En este sencillo y certero párrafo se encuentra aquilatado el sentido que mueve Las cosas de la vida (Fórcola, 2022), el nuevo libro que acaba de publicarse del escritor y crítico literario Andrés Amorós, un apasionado ensayo en el que están muy presentes las grandes preguntas de la vida a través de la memoria de los libros leídos y, en particular, de un extenso carrusel de citas que conforman un continuo diálogo con artistas, escritores y pensadores de todos los tiempos que se ocuparon de poner luz propia a mucho de lo que supone el rumbo de la vida y a mucho de lo que concita sacar provecho de saber vivirla.
Desde esa tentativa, el lector va a encontrarse con un libro que nace del bagaje de lecturas de su autor, así como de las propias concesiones de la experiencia de los años que le llevaron a buscar la necesidad de comprender mejor las cosas de la vida. Pero es, sobre todo, un ensayo sobre las lecturas que le orientaron a leer la vida desde el vértigo de la introspección, bajo esa idea inspiradora de que leer amplía nuestra experiencia, tanto como lo que realmente hemos vivido. Acude el autor a reforzar esta idea transversal del libro apoyándose en la concluyente declaración que Irene Vallejo deja escrita en su celebrada obra El infinito en un junco: «Sin los libros, las mejores cosas de nuestro mundo se habrían esfumado en el olvido».
Si hay algo, por encima de todo, que celebramos y agradecemos a Andrés Amorós, es su capacidad inusitada de transmitir entusiasmo por los libros. Lo hace sin impostura, con esa naturalidad genuina y contagiosa tan suya, en la que se unen, para gozo del lector, ligereza y eficacia divulgativa en la misma proporción, ya sea para hablar de música, de tauromaquia, de cine o, como es ahora, para ocuparse de las grandes preguntas que todos nos hacemos y que los libros han venido manteniendo desde siempre. Precisamente es eso mismo lo que guía al autor: hacer visible la necesidad de la compañía de los libros, para que siempre se pueda acudir a las voces escritas de quienes resaltaron esos grandes temas que han marcado a la humanidad. Su facilidad de comunicación convierte a Amorós en un autor ameno que, siendo erudito, nunca se aparta de hacerlo de forma sencilla, con el ánimo siempre puesto en sacudir el entendimiento y despertar la curiosidad del lector.
Este libro de Las cosas de la vida va y viene entre esas dos intenciones, necesidad de la lectura y, gracias a ella, la transmisión provechosa de los conocimientos, llevando a cabo una exploración de pensamientos donde los secretos de la vida se dejan seducir y contagiar por la letra porosa y sugerente de la literatura. Viene a decirnos que “la literatura nace de la vida y es inseparable a ella”, y que, igualmente, para que tenga sentido se precisa de la complicidad del lector: “Para apreciar una obra el lector necesita coincidir en algo en el espíritu del creador”. Tampoco desaprovecha la ocasión para dejar sentado que “los libros deben, ante todo, proporcionarnos placer: ese es su sentido básico. Pero no es el único –aclara. Los libros nos dan también, otras muchas cosas. Nos enseñan a ver la realidad y a vernos a nosotros mismos”.
Cada uno de los treinta y seis capítulos de esta Guía para perplejos, como así titula el escritor valenciano a su libro, contiene su sesgo de microensayo. Son piezas en donde está comprimida parte de esa órbita intelectual relacionada con aspectos de la vida, sus afinidades y complejidades, sus interrogantes y certezas. Son apuntes poblados de referencias literarias traídas a propósito para acentuar ideas o señalarlas como motivo de reflexión. El libro en sí mismo opera siempre en torno a la condición del hombre y sus matices, como referente y reflejo del mundo. Así queda dicho en esta cita de Montaigne, autor recurrente a lo largo del libro: «Cada hombre lleva la forma entera de la condición humana». Todo el libro es una suerte de acopio amplísimo de citas escogidas de grandes figuras de las letras como Aristóteles, Durrell, Proust, Oscar Wilde o Antonio Machado, entre un centenar de ellos. Pero si hay que destacar a los cuatro más aludidos o entrecomillados, el orden sería: Cervantes, Montaigne, Shakespeare y La Bruyère.
Llegado al punto de concluir, digamos que este es un texto fundido y atravesado por los rasgos fundamentales de estar en el mundo, un desafío divulgativo provechoso sobre el arte de vivir, pero, también, una meditación fértil sobre el sentido del tiempo y la memoria lectora. Un libro escrito con pasión y lucidez.
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