mucho menos, a los que nos consideramos entusiastas de la obra de su autor que escribe con suma contención y luminosidad hechos determinantes acontecidos en el pasado cuyas resonancias nos permiten mirar con frescura y sentido crítico lo mucho que hay por descubrir en los archivos históricos.


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