domingo, 13 de febrero de 2022

Gente acuciada


Es difícil dar título a un libro, como diría Azorín. Tiene su miga encontrar un buen título para un libro, pero cuando se encuentra desde el primer momento, según él, el libro futuro girará en torno a ese hallazgo. Para muchos autores de relatos, poner un título que refleje o concite al lector a vislumbrar lo que se avecina, no es tarea fácil. Muchos de ellos optan por destacar en la cubierta el título de una de sus piezas más reveladoras para acaparar nuestra atención. Otros, los más atrevidos, conscientes de que el título da prestancia al libro, se empeñan en que su chispa no solo alcance la curiosidad del lector, sino que las palabras escogidas alcancen su interés. En cualquier caso, no deja de ser un experimento temerario.

La escritora Emma Prieto pertenece a ese perfil de autor empeñado en exprimir su talento empezando con buen pie, es decir, desde la necesidad de acertar con el título de la obra, decantándose por epígrafes precisos y desbordantes, como los que lucen en sus libros de cuentos Extravíos (2017) y Escamas en la piel (2018), o en su poemario Radiografía de ausencias (2020), títulos que no van por libre, sino que obedecen a una intencionalidad capaz de acotar además de prender la atención del lector.

En esta ocasión, vuelve de nuevo a sus fueros con un buen puñado de relatos sobre gente acuciada por sus historias personales, gente, cada una a su manera, que combate las adherencias que el mundo ha puesto en sus vidas. Y lo hace bajo un título airoso, eufónico y preciso, que viene a anticiparnos, con tan solo dos palabras, ese resplandor incontestable que tiene el discurrir del mundo. En Mecánica terrestre (Eolas, 2021) se halla implícito un enunciado universal, un indicio soberbio para asomarnos a las intermitencias de la naturaleza de las cosas, al desafío y al milagro de cómo laten estas en el propio ser de quienes protagonizan sus historias.

Por ese pasadizo de Mecánica terrestre se cuelan historias extremas, imposibles o extraordinarias que rozan tanto la vida que, incluso, deparan retornos crueles. El lector se va encontrar con voces sorprendentes, dispuestas con admirable ingenio, finura y chispa. El humor no falta. Late, pese a la extrañeza del caso, casi sin poder hacer nada por evitarlo, como ocurre en el primer relato donde su protagonista, una joven solitaria y desenvuelta, cuenta los avatares con una hormiga que se aloja dentro de su ojo. Tampoco anda cómoda la protagonista de otra de las historias en la que se ve inmersa, como miembro de un jurado popular, en las deliberaciones para juzgar un caso de asesinato. Y si hablamos de percances domésticos o imprevistos, en el relato Rosado terciopelo, la apariencia del título es todo un eufemismo referido al estado desabrido en el que se encuentra la mujer que acaba de perder una muela.

A la hora de elaborar sus cuentos, Emma Prieto tiene muy en cuenta construirlos valiéndose de imágenes vívidas que penetren en la mente del lector. Cada tema lo establece reduciendo la historia a su esencia, por medio de una prosa fluida, sencilla y precisa, sin esquivar lo poético, como se aprecia en el relato que nos cuenta la hermosa historia del musgo del roble, ese liquen que crece principalmente en su tronco, y nos habla, desde su humedad, cómo ve al mundo y a los humanos, sin olvidar su función: “Aprovecho la luz del sol, esta tarde más suave que otras, me concentro y suelto una espora”.

El espacio narrativo que transita por los cuentos reunidos en Mecánica terrestre, así como el tiempo y la ambientación, confluyen hacia una atmósfera en la que lo real y fantástico buscan su proyección, su pálpito. En ocasiones, para dejar ver algo que la realidad, por sí misma, necesita hacerse comprender, recurriendo como inspiración al ámbito de lo insólito. La autora se siente cómoda por ese territorio al que no le falta sus paréntesis jocosos, igual que los límites de lo que se juegan las palabras a la hora de encajarse adecuadamente a la voz narrativa de quien cuenta la historia.

Nos vamos a encontrar con un desfile de personajes solitarios y vulnerables, mayormente mujeres azuzadas por las propias circunstancias que les tocan sortear. Y es así como desgrana Emma Prieto sus relatos, con aparente facilidad y cercanía, consiguiendo imbuirte de su imaginario y de su mirada surrealista, sin desatino, con fluidez y corrección estilística, esto es, con naturalidad, soltura, picardía y gracia. Es extraordinario cómo maneja el ritmo narrativo que fluye en cada pieza donde se dan cita los conflictos y las peripecias de sus protagonistas, más allá de lo extravagante o fuera de toda lógica que nos parezca la realidad de la que parten.


En resumen, estos cuentos están escritos con mucho tino y frescura, cuentos breves e intensos que hablan con palabras sencillas, pero hondas, sobre el reverso de la vida y la complicada suerte de compartir destino con el resto de seres vivos. El libro se cierra con un remate brillante, un manifiesto, a modo de poética, sobre la libertad que ha de tener todo escritor a la hora de acometer un cuento, como reflejo de lo que pasa en la misma vida: “... los cuentos se han vuelto desabrochados y desnudos... vivos, divertidos, feroces... Rotos a menudo. ¿Acaso no estamos rotos nosotros, algunos de nosotros?”.

Mecánica terrestre es todo un disfrute.



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