Con estas palabras, el novelista Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) concentra el sentido de lo que para él significa la lectura extraídas de Un lugar donde vivir, uno de los textos claves de su nuevo libro Elogio de la fragilidad (Galaxia Gutenberg, 2020), un conjunto de ensayos breves en los que plasma una reflexión sobre aquellos libros y autores que volcaron sus simientes literarias y abonaron su irrefrenable afán por cosechar y almacenar lo que de bueno le depararon todas sus lecturas. El lector, según él, será quien decida tomar de todo lo almacenado aquello que su cuerpo le pida. Es él quien, en definitiva, y a través de la lectura, dará vida y pálpito a lo que el escritor concentró en sus textos. Mallarmé dejó patente que "el mundo se creó para transformarse en un libro". Al fin y al cabo, como por estas páginas se insinúa y resalta, la vida y los libros están hechos de palabras.
Es más, Martín Garzo considera que la amplitud de la literatura es sideral, porque cada libro cuando no nos lleva lejos, al menos si nos lleva a un lugar desconocido. Y señala que no leemos porque queramos escapar del mundo, ni tampoco para cambiarlo por otro que se ajuste más a nuestros deseos, sino sencillamente leemos para sentirnos reales. En este compendio suyo asoman cuarenta piezas bien acotadas por donde el lector va a acompañarlo con esa idea concebida por el propio autor que viene a subrayar lo que ya dejó dicho en su anterior libro en torno a los cuentos, Una casa de palabras (2013), que "no se lee para soñar con otro mundo, sino para descubrir lo que en el nuestro permanece escondido, para ver donde antes no se veía".
En esta nueva órbita propuesta en Elogio de la fragilidad seguimos el rastro de Las mil y una noches para mantener viva y aplacar a su vez nuestra angustia de saber, nuestras ganas de conocer las respuestas de la vida en la fabulación, en las historias que nos consuelan y nos dicen que hay un lugar adonde ir y donde reencontrarnos con seres del pasado que amamos, un lugar donde llegar para encontrar hospitalidad. "A los libros –dice– se llega como a las islas mágicas de los cuentos, no porque alguien nos lleve de la mano, sino simplemente porque nos salen al paso".
Todo lo que fluye por cada uno de los textos viene a contarnos que mucho de lo que revela la literatura no es tanto una tentativa de lo que sucede en el mundo, sino más bien una representación de lo que acontece en la vida real. Insiste Martín Garzo en que "la literatura debe hablarnos del doctor Jekyll y del mundo que le rodea, pero sería incompleta si no lo hiciera a la vez de Mister Hyde, de su deambular en la noche, de sus extravagancias y, por qué no, de sus ocultas delicadezas. De esos otros que también somos y de los asuntos peligrosos en que tantas veces andamos metidos".
En todo su itinerario se despliega un amplio vislumbre de obras clásicas que van desde Cervantes a Dickens, de Pavese a Zagajewski, de Isak Dinesen a Carson McCullers, sin olvidarse de la poesía de Dickinson ni de la de Cernuda, para resaltar y exaltar que todos ellos son artífices de la cultura y de la memoria: "Somos lo que recordamos. Si al ser humano le privaran de memoria perdería lo más esencial [...] La memoria es «lo más necesario de la vida»". En ese acopio memorístico, podemos afirmar que Martín Garzo se muestra como un lector con muy buen gusto, apegado a la diversidad y a los contrastes de la vida que ofrecen los distintos géneros literarios.
A los que nos gusta leer, mucho nos costaría vivir en un mundo sin libros, pero la realidad no está completamente en ellos, puesto que no cabe entera. Lo asombroso de todo esto, es lo que no deja de hacer Martín Garzo en cada oportunidad que le brinda su andadura ensayística: que nos fijemos más en la vida que fluye por los libros, algo que hace con ese tesón admirable de quien considera que leer es más una disposición que un resultado.
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