Los ensayos de Juan Arnau (Valencia, 1968), astrofísico y filósofo, especialista en budismo y pensamiento oriental, concitan a entendernos bien con su contenido, precisamente por esa razón de encontrarnos ante un escritor que, una vez elegido el tema, sabe exponerlo con inteligencia, originalidad y espontánea elegancia, con la particularidad de decirnos algo nuevo, pero haciéndolo pasar por viejo, y sin necesidad de poner mucho ahínco en sus propósitos, sino más bien volcado en remover la verdad y el valor cognitivo del mundo que nos rodea y rige nuestras vidas. Más allá de su predisposición didáctica, los libros de Arnau destacan por su prosa limpia, escueta y estimulante que invita y persuade al lector a seguir la corriente y entresijos de sus ideas.
En la mente del mundo (Galaxia Gutenberg, 2022), su espléndida faceta de ensayista cobra protagonismo de nuevo para dar cuenta de ese torbellino, llamado vida, en dos aspectos: el deseo y la percepción, como formas de entender y posicionarse en el mundo. Viene a decirnos que conocer es importante, pero aún lo es más comprender lo conocido, pero también desliza que “lo vivo está vivo precisamente gracias a la aventura de sus contornos”. Y por eso mismo, en esa aventura, cabe la magia de la imaginación para sostener el riesgo constante de vivir, para señalarnos cómo la mente encarna un papel fundamental en la construcción de la realidad. Arnau resalta esa idea de Leibniz que sostiene que “cada persona es un ángulo desde el que ver el mundo”, y la desarrolla en el sentido de su perspectiva particular.
La tesis del libro es sencilla y antigua: el ser vivo como centro del universo, como observatorio de percepciones y deseos. En el hombre, nos dice el ensayista, anida una manera de ver con los ojos de otro, compatible con los deseos propios. Lo absurdo de todo ello es la insatisfacción que produce. Pone de ejemplo cómo Tolstoi, Spinoza, Rousseau, Wittgenstein, Thoreau o Gandhi abogaron por una vida sencilla para sortear sin estridencia esta desazón de deseo continuo, tan solo encontrando sustancia y simiente en la invención de lo cotidiano, sin alardes de poseer propiedades, ni ambicionar arquetipos sociales, tan solo aspirando a encontrar en la conciencia individual el agarre y entendimiento verdaderos de experimentar una vida más plena, acorde a su manera de entender e interpretar el mundo.
Desde una perspectiva filosófica en general y budista en particular, el libro de Arnau desarrolla la idea de pensar en el significado que supone para cualquiera de nosotros aspirar a un mundo personal mejor, más pleno. Y para encauzarlo, como ya hicieron estos ilustres personajes citados más arriba, no haría falta ejercer tantas actividades, ni pretender acaparar tanto, sino que bastaría con el ejercicio fundamental de cultivar la mente en el propio reducto personal. La cultura mental, escribe el filósofo, es primordial para mejorar nuestro mundo. Y en esa imbricación se fundamenta la idea que impulsa el libro, en el trabajo mental como cauce para mejorar el entendimiento de las cosas del mundo y el impulso persistente de los deseos que tanto nos fascinan y nunca se agotan.
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