jueves, 13 de enero de 2022

El misterio de lo que no se sabe


Este librito templado y profundo, que acaba de publicarse en Pre-Textos de José Mateos (Jerez, 1963), está indicado para leerlo reposadamente. Cualquiera que lo haga no dejará de despertar su espíritu y sorprenderse, más allá de cualquier confesión religiosa, porque también alcanza a persistentes agnósticos. No hay componenda ideológica en su concepción, sino una meditación universal sobre el sentido metafísico de ese Dios del que poco sabemos de él y anda oculto en otra dimensión fuera de nuestro alcance tras una Gran Oscuridad indecible.

Mateos ha interiorizado todo esta trascendencia de lo que no se sabe, de una manera sabia y didáctica, para ponernos a pensar y comprender, como él mismo justifica, ese misterio espiritual que nos constituye. La experiencia de la muerte anda muy ligada también al desarrollo de estos textos que vienen a suscitar ese lazo inevitable del más allá con lo que él llama la Gran Oscuridad, lejos de cualquier lado interesado de lo religioso y fuera del ámbito extenso de la filosofía. Ante este libro, el ensayista requiere del lector que se predisponga a sobrepasar esos límites que a la razón le frena y propiciar un diálogo que impulse “esa sabiduría que emana de lo que no se sabe”.

Sus Consideraciones filosóficas sobre el principio o el fin, subtítulo que puso a El ojo que escucha (2018), nos acercaron a ciertas creencias e ideas dominantes de nuestra época. El libro referido viene a ponernos críticos frente a la modernidad dominante y a cuanto hay de resistencia discreta para tratar de alcanzar lo indecible: “Estamos hechos de tal manera que lo que más nos importa saber nunca lo vamos a saber”. El libro resume que pensar en todo, en lo pasajero y sus consecuencias, recobra el sentido de no olvidar que para habitar el mundo no hay que tener prisa, que hay que saber demorarse en el presente.

Ahora, en su Tratado del no sé qué, el latido del mundo reflejado por el libro anterior sigue estando presente. Sigue estando también esa condición frágil que, a veces, no es fácil de admitir, como por ejemplo, que existimos y que, por tanto, somos más lo que nos pasa que lo que decidimos. Somos contingentes, finitos, y no podemos controlar nuestras vidas, por lo que no hay un sentido metafísico que nos dé cobijo. Que no sabemos si cruzaremos las puertas del paraíso o que vivimos siempre en despedida, como anunció Rilke en las Elegías de Duino. Lo que se sostiene en este ensayo es que para aprender de nuevo a verse uno en el mundo hay que atreverse a abismarse en algunas preguntas incontestables.

Dividido en tres partes: Tratado de no sé qué, Sobre el perdón y Nuevas divinanzas, en la primera sección, la más importante y extensa, que pone título al volumen, encontramos el cauce del ensayo, cien textos breves numerados en los que el poeta y ensayista aborda su teoría personal de la espiritualidad relacionada con Dios. Mateos plasma su tesis o poética entendiendo que es espiritual todo aquello a lo que, dentro de nosotros, no le basta con el mundo, no se acomoda a este mundo y aspira a trascender. Según él, existe una Gran Oscuridad que es “ese vértigo que no es pensable”, que es extraño y perturbador, que nos sobrepasa y escapa a todos los nombres, que lo sentimos en lo más íntimo de nuestro ser y que, en cierta medida, ya supone una intuición o presentimiento de Dios.

En cada fragmento de esta parte, el lector se encuentra con palabras, reflexiones y preguntas que insinúan y desvelan lo indecible, la Gran Oscuridad. Un continuo discurrir para darnos a entender la verdad secreta no dicha que no alcanzamos a ver, impulsada por esa fe de fondo que llevamos de amar la vida: “Y, sin embargo, la conciencia es también la única fe de la que no puedo apostatar sin apostatar del hombre”, subraya. “Somos criaturas simbólicas, animales sedientos de absoluto”. Todo esto cobra sentido desde que uno mismo se para a pensar, mientras lee el libro, en cómo el hombre, desde siempre, no ha dejado de pensar en el más allá, algo que le sobrepasa y que, a medida que razona, inevitablemente, se le vuelve a escapar.


Los dos capítulos que le siguen al libro plasman, por un lado el perdón y el olvido, algo consustancial a la propia historia del hombre, y, por otro, despliega un buen puñado de aforismos o “divinanzas”, como así las denomina, por donde deja correr su sesgo poético y filosófico, breverías que hacen valer las verdades profundas de la vida: el amor, la soledad del hombre, el destino, la muerte, Dios..., con una dimensión estética propia de un alma contemplativa que dice cosas como esta: “Dios se dice así mismo de muchas maneras. Es más, sólo puede decirse a sí mismo de muchas maneras”.

Con una prosa limpia y tensa, Mateos firma un libro asombroso, un pequeño tratado que va enlazando su ponderado discurrir, menudo y ancho, como un rezo que transciende de ese lado espiritual que nos constituye, poniendo a nuestro alcance una suerte de plegaria sobre lo que no se sabe, sin estar seguro de los límites del más allá, como así queda dicho en uno de sus más brillantes aforismos al final del libro: “Por mucho que Dios baje, la razón nunca subirá tanto”.


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