Es en ese contexto donde nace la generación beat y el fenómeno cultural que arrastró consigo para mostrar el rechazo a los valores norteamericanos clásicos y el apoyo al uso de las drogas, la libertad sexual y al acercamiento a las filosofías orientales. Fabrellas construye su novela mediante la figura de su personaje Paul Demut, un escritor beat que se erige en cronista de la noche neoyorquina y que, a su vez, muestra su incapacidad de concluir un relato completo donde reflejar todas sus vivencias personales y ajenas de aquel movimiento literario que gravitaba en torno a un grupo de amigos que ya venían escribiendo prosa y poesía desde mediados de los años 40, compartiendo entre otras cosas la misma idea de cultura y otras aficiones como el jazz: el poeta Allen Ginsberg o los escritores Jack Kerouac y William S. Borroughs, sin olvidar a Neal Cassidy, uno de sus iconos, coprotagonista de On the road de Kerouac, la obra más venerada de aquella generación.
Acompañamos a Demut en su deambular por Port Moresby, el bar de copas y escenario de todo lo que acontece en el libro, para conocer el ambiente sórdido de aquel garito en el que fluye abundancia de whisky, tequila, mescal, sexo y trapicheo de opio, peyote y cocaína, bajo la melodía del jazz y más jazz en su vertiente bebop, la mejor música improvisada que se podía escuchar por aquel entonces de la mano de Miles Davis, John Coltrane, Bill Evans, Charlie Parker o de la voz de Billie Holiday.
Pero lo que más le importa a Demut es la escritura, inspirarse en contar lo que vive de una manera como si nadie lo hubiera hecho antes: “La difícil posibilidad de contarlo todo [...] Pero es imposible, el intento de escritura total es una paradoja, para hacer eso deberíamos tener un lenguaje mejor, y tenemos un lenguaje limitado, veintisiete letras, una combinatoria enorme y una estructura fija para combinarlo, no llegaremos a nada”. Cree a pies juntillas en esa idea de experimentalismo que debe tener toda obra literaria, pero, a medida que avanzamos en la lectura de las historias que va entretejiendo, el lector percibe que Paul Demut empieza a tocar fondo.
Y en su bajada a los infiernos confiesa que nunca tuvo un plan preestablecido para escribir este libro porque “las historias ya estaban ahí antes de que yo las contase. A él solo se le ocurrió ponerlas juntas de esta manera, con la idea de “que parezca una alfombra por debajo, un tapiz vuelto, que se le vean las costuras”, y así quien llegue a leerlo lo reinterprete a su forma y lo perciba como un libro inconcluso al igual que una sinfonía inacabada. Ahí radica su rebeldía.
Por lo expresado anteriormente y por los contrapuntos de las conversaciones que abundan por sus capítulos, podemos afirmar que este es un libro ambicioso, lleno de semblanzas y rastros inabarcables de todo lo que removió la generación beat americana en su época. Fabrellas nos entrega una obra persuasiva y original en su manera de concebirla, con páginas brillantes, en las que plasma en forma de crónica fragmentaria mucho de la vida golfa y nocturna de aquel Nueva York henchido por la melodía del jazz y, particularmente, de sus protagonistas, siempre presentes hasta en los pies de páginas del libro, al igual que el espíritu beat mordiente de aquellos años en los que el desorden social, maquillado por el esplendor del cine de Hollywood, requería de una respuesta por el resto de las artes: la literatura, la pintura y la música.
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