Al igual que sus predecesoras, las brujas también se presenta con un título en minúscula, y en esta, como en las anteriores, sus personajes, adolescentes conocen el sufrimiento, la soledad, la codicia, el encierro, la derrota e, incluso, todos ellos tiemblan de una subterránea fragilidad que los hace entrañables. A todo esto se une la voluntad del autor de presentar un desarrollo narrativo que fluye sin puntos y aparte, una simplificación estilística que logra un ritmo intenso en el discurrir narrativo, merced a esa conducción musical apoyada en la frase corta y pulida de su prosa, en la palabra mínima y ajustada del lenguaje.
El protagonista de las brujas, que es quien narra la historia, se encuentra inmerso en un lastre que le provoca una desazón de identidad. Desde que viniera al mundo, sabemos que fue alguien no aceptado en el seno de su familia. La madre lo rechaza y su hermano mayor le hace la vida imposible. A esta situación lastimosa se añade la condición de la mujer que lo amamantó, una bruja lugareña que tiene una hija, lorena, su hermana de leche, con la que mantendrá una íntima relación controvertida.
A medida que el lector va entrando en ese entresijo existencial en el que se halla inmerso el narrador, percibe cómo se va forjando en su interior un sentimiento de culpa que se va agrandando conforme avanza la novela. La culpa aparece como aversión a su condición de ser un sujeto no deseado en su hogar y, también, como consecuencia involuntaria de compartir otro orden fuera de lo común: una historia de amor casi filial mal vista y señalada por todos como maléfica.
Castro sabe aprovechar ese ambiente malsano impregnado de estigmas de brujería y esoterismo para realzar la trama que roza ese aire fantástico-mítico que la propia superchería popular va minando en el ánimo de su personaje. Todo lo supersticioso que trasciende tiene su conato social hasta el punto de que la historia de amor nacida entre lorena y el narrador se convierte en culpa y maldición. Aun así, esta adversidad no les impedirá sobreponerse a dicho destino cautivo de aceptación: “por eso decidí salir y abrirme a lorena, a la vida que representaba. y me entregué creyendo que podría mantener cierta sobriedad...”
Hay mucho de pasión, incomprensión, vida y soledad en esta historia mágica de dos seres desamparados que anhelan ser libres. Por esta hermosa novela breve trasciende aquello que decía Herta Müller sobre la literatura, que viene a constatar que la literatura habla con cada persona a título individual, que es propiedad privada y que permanece en el interior de la cabeza y del corazón de quien se acerca a sus confines: “Nada nos habla tan profundo como un libro, sin esperar nada a cambio, salvo que pensemos y sintamos”.
Celso Castro tiene esa manera tan particular de poner fin a sus novelas, que deja la sensación en quien lo ha leído de ensanchar su imaginario e incitarlo a salir de su propio mundo. Por eso nos gustan sus novelas y por eso uno se siente gozoso de haber leído esta de ahora, de haber pasado un buen rato atento a las razones y contradicciones de dos seres desamparados que aprendieron a buscar y dar sentido a sus vidas pese a que el mundo los obligó a amarse en secreto.
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