jueves, 10 de noviembre de 2022

La vida en jaque


Azar, destino, arrojo, la vida tiene mucho de juego en relación a estos términos que, por otra parte, dependiendo de cómo se combinen entre sí, el resultado puede convertirse en atropello. La pregunta sobre qué es vivir nunca tiene una respuesta fácil, porque toda explicación es una reducción, una simplificación. La vida en jaque. Así, en estas cuatro palabras, podríamos resumir lo que encierra Sobrejuegos (Huerga&Fierro, 2022), el nuevo libro de Itziar Mínguez Arnáiz (Baracaldo, 1972), poeta, aforista, narradora y guionista de televisión, su estreno como novelista, es una historia que escarba en la complejidad de lo real y que trasciende en redescubrir lo que el propio narrador constata en su alegato final: que vivir es intentar cambiar el rumbo de lo establecido, que “ganar o perder es puro trámite, pero el trámite es lo emocionante”.

Sobrejuegos arranca con una cita de Juan Carlos Onetti que augura, en buena medida, por donde tira el misterio que desencadena su trama: “Se dice que hay varias formas de mentir, pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos”. ¿Cómo lo lleva a cabo su protagonista? La verdad de los hechos que aquí se narra se irá desvelando bajo su propio testimonio, en primera persona, consciente de lo mucho que hay en juego, pero no le importará. Para él, un cartero de vida anodina, el destino irrumpe en su vida para trastocarlo todo, de manera fortuita, de la mano de Pablo, un desconocido que lo atropella con su vehículo a la altura de un semáforo, y también de la mano de Nuria, la enfermera que le auxilia tras el percance.

A partir de aquí, todo el encaje de lo sucedido en su vida particular se irá hilando y recomponiendo hasta convertirse en una inusitada y aparatosa realidad que pondrá en entredicho y trastocará para siempre los soportes vitales en los que la normalidad del personaje se asentaba: el trabajo, la soledad, su desconexión intermitente con el mundo y con los demás. Después de lo sucedido, ya nada será igual, incluida la relación que mantenía con el viejo Ventura, su compañero de oficina de correos al que nunca le llevaba la contraria. Fue él quien le enseñó a ver las montañas de cartas del trabajo como si fueran pasajes de la vida, con sus secretos guardados. Fue él quien le contó la historia de las cartas cruzadas, dos misivas que coinciden por un instante en un mismo montón, cada una de ellas con su pregunta y respuesta secretas, como paradoja de la vida. La perplejidad de aquella metáfora le vino a reforzar el sentido de lo acaecido ahora en su vida y de lo que, inevitablemente, desencadenaría.

Itziar Mínguez deja entrever en esta historia oscura destellos de luz por donde se incrustan la consciencia de ser, la vida como atropello y, cómo no, el alma de los hechos que la refutan. El narrador de su novela no se imagina sin sus agarraderas de siempre, sin sus rutinas. Qué difícil sería para él acometer cada jornada sin su concurso. No se imagina fuera de su alcance, porque la rutina le facilita las cosas. Es su forma de superar lo anodino dentro de lo cotidiano. Tampoco siente apego, ni cariño, ni dependencia por la gente. Por el contrario, lo que sí siente es aprecio por las cosas. Los objetos le procuran más confort y compañía que nada, nos cuenta. Hasta que tras aquel fatídico día surge lo imprevisto y todo salta por los aires. Es a partir de ahí cuando todo se precipita. Toca suelo, y confirma que nadie puede ignorar el abismo que lo aísla del resto. Y, entonces, la culpa se deja ver en su vida y en la de los que se le entrecruzan por delante. Toma en cuenta que vivir y arriesgar son dos caras de una misma moneda.

Mientras la narración avanza, y vamos viendo la transformación del personaje, esta se va intercalando con las preguntas con las que el inspector Márquez le presiona durante el interrogatorio dispuesto por la policía para encausarle como sospechoso de un crimen. En esa indagación puesta en marcha, las palabras que salen de su boca atisban consignas que acaban siendo una manera reconocible de autoindulgencia para salir indemne del atolladero en el que se encuentra metido y mantenerse en el cauce legítimo de la defensa de su verdad: “–¿Cuál era el juego? / –Ninguno, Inspector. / –¿Entonces? / –Me limité a perder”. Es precisamente esa conclusión arrebatadora la que dispensa a su causa, la de jugar con su inocencia, sin tener que doblegarse a la evidencia, sin calcular la endeblez de sus palabras, sin arrepentirse tampoco: “Jugué a revolver el destino plenamente consciente de que revolvía dos vidas”.


El juego, el peso del azar, el amor y el desacato a la vida están presentes en Sobrejuegos, un libro que guarda cierta empatía con Lo que pudo haber sido (2019), un poemario en el que la autora vasca fija sus versos en lo que sucede y lo que dejamos en el camino, conformando una baraja de cartas en la que cada baza pone en juego no solo conflictos, culpabilidad o desatinos, además de poner al descubierto el deseo, el amor y el arrebato para hacer de las suyas.

El resultado final es que Itziar Mínguez ha sabido articular, en este primer salto al género una novela existencial, urdida con buenas hechuras, tanto en su tono como en su prosa, mediante un relato de sesgo policial que, de manera sobria y conmovedora, nos lleva, por un corredor de vivencias y reflexiones, a descubrir la mente de un hombre anónimo entregado a una causa sobrevenida que pondrá en jaque su propia vida.


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