jueves, 5 de enero de 2023

Entender el mundo


Una de las diferencias que existe entre ensayo y novela está en el lugar que ocupa en el texto el tema en uno y otro género. En la novela, como bien apunta César Aira, el tema se revela al final. Para nosotros, ciertamente, lo literario de la novela lo reconocemos en la dilación del tema y, por supuesto, en la alteración de sus intenciones. En cambio, en el ensayo ocurre al revés, como subraya el escritor argentino: «el tema está antes, y es ese lugar el que asegura lo literario del resultado». Es, por tanto, cuestión previa. Bien podríamos decir, siguiendo esta estela argumentativa, que el ensayo es la pieza literaria que se escribe antes de escribirla, cuando se encuentra el tema.

Los ensayos de Juan Arnau (Valencia, 1968), astrofísico y filósofo, especialista en budismo y pensamiento oriental, concitan a entendernos bien con su contenido, precisamente por esa razón de encontrarnos ante un escritor que, una vez elegido el tema, sabe exponerlo con inteligencia, originalidad y espontánea elegancia, con la particularidad de decirnos algo nuevo, pero haciéndolo pasar por viejo, y sin necesidad de poner mucho ahínco en sus propósitos, sino más bien volcado en remover la verdad y el valor cognitivo del mundo que nos rodea y rige nuestras vidas. Más allá de su predisposición didáctica, los libros de Arnau destacan por su prosa limpia, escueta y estimulante que invita y persuade al lector a seguir la corriente y entresijos de sus ideas.

En la mente del mundo (Galaxia Gutenberg, 2022), su espléndida faceta de ensayista cobra protagonismo de nuevo para dar cuenta de ese torbellino, llamado vida, en dos aspectos: el deseo y la percepción, como formas de entender y posicionarse en el mundo. Viene a decirnos que conocer es importante, pero aún lo es más comprender lo conocido, pero también desliza que “lo vivo está vivo precisamente gracias a la aventura de sus contornos”. Y por eso mismo, en esa aventura, cabe la magia de la imaginación para sostener el riesgo constante de vivir, para señalarnos cómo la mente encarna un papel fundamental en la construcción de la realidad. Arnau resalta esa idea de Leibniz que sostiene que “cada persona es un ángulo desde el que ver el mundo”, y la desarrolla en el sentido de su perspectiva particular.

La tesis del libro es sencilla y antigua: el ser vivo como centro del universo, como observatorio de percepciones y deseos. En el hombre, nos dice el ensayista, anida una manera de ver con los ojos de otro, compatible con los deseos propios. Lo absurdo de todo ello es la insatisfacción que produce. Pone de ejemplo cómo Tolstoi, Spinoza, Rousseau, Wittgenstein, Thoreau o Gandhi abogaron por una vida sencilla para sortear sin estridencia esta desazón de deseo continuo, tan solo encontrando sustancia y simiente en la invención de lo cotidiano, sin alardes de poseer propiedades, ni ambicionar arquetipos sociales, tan solo aspirando a encontrar en la conciencia individual el agarre y entendimiento verdaderos de experimentar una vida más plena, acorde a su manera de entender e interpretar el mundo.

Desde una perspectiva filosófica en general y budista en particular, el libro de Arnau desarrolla la idea de pensar en el significado que supone para cualquiera de nosotros aspirar a un mundo personal mejor, más pleno. Y para encauzarlo, como ya hicieron estos ilustres personajes citados más arriba, no haría falta ejercer tantas actividades, ni pretender acaparar tanto, sino que bastaría con el ejercicio fundamental de cultivar la mente en el propio reducto personal. La cultura mental, escribe el filósofo, es primordial para mejorar nuestro mundo. Y en esa imbricación se fundamenta la idea que impulsa el libro, en el trabajo mental como cauce para mejorar el entendimiento de las cosas del mundo y el impulso persistente de los deseos que tanto nos fascinan y nunca se agotan.


El teatro de la mente, el mito, la metáfora, el tiempo y la evolución conforman los capítulos y engranaje del libro. Primeramente, fija su foco en la representación del mundo desde nuestra mirada, conciencia y deseos. Después con el mito viene a reflejar esa idea ancestral de que el mundo está hecho de impresiones, de tradiciones y sueños humanos. A continuación se detiene en un capítulo dedicado a la metáfora como canal de entendimiento hacia lo complejo de la realidad: “Cuando algo es esencial para la vida, como el amor o las ideas, las metáforas se multiplican y proporcionan un amplio abanico de puntos de vista”. Los dos últimos capítulos se complementan entre sí. Es el tiempo y la evolución los que acaparan aquí su protagonismo, como fenómenos y consecuencias de ese discurrir llamado vida. “El tiempo de la vida –escribe– es todo menos uniforme”. De ahí que su percepción y su velocidad no parezcan comportarse igual a lo largo del transcurso de la vida. “El tiempo es una experiencia mental”, concluye.

Ajeno a cualquier automatismo docto, En la mente del mundo el lector se va a encontrar con un fresco ensayístico animado por una erudición afable de jugosa experiencia, un texto, a su vez, ameno, templado y profundo, que rastrea en la esencia de la vida como conciencia y exaltación del ser. Este libro de Arnau, impregnado de ideas gentiles de la Grecia antigua, de la filosofía hinduista y de pensadores de la Ilustración, se ocupa admirablemente de hacernos partícipes del principio de correspondencia que todas estas tendencias filosóficas guardan entre sí, de su valor simbólico y vigencia para entender nuestro mundo de hoy. Un manuscrito poroso y convincente.


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