domingo, 9 de enero de 2022

Cronista de nuestro tiempo


Entre este arranque: “La vida cambia deprisa. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba”, y este otro pensamiento, casi al final del mismo libro que cautivó a tantos lectores: “Somos seres mortales imperfectos, conscientes de esa mortalidad incluso cuando la apartamos a empujones, decepcionados por nuestra misma complejidad, tan incorporada que cuando lloramos a nuestros seres queridos también nos estamos llorando a nosotros mismos, para bien o para mal. A quienes éramos. A quienes ya no somos. Y a quienes no seremos definitivamente un día”, cabe el alma y el sentido de una vida consumada que estuvo siempre entregada a la escritura. Nos referimos a El año del pensamiento mágico (2015), el vehículo utilizado por la escritora norteamericana Joan Didion (Sacramento, 1934) para reinventarse y mantenerse a salvo de un derrumbe trágico familiar.

No cabe duda de que para la escritora y periodista estadounidense la redacción de este memorable libro, de esta crónica desgarradora, fue algo inevitable y necesario. Tenía que hacerlo. Tenía que contar las secuelas que le dejaron la muerte de su marido, el dolor por su pérdida, desde el impacto hasta su duelo negro y prolongado durante tantos días de ausencia. Lo hizo con exquisitez, elegancia y resignación, enfrentándose al abatimiento del duelo con dignidad, sin recrearse ni renunciar a ello, confiada en el paso del tiempo como escuela de aprendizaje y superación de toda desgracia.

Joan Didion falleció estas navidades a los 87 años, en su casa de Nueva York, a causa de la enfermedad de Párkinson que sobrellevaba desde hacía tiempo. Nacida y criada en California, su carrera periodística y literaria estuvo siempre ligada a esta idea suya plasmada en uno de sus artículos más famosos, titulado Por qué escribo, resumido en estas líneas: “Escribo estrictamente para averiguar qué estoy pensando, qué estoy mirando, qué veo y qué significa. Para averiguar lo que quiero y lo que me da miedo”. Todo empezó para ella a los veinte años, cuando se mudó a Nueva York. Allí inició su carrera periodística, en 1961, colaborando en la revista Vogue. Allí tomó impulso su vocación y su vínculo indefinido con la narrativa y la crónica social.

Dos años después volvería a la Costa Oeste con un libro ya publicado y con ganas de despuntar y convertirse muy pronto, como así ocurrió, en una de las cronistas más brillantes y lúcidas de su generación, una figura emergente del Nuevo Periodismo americano, de la misma estirpe que Tom Wolfe, Hunter Thompson, Truman Capote o Gay Talese, escritores con los que compartía esa manera de dar una vuelta de tuerca a los artículos que firmaban mediante el empleo de técnicas narrativas propias de las novelas. Y así, año tras año, Didion ha ido dejando, además de sus novelas, memorias y ensayos, un buen repertorio de artículos y crónicas, piezas breves e incisivas con las que resaltar su carácter y compromiso con el sentido de sus ideas, centradas en la búsqueda de la verdad y atención al detalle de lo que sucede en la calle, en su parcela personal y, cómo no, en el ámbito político.

Su vida y su oficio se han visto bien reflejados en todas sus colaboraciones y comparecencias, tanto en prensa como en revistas. En una ceremonia celebrada en Washington en 2012, el presidente Barack Obama le otorgó la medalla nacional de Humanidades y dijo de ella: “Es una de las mentes más brillantes y una de las observadoras más respetadas de la política y cultura estadounidense”. Precisamente, muchas de sus interesantes observaciones han quedado recogidas en Lo que quiero decir (Random House, 2021), la última publicación de Didion editada en nuestro país, un recopilatorio de textos que fueron redactados en sus inicios como periodista, en los que nos traslada su mirada y estilo, doce escritos que van desde el sentido que la escritura tiene para ella hasta el reportaje social y político del momento.

Los textos más jugosos, como bien destaca Elvira Navarro en el prólogo del libro, son los que se sumergen en su oficio, en los entresijos de la escritura. En Contar historias, Por qué escribo y Últimas palabras encontramos el reducto de su poética, de su manera de concebir y entender la literatura y de cómo trasladarla a la prosa de una manera eficaz: “Fue en Vogue –cuenta– donde aprendí en cierto modo a sentirme cómoda con las palabras, una forma de contemplar las palabras ya no como espejos de mi propia incapacidad, sino como herramientas, juguetes, armas que utilizar de forma estratégica en la página”. El libro reúne también textos de algunos perfiles de personajes, como el que brota tras una somera visita a Nancy Reagan siendo la mujer del gobernador de California, o la encendida semblanza sobre Hemingway, admirado maestro suyo, un artista que, según ella, vivió, como pocos, entregado en cuerpo y alma al rigor y expresividad del uso del lenguaje.


En cada uno de sus textos destaca, por encima de todo, su mirada conspicua, su capacidad de interpretar lo que acontece y depositarlo por escrito, sin ambages, por medio de una prosa literaria incisiva y eficaz, capaz de colarse en la realidad del momento y calar dentro del lector. Didion selecciona y disecciona lo inevitable, aquello necesario de desmenuzar para ponerlo delante de los ojos del lector, como algo hipnótico que requiere análisis y reclama atención. Esas fueron sus señas de identidad y su modo de proceder: escribir bajo el predominio de una prosa sensitiva capaz de conmover y hacer saltar por los aires todo lo que hay de crónica en su propia realidad, la que anda fuera y dentro de sí misma.

En Lo que quiero decir, el lector se va a encontrar con los ecos luminosos de una escritora desdoblada en su propia obra, un icono que seguirá teniendo reconocimiento duradero en los lectores por mucho tiempo. «Didion –como señala Rodrigo Fresán en el obituario que le dedicó días pasados– finalmente acabó siendo lo que todos sospechábamos que era: el mejor y más profundo personaje de Joan Didion».



No hay comentarios:

Publicar un comentario